Proclamamos sin miedos, uno de los mayores hitos en la Historia de España, la Constitución de 1978 que ha logrado encauzar el periodo más lúcido, prolífico y continuado que jamás hayamos conocido. Porque, desde entonces, quienes así queramos afirmarlo, redunda la convivencia democrática fusionada en la libertad, el bienestar y la estabilidad política surgidas de la monarquía parlamentaria.
Cuatro décadas de afianzamiento e intensificación en derechos y avances, direccionados a la igualdad de oportunidades, desarrollo social, económico y cultural, sin precedentes.
Ha sido el espíritu inquebrantable de la concordia, el que finalmente ha fraguado el paso de la Transición a la democracia, unido a la aspiración de reconciliación y voluntad de convivir sosegadamente, para ser ejemplo modélico de confianza en el respeto, diálogo y búsqueda en el entendimiento recíproco.
Hoy por hoy, estos valores continúan siendo los principios más queridos para afrontar con determinación, el futuro de una sociedad dinámica como la española. Por eso, no por más subrayarlo adquiere más protagonismo, pero sí, el alcance que por aquel entonces alumbró, cuando en octubre de 1978, las Cortes Generales daban el sí a la Constitución tras ser sometida a referéndum, y, posteriormente, ser reconocida por una amplísima mayoría de votantes, para convertirse en la Norma Suprema refrendada por el pueblo. Pero, hasta alcanzar este punto de hervor en la España de los setenta, hubo de franquear momentos agitados y a la vez, emocionantes, porque, aquello suponía traspasar el pórtico de la Transición para tomar la senda anhelada de las libertades y derechos, hasta entonces encadenados. Atrás quedaba en el recuerdo, la estela de la guerra civil española a la sombra de la interminable dictadura franquista, que había provocado la muerte de centenares de miles de personas.
Pero ahora, lo que realmente se reclamaba, era el esfuerzo, la generosidad y altura de miras de aquellas formaciones políticas, emplazadas a representarnos en las elecciones constituyentes del 15 de junio de 1977.
Una etapa crucial que sellaría un antes y un después en el devenir del constitucionalismo, ante la voluntad de un pueblo ansioso por la libertad y la democracia, porque, los que ya habíamos nacido, respirábamos un ambiente al compás de melodías icónicas como “Habla, pueblo, habla. Tuyo es el mañana…”, en un contexto decisivo por lo que a posteriori se iba a decidir en el referéndum del 6 de diciembre de 1978.
En aquellas memorias por instantes quebradizas, las entidades políticas antepusieron los intereses propios de la nación y los ciudadanos a vanas inclinaciones partidistas, enalteciendo la defensa común y aboliendo cualquier huella, que de alguna u otra forma, los revocara a viejos enfrentamientos.
Tras ser convocada la ciudadanía por vez primera a las urnas, estas elecciones generales conformaron el primer parlamento democrático encomendado a elaborar esta Constitución, que un año y medio más tarde se sancionaría. Habiendo transcurrido cuarenta años, desde aquel acontecimiento que hizo cambiar la vida de millones de españoles, los efectos desencadenantes de aquellas votaciones han sido visiblemente beneficiosos.
La transformación del país ha sido evidente y el periodo de la Transición que dejó atrás el régimen dictatorial, es distinguido como modelo en las sociedades.
Considerándose por una amplia mayoría de analistas, el gran esfuerzo político y social aunado para alcanzar consensos en aras del interés de todos. Gradualmente, la irrupción de la democracia en España abrió un nuevo horizonte en el terreno político y económico.
Como, del mismo modo, favoreció la integración en organizaciones supranacionales en las que estaban presentes los estados de nuestro entorno. Significándose a lo anteriormente indicado, la evolución a nivel interno y externo que han incentivado el crecimiento económico.
En concreto, a nivel macro en las infraestructuras creadas o en las cifras alcanzadas del PIB o del comercio exterior, y, a la par, a nivel micro, en la ampliación de la renta per cápita. Desde un punto de vista jurídico, la Constitución ha sido un instrumento óptimo para la convivencia democrática, porque, su calculada precisión en la inmensa mayoría de las cuestiones que sistematiza, permite el establecimiento de políticas de distinta representación, sin que su base se resienta.
Precisamente, ha sido en este aspecto, donde este texto preceptivo ha proporcionado la inducción vital al sistema democrático, aportándonos un espacio pleno de estabilidad política y social que no es reconocible en otros contenidos constitucionales.
No podría reseñarse que la Carta Magna sea extremadamente ideológica, porque se plasmó como lo que ciertamente debe ser una Constitución: un marco general de convivencia en el que ponderan los derechos de las gentes, admitiendo las diversas formas de concebir contextos, incluidas las sensibilidades en el reparto territorial del poder. Materia, en la que este texto ha sido particularmente generoso.
