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La nueva persecución a los cristianos

Uno es creyente, porque entiende que para que el mundo funcione con el orden que se da en todo el universo, donde, por ejemplo, del amor entre hombre y mujer en el vientre de una madre se encarna un nuevo ser con sus cinco sentidos corporales, con su figura humana perfecta a modo de sus antecesores, con sus numerosos y distintos órganos cada uno desempeñando un cometido y ordenado hacia el fin de realizar su correspondiente función vital. Así, se nace con manos, pies, ojos, boca, tacto, olfato, gusto, con el corazón, con todo el sistema circulatorio y millones de neuronas, aparato respiratorio, riñón, hígado, etc; lo mismo los animales irracionales y las plantas, todos nacen, crecen y mueren en sus distintos ciclos perfectos; o en el firmamento, cómo existen los astros, salen el sol, la luna, las estrellas, viene el día, la noche, con sus consiguientes fenómenos, etc. Pues para que todo eso ocurra con el orden perfecto en que se da en la naturaleza y en la vida, pienso que necesariamente debe existir “algo” sobrenatural o todopoderoso que rija los destinos del mundo y el bien de la vida.Por el principio de libertad religiosa que recogen la mayoría de las normas y códigos tanto de orden natural como de Derecho positivo, ese “algo” sobrenatural que haya podido crear el mundo y la vida, lo mismo puede venir de las creencias de una que de otra religión de las muchas existentes en el mundo, incluso debiéndose tener respeto hacia los que en nada creen. Aunque, eso sí, como católico que es uno, reivindico, en primer lugar, esa titularidad de la fe en el orden mundial y de la vida para la religión cristiana; pero sin que ello suponga creer que profeso la verdad absoluta, ni la exclusión de las demás ni negar que pueda ser otra creencia la que se halle en posesión de esa verdad, como pueden ser el islamismo, judaísmo, budismo, brahamismo, confucionismo, induismo, zoroastrismo, etc. Y eso lo entiendo así, porque creo que todos los seres humanos hemos nacido para ser libres. Y, dentro de esa libertad, están la de pensamiento, la de religión y la de culto. Ahora bien, en esa libertad, que ha de darse en todo sistema religioso, ideológico, político, económico, social, etc, no puede ser que haya quienes arremetan contra los otros y lleguen hasta el extremo de querer matar para hacer desaparecer a quienes piensen o crean de distinta forma, porque la propia vida ha de estar ordenada siempre hacia un fin moral y ético que nos lleve a respetarnos mutuamente unos y otros y a convivir en buena armonía. Ya Tocqueville nos dice que: “No se puede ser libre sin tener creencias morales..., porque la misma libertad es una idea moral”.
Es decir, la libertad no es hacer cada uno lo que le venga en gana, hasta el extremo de querer eliminar y erradicar al otro, que también es libre, por simple disparidad de pensamiento o de culto, sino que la libertad debe de encauzarse y reconducirse a hacer aquello que se debe hacer. La libertad no es quitarse del medio al contrario, sino que debe estar impregnada de moralidad, de responsabilidad, de sentido común y de racionalidad, encaminados todos hacia el bien común, pues de lo contrario la vida sería una serie inconexa de actos meramente aleatorios. No se puede ser libre sin tener principios morales y éticos; y la religión (la que fuere) debe ser una de las principales fuentes de esos buenos principios. Todos los líderes religiosos tienen la grave responsabilidad de promover y fomentar el entendimiento, la convivencia, las buenas relaciones y la moderación, para así tratar de eliminar tensiones y enfrentamientos entre religiones, entre personas, entre pueblos y en todo el mundo. Tanto la fe como el ateísmo deben ser siempre elementos de moderación, nunca de fanatismos ni de radicalizaciones. Las personas y los pueblos de fe y los que no la tienen deben esforzarse todos en crear plataformas e instrumentos para el diálogo y la reflexión  en orden a promover un clima de diálogo, de tolerancia, de entendimiento y de paz, que es uno de los bienes más preciados que podemos tener todos los seres humanos. Pues bien, tras los anteriores razonamientos, uno no tiene más remedio que preguntarse: ¿Por qué, entonces, desde hace algunos años se ha desatado una nueva ola de persecución contra el cristianismo?. Y eso sucede ahora, cuando la inmensa mayoría de los pueblos del mundo estamos ya más civilizados, tenemos un mayor nivel cultural, de raciocinio y de sentido común. Es cierto que en todos los tiempos y épocas se han dado las persecuciones religiosas, sobre todo, a la cristiana; pero lo que no podemos hacer es ir hacia atrás, en regresión y volver a un estado de convivencia a veces peor que el de los animales. Así, en la religión cristiana, ya el mismo Jesucristo fue crucificado y muerto por predicarla. Los apóstoles Pedro y Juan fueron encarcelados. A San Pablo no lo mató el Sanedrín porque desvió el camino de Damasco hacia Jerusalén; también San Andrés, Santiago el Mayor, Simón el Canaceo, Bartolomé, San Esteban, San Servando, San Pancracio, San Pataleón, Santa Eulalia de Mérida y trece martirios más en dicha ciudad, y muchos miles de cristianos sufrieron fieras persecuciones, sobre todo, en los siglos II y III, teniendo que vivir en catacumbas ocultos para poder practicar su fe.
