Categorías: Opinión

La otra cara

Desde hace años y sin solución de continuidad, venimos observando la forma de obrar de aficionados ultras de equipos de fútbol que, reiteradamente, acuden a los estadios para sembrar el terror y destrozar todo aquello que se encuentren a su paso. A veces y generalmente, me pregunto para qué asisten a los partidos si en realidad no se fijan en el juego. Cargados de alcohol y dirigidos por desaprensivos inadaptados y anti-sistema, propician el insulto, la pelea y la falta de respeto a cualquier acto que se celebre antes del partido, ya sea por un minuto de silencio o por la entrega de un trofeo a algún jugador. Lo suyo se enmarca en lo que podríamos llamar “joder el espectáculo”. Es la escoria que crispa y que propugna un estado de ansiedad al espectador amante del fútbol, cuando ve policías montados a caballo en los aledaños de acceso. Hoy se utiliza el término “partido de alto riesgo”.
De ingrato recuerdo fue la tragedia de “Heissel”, en la final de la Copa de Europa que ganó la Juventus de Turín, con gol de penalti  de Michel Platiní y que supuso la muerte de numerosos aficionados, enganchados en la agonía por la denigrante actitud de estos locos sin escrúpulos. Esta basura que congrega odio y malicia, en ciertos tiempos, fueron admirados por dirigentes que veían en ellos la verdadera afición de sus clubs. E
n ciertos casos, se llegó a comprobar que los mismos contaban con habitáculos dentro de los estadios, donde se suponía guardaban banderas y pancartas, pero que a posteriori se supo que también lo hacían con armas arrojadizas de todo tipo. En definitiva, una asociación dificil de digerir.
No hay que ser muy listo para saber que el futbol se ha endurecido. Puede que severamente recrudecido. Hoy predomina lo físico y el jugador sabe que su carrera se puede ver truncada por la agresividad que demuestra el contrario. Ganarse un puesto de titular tiene que ir acompañado de la dureza con que se emplee y para ello, algunos o muchos entrenadores no se amilanan en aconsejar en ese sentido. Y es significativo ver como después de gravísimas entradas al rival, el mismo jugador protesta al juez de turno al que increpa e intenta demostrarle que ni siquiera le tocó.
Hace dos semanas, observamos como Vicente del Bosque pedía calma a los seleccionados españoles en su partido ante Portugal. Es posible que nuestro seleccionador sea la excepción que confirma la regla. Porque desde los banquillos y durante los partidos, podemos ver entrenadores con un fuerte carácter influyente sobre los actuantes en el terreno de juego. Aspavientos, nervios, insultos y agresividad con todo lo que se mueve, lleva al jugador a la misma situación.
No es de recibo el incidente propiciado por José Mourinho y Manuel Preciado días antes del partido Sporting-Real. Con sus declaraciones, crearon un ambiente de tensión que tuvo su colofón en la durísima entrada de Botía sobre Cristiano Ronaldo, que le costó la expulsión y que solo quedó en ese borrón. El entrenador madridista prefiere que la presión recaiga sobre él, para así liberar a sus jugadores. Pero sus manifestaciones crearon un ambiente enrarecido en los aficionados gijoneses, que se controlaron porque Mourinho se encontraba en la pecera de un  palco rodeado de guardaespaldas.
En el clásico disputado ayer, descafeinado por jugarse en lunes en atención a intereses políticos, presentí que actos relacionados podían suceder. Horas antes de que comience el choque, por lo pronto auguro que la dura entrada de Sergio Busquets al crack madridista, dolorido en días pasados, puede significar el prólogo de un intercambio de declaraciones que, si alguien no lo remedia, provocará enfrentamientos dialécticos y lo que es aún peor, generará la coyuntura necesaria con que se argumentan los boixos nois y los ultras sur, ese género deshumanizado que ensucia este deporte. A estos últimos, seguidores del Real Madrid, se les incautaron treinta bates de beisbol cuando se disponían a viajar a Amsterdam, lugar donde se celebraba el partido de Champions contra el Ajax y que ya tenían una cita previa con los seguidores del equipo holandés, en lo que se podría llamar “puro masoquismo”.
La llegada del equipo madridista a Barcelona se ha visto salpicada por incidentes con los energúmenos de siempre, cuatro, seis o veinte descerebrados que, por mucho que lo intenten, no conseguirán alterar la belleza de un clásico catalogado como el mejor de la historia…
Por diferentes motivos y amparados en ese odio inexplicable, el fútbol, único deporte que se juega con los pies, desgraciadamente, “ha perdido la cabeza”. Por todo ello y para los buenos aficionados, disfrutemos y que se abra el telón…

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