Asimismo, esta Constitución, posee peculiaridades que la hacen ser insólita en el constitucionalismo, convirtiéndola en uno de los mayores logros que España como Nación haya conocido. Primero, porque ha sido la única sancionada mediante la reforma del texto constitutivo que le antecedió. Es decir, según la tramitación de la reforma que contenían las Leyes Fundamentales del franquismo, aunque no fuese un verdadero precepto.
Pero así fue, ya que la actual proviene de la Ley para la Reforma Política y ésta emana de las Leyes Fundamentales. Segundo, porque se ha firmado mediante el acuerdo producido por las principales formaciones políticas, a diferencia de las pasadas, salvo la Constitución de 1837, que salió adelante con el pacto de los dos partidos más significativos. Y, tercero, porque es la Constitución bajo cuya disposición se han legalizado y afianzado el mayor número de derechos fundamentales, no quedándose puramente en una declaración baldía.
Prueba de lo precedentemente expuesto, es la firmeza que ha garantizado los elementos constituyentes en tiempos decisivos y complejos, como el intento fallido del Golpe de Estado perpetrado el 23 de febrero de 1981 o la gran recesión que comenzó en 2008 y años sucesivos, y, en nuestros días, neutralizando el desarrollo del proceso independentista en Cataluña, marcado por la concreción del conflicto entre las instituciones de la Generalitat y del Estado en torno al referéndum del 1 de octubre, con la subsiguiente declaración de independencia y la intervención estatal de las instituciones autonómicas mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Por todo esto y muchísimo más, esta Constitución representa como ninguna otra, el punto de encuentro de la ciudadanía y las regiones que la acomodan. Asentando el mínimo común ético, político y jurídico construido en el diálogo, afín de alcanzar el bienestar generalizado. Es, en definitiva, el lazo que unifica los derechos y obligaciones infundidos en los valores cívicos y democráticos, al refundir las líneas maestras del progreso, crecimiento e innovación.
Desde la ratificación de la Carta Magna, se han originado numerosos cambios internacionales provenientes en su amplia mayoría de la globalización o, del catálogo de derechos preservados en el ordenamiento constitucional, que vela por las injerencias que tienen una afectación ilegítima en la dignidad de las personas.
A ello, habría que anexar, el debate identitario ante el modelo territorial o la fragmentación parlamentaria, que obliga a iniciar una era marcada por los pactos y que irremisiblemente configura un escenario imprevisible. A pesar de todo, este texto constitucional nos brinda con un molde normativo que nos distingue con la puesta en valor de los derechos y las libertades fundamentales, codificando la marcha del sistema político y fundamentando los pilares de la convivencia en común, para apuntalar y consolidar el Estado Social y Democrático de Derecho, atribuido en su artículo 1. Aun así, existe otro fondo en la razón de ser de la Constitución que suele aludirse, me refiero, que su esencia es garantía permanente y duradera para la estabilidad de España.
En cambio, otras Constituciones, fueran españolas o extranjeras, se plasmaron para unos tiempos determinados, porque al variar las circunstancias en las que debía desenvolverse, tuvieron que ser modificadas y, a posteriori, ser inhabilitadas. Sin embargo, esta Constitución exhibe una esfera de convivencia íntegramente ideal, que no esconde términos temporales y, en consecuencia, nada le hace impedir, aunque algunas y algunos opinen lo contrario, que España pueda continuar valiéndose de esta Ley Fundamental, durante muchísimo tiempo.
Esta estabilidad de fondo del sistema antes mencionada, posiblemente, sea su mayor vitalidad en un Estado proclive a ser impetuoso, sosteniéndose mismamente sobre tres pilares esenciales: la soberanía del pueblo español, la unidad nacional como “España Patria común e indivisible” y la atemperación a las necesidades existentes y perceptibles.
España, como tal, es una gran Nación y el Pueblo es la garantía de su existencia, todo lo demás, puede variar al servicio de los valores nacionales, trabajando un pragmatismo democrático que nadie objeta. Incluso, durante décadas, este texto nos ha permitido maniobrar en el problema territorial que tantas tiranteces ha causado, hasta el extremo, de ser un modelo en la política comparada y convertirnos en un Estado descentralizado. Sin duda, una gesta para un Territorio que, con anterioridad a la promulgación de esta Constitución, era plenamente centralizado y ostensible enemigo de la diversidad cultural y lingüística. Por lo tanto, la constitucionalización de los partidos y la desmovilización política de la sociedad, encuentran alivio en este cuerpo integrante constitutivo.
El mañana que está por llegar en las debilidades y fortalezas de los escenarios actuales, pertenecen como garante a la población española, porque, cualquier futuro que rotule la justicia, la paz y la libertad, puede invocarse en esta Constitución. Una Norma que puede comprenderse razonando lo que en Ella misma existe de irrenunciable, porque, fuera de este mismo texto y de sus principios cardinales, no es posible alcanzar la paz, como tampoco, obtener la libertad y la justicia.
Ahora bien, en estas últimas décadas, España, se ha consolidado en niveles de bienestar semejantes a los estados próximos a nuestro contexto, todo ello, ha permitido recorrer en paralelo, la valiosa integración de este país en la Unión Europea, como la recuperación del papel internacional que le concierne y la internalización en el mercado.
En indiscutible, que con esta Constitución disfrutamos de una época de prosperidad como Estado, toda vez, que las dificultades no satisfechas por nuestro constituyente, se han visto empeoradas por la ya citada crisis económica de 2008, que irremediablemente ha dañado el bienestar y la autonomía de las comarcas, con el incremento extensivo de nacionalismos y populismos, tanto en el viejo continente como en América.
De ahí, que se hayan enardecido réplicas sobre el mejor modo de ampliar el legado de la historia contemporánea con la restauración democrática, frente a los que de alguna u otra forma, exigen centralizar y tachar los límites y vínculos del poder, que identifica a las constituciones de la postguerra europea.
No puede quedar fuera del hilo conductor de este cuadragésimo aniversario de la Constitución, los instantes históricos vividos el pasado 31 de octubre en la Sede del Instituto Cervantes de la capital del Reino, con la presencia de SS.MM. los Reyes, S.A.R. la Princesa de Asturias Doña Leonor y S.A.R. Doña Sofía, acompañados de los máximos poderes del Estado, con motivo del acto que conmemoró la votación que tuvo lugar en el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 1978, con la que a la postre, quedó aprobado dicho texto. Un día especialmente destacado que la Casa Real escogió para que la heredera a la Corona, coincidiendo con su onomástica en el trece cumpleaños, participara activamente con sus primeras palabras públicas, mediante la lectura del artículo 1 de la Carta Magna.
Confianza y serenidad exquisitas, estas fueron ni más ni menos, las impresiones que generó una persona que figuradamente es de complexión infantil, voz aguda y estatura pequeña, pero, que ha sabido transmitir con una entereza digna de elogiar, como si de una señora se tratase y que intuye a las mil maravillas lo recóndito de la vida. Justamente, sería con la misma edad que en aquella jornada cumplía S.A.R., cuando el Rey Felipe VI, por entonces, Príncipe de Asturias, se inició de cara al público con una lectura primorosa.
En aquel momento, fue una alocución propia que el heredero pronunció en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias de 1981. En esta reciente ceremonia, el Jefe de Estado ha puntualizado literalmente como la mejor manera de “reafirmar, una vez más, la fidelidad y el compromiso de la Corona con la democracia, la libertad, España y la Constitución”.
Su Majestad ha subrayado estas encomiables palabras antes de dar comienzo a la lectura del Preámbulo de la Constitución, que dispone el deseo de la nación española de “garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las Leyes, conforme a un orden económico y social justo”. Inmediatamente, el Jefe de Estado ha permanecido a un lado del atril y le ha concedido la palabra a S.A.R. la Princesa de Asturias Doña Leonor, que no ha dudado a la hora de encaramar al estrado y recitar con tono firme y sobresaliente, los fragmentos de la Carta Magna que definen la forma política del Estado.
Un gran detalle de su S.A.R. con el que se ha reafirmado la fidelidad de la Corona con la democracia y la Ley de Leyes, dando un paso al frente y postulando los valores superiores refrendados en la Ley Fundamental. Evidentemente, han sido treinta y seis segundos dichosos en la vida de los españoles, porque S.A.R. Doña Leonor se ha dirigido llanamente a su Pueblo. Sí, tan solo treinta y seis segundos que, seguro, se habrán convertido en algunas de esas instantáneas más intensas y emotivas que hayamos vivido jamás, arropados con la majestuosidad de la Corona Real.
Este intervalo sublime no ha sido el único con el que nos ha obsequiado S.A.R., ya que ha necesitado de un escalón rojo para llegar al atril, por el que a continuación, han pasado diversas personalidades del poder ejecutivo, legislativo y judicial, para proseguir con la narración de otros fragmentos de la Carta Magna.
Y, como broche final a este minúsculo margen de espacio en el tiempo, nos ha dejado otra imagen repentina e imperecedera en la que poder contemplar la