Curioso resulta siempre observar cómo la historia se encarga, con el paso del tiempo, de retorcer las intenciones iniciales. Como muestra, una patente.
En 1826 un ingeniero británico, Sir George Cayley, patentó un novedoso sistema de tracción que permitiría a los trenes desplazarse por cualquier tipo de terreno. Lo denominó “universal railway”.
Hubo que esperar hasta 1901 para que el estadounidense Alvin Lombard inventase de forma definitiva, patentase y construyese esta revolucionaria tracción mecánica.
Sin embargo, fue el también norteamericano Benjamín Holt el que se llevó toda la gloria. Mientras probaba uno de sus prototipos en las empapadas tierras del delta de un río, en 1904, una fotógrafa que estaba inmortalizando la escena afirmó que el tractor avanzaba como una oruga, que en inglés se traduce como “Caterpillar”. En ese mismo momento nació una de las empresas más reconocidas del sector. Así se escribe la historia.
En el transcurso de la I Guerra Mundial, el entonces Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, viendo cómo se estaba desarrollando la contienda decidió impulsar el Landships Committee (comité de los buques de tierra) para el desarrollo de un vehículo blindado de especiales características.
Para protegerse de las espías enemigas, el vehículo se denominó transporte de agua o el equivalente inglés de “depósito”, para hacer creer que se estaban construyendo contenedores de agua móviles destinados al ejército británico en Mesopotamia. Desde entonces, a cualquier ingenio de guerra que tuviese orugas se le llamaría incorrectamente “tanque”.
El primer carro de combate (Mark I) entró en acción el 15 de septiembre de 1916 en la inútil batalla de la Somme. Una más.
Desde entonces, los vehículos con este tipo de tracción han evolucionado brutalmente, bien sean del ámbito civil o del militar. Utilizan el sistema oruga porque, al hacer presión todo el peso sobre las orugas, disminuye la fricción y, por lo tanto, la fuerza que ejerce un carro de combate por metro cuadro es muy inferior a la de un utilitario. Ingenioso.
Pero la gran ventaja de estos vehículos es su enorme capacidad para moverse en terrenos no convencionales, pudiendo superar con facilidad cualquier tipo de obstáculos. Nada se interpone en su camino; nunca. Y en esas estamos.
En el constante retroceso social que estamos padeciendo, los conceptos de resistencia y librepensamiento se están transformando en una idea romántica que viene bien a cuento con la celebración del cincuentenario del inicio del Mayo francés de 1968, pero poco más.
Da la amarga sensación de que definitivamente hemos abrazado las tesis del neoconservador Francis Fukuyama. El politólogo estadounidense afirmó en su controvertido (y ampliamente rebatido) libro “El fin de la historia y el último hombre” que la lucha entre ideologías había acabado con la guerra fría. Para el amigo de la Administración de W. Bush, la caída del Muro de Berlín habría liquidado las utopías, dando luz verde a la política de libre mercado extrema.
Dicho de otra forma: “no hay nada que ver, ¡circulen!”.
Ejemplo: según la ONU, 124 millones de personas se están muriendo de hambre. Esta tragedia es algo que quizás solo resulta molesto en alguna que otra ocasión, pero no para movilizarnos en lo más mínimo. De hecho, suele ocurrir lo contrario: nos incuban un racismo latente, combinado con un nacionalismo a ultranza, algo que se verifica cuando protestamos por la llegada a nuestras tierras de seres humanos que huyen de esos 51 países a los que Naciones Unidas ha calificado eufemísticamente como “naciones con emergencia nutricional”.
Pero no hace falta irnos al cuerno de África o a Siria para encontrar motivos de indignación. Aquí, en nuestra Unión Europea, se están sacrificando en el altar del ultraliberalismo todos los servicios públicos, al tiempo que la miseria gana enteros. En Francia, el Gobierno del fotogénico Macron está intentando desmantelar el sistema nacional de ferrocarriles, tal y como hizo John Mayor en Reino Unido. Adepto de la Doctrina del Schock como su predecesora en el cargo, Margaret Tatcher, Mayor consiguió que la red ferroviaria, en manos privadas, resultase a medio plazo más cara para el usuario, poco competitiva, con peor servicio y con un coste duplicado para el Estado con respecto a cuando era pública. Eso sí, la remuneración de las ejecutivas aumentó un 56% ¿Les suena?
Siguiendo la lógica de un letal “suma y sigue”, pronto podríamos ver aquí cómo se vende la Renfe con poca o ninguna oposición por nuestra parte. ¿Le extraña esa pasividad? Es exactamente la misma que estamos adoptando todas ante el brutal atropello al que estamos sometidas. Están despellejando la educación pública favoreciendo los lobbys privados, con el único argumento de que las docentes tienen demasiadas vacaciones. A nadie parece preocuparle que a este paso sólo vayan a poder estudiar quienes tengan medios económicos. Volvemos a la era feudal, donde se perpetuaban las castas.
El capitalismo salvaje está haciéndose de oro con los fondos de pensiones mientras que nuestras jubiladas están sobreviviendo con unas pensiones de miseria a las que se les aumentan unos porcentajes indignos. Y mientras ese atraco a ley armada se produce, y a pesar de saber que la crisis ha transformado a las abuelas en el colchón de emergencia de miles de familias, no hacemos absolutamente nada, dejando a las mayores de 65 años buscarse las habichuelas… Como si las jubiladas de mañana, o pasado mañana, no fuésemos usted o yo.
El rescate de la banca nos ha costado miles de millones de euros que, según las más altas instancias financieras españolas, nunca se van a recuperar. Mientras, se nos dice que gastamos demasiado en sanidad y que por ello se deben esperar meses para una cita médica especializada. Sin embargo, el dinero que podría paliar estos males transita hacia las cuentas de las grandes corporaciones financieras, sin apenas costo económico y con una inexistente protesta social.
Obvio es que este H2SO4 se deja en el tintero las esclavizantes condiciones de trabajo, la miseria que sufren miles de familias (datos de Cáritas y Cruz Roja Española), los sueldos de mierda y el entreguismo de las políticas (todas no, lo reitero) que se encuentran más que cómodas al servicio de quien ordena de verdad mientras impera la corrupción. Visto lo visto, ¿no cree que ha llegado el momento de despertar?
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero más le valdría echar mano ya de la oruga mecánica para pasar por encima de cadenas y grilletes.
Si la característica principal de la tracción de los grandes blindados es no temerle a los obstáculos por muy grandes y peligrosos que sean, nosotras deberíamos ir aplicándonos el sistema que hizo rico al señor Benjamín Holt para superar las sólidas murallas de las poderosas.
Ya no hay elección: o adoptamos el sistema de la oruga mecánica para sobrepasar las defensas del capitalismo salvaje, o la esclavitud sin edulcorantes estará asegurada a corto plazo.
Si desistimos, entonces Fukuyama habrá tenido razón: esto es verdaderamente el fin de la historia.
Nada más que añadir, Señoría.
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