Son célebres las diez  persecuciones de los emperadores romanos, Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano, que mandaron martirizar y asesinar o echar a los leones en los circos romanos a los cristianos por el simple hecho de practicar la fe en la que creían. Sin embargo, la fe nunca desapareció (ni jamás desaparecerá), sino todo lo contrario, fructificó y se multiplicó; tampoco desaparecieron por ello los cristianos asirios, caldeos, maronitas, armenios, ortodoxos, coptos, etc, aunque nunca fue fácil su vida, como la de los 21 coptos que acaban de morir en Alejandría víctimas de viles atentados. En el siglo XIV los cristianos fueron prácticamente exterminados por Tamerlán en Mongolia y Asia Central. También fueron decapitados y arrastradas sus cabezas por el suelo San Daniel y sus compañeros en Ceuta. En el XIX  los de Asia Menor fueron masacrados por el Imperio Otomano. En el XX, Stalin los persiguió con saña. Y en el XXI una nueva y feroz ola de integrismo los señala como objetivo. El autor del libro de viajes «Un millón de piedras» refiere cómo sufren persecución las comunidades cristianas de Uzbekistán, Irak, Irán, Siria, Jordania, Líban, etc. Y, desde hace unos cinco años, se han vuelto a reproducir numerosas expulsiones de cristianos en muchos países, unas encubiertas y otras públicas y notorias, así como atentados terroristas perpetrados por miembros de otras religiones extremistas contra la cristiana, habiendo ayudado a ello mucho los medios de comunicación. Por sólo citar algunos ejemplos, en EE UU, en el programa de entrevistas de Rosie O´Donnell, se comparó al cristianismo con el islamismo radical en un programa de difusión nacional emitido en 2006, que repugnó a la audiencia, según una nota hecha pública el 13-11-2006 por el Barna Group de Caslifornia, porque ni la religión cristiana ni la islamista debieron ser de esa forma ofendidas. En Canadá, el escritor Christofer Hitchens, el 18-11-2006, hablando en el “Nacional Post”, atacaba ferozmente a la madre Teresa de Calcuta, que tanto bien hizo por la gente pobre y marginada, aseverando que “la principal fuente de odio es la religión”. Por otro lado, los libros antirreligiosos están ahora de moda. Hace unos años, el escritor norteamericano Gam Harris, en una addenda a su libro de 2004 “The end of faith (El fin de la fe), y en una presentación que hizo en la Biblioteca Pública de Nueva York el 26-10-2006 en el “Washington Post”, condenaba lo mismo al Dios del Antiguo Testamento que al del Nuevo Testamento, “comparando la historia de Jesucristo con un cuento de hadas”, y lo decía citando también al Corán. Del libro había vendido ya en esa fecha unos 270.000 ejemplares, lo que da idea del efecto perverso y las consecuencias negativas que ello puede tener para las distintas religiones.
Y el periódico “Sunday Times” informaba el 19-11-2006 que planeaba crear una entidad que subvencione la publicación de materiales educativos para su distribución en las escuelas, a fin de desviar las donaciones de los misioneros y de las organizaciones de caridad de la Iglesia hacia otras organizaciones de distinto signo. El comediante norteamericano Hill Maher, ha llegado a decir que “la religión impide que las personas piensen..., la religión es una enfermedad neurológica”. Otros casos sacrílegos, como el de representar el cantautor Javier Krahe el cocinado de un crucifijo. Y aquí en nuestro país, lo mismo nos salen un día dos conocidísimos dirigentes catalanes, uno ex Presidente y el otro ex Vicepresidente de Cataluña, en el mismo Jerusalén que, pese a su deber de dar ejemplo de responsabilidad, mesura y buena educación, pues resulta que nos presentaron un numerito de los suyos jugando con el símbolo de la corona de espinas de Jesús. O en otra ocasión el “arte” de un tal Montoya, que crucificó nuestros símbolos más queridos. O en Pamplona, donde durante las fiestas de San Fermín  se presentó a la imagen de Cristo en actitud nazista, etc. El Papa Benedicto XVI, el 28 de octubre de 2006, ya salió al paso de esta serie de campañas contra la Iglesia, advirtiendo que: “Con mucha frecuencia el testimonio de la Iglesia, que va contra corriente, es mal interpretado como algo retrasado y negativo en la sociedad actual”. Y contra este estado de cosas recomendaba Benedicto XVI: “Lo que la Iglesia necesita hacer en estas circunstancias, es actuar como hombre sabio que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mateo 13:52). De esta forma, cada fiel será capaz de discernir lo que la sociedad de hoy le ofrece. “Ayudadle  a reconocer la incapacidad de la cultura secular de dar satisfacción y alegría auténtica. Sed audaces hablándoles de la alegría que implica seguir a Cristo y vivir de acuerdo con sus mandamientos”. También San Pablo decía: “Estamos acosados, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; derribados, mas no aniquilados” (II Cor. 4, 8-9). Y el mismo Jesús ya también dijo:”Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”. Y uno cree que buena parte del motivo de que todo eso vuelva a ocurrir ahora así, viene dado por el laicismo y la secularización, que no hacen sino dificultar el testimonio de la Iglesia cristiana de dentro, a la vez que propiciar y favorecer (quizá de buena fe) la presencia y el proselitismo de otras religiones foráneas integristas o dogmáticas, que no hacen sino avanzar en nuestro país, cuando a la vez de sus países se está expulsando a capricho a cristianos del nuestro. Es lo que podríamos llamar un “aviso a navegantes”.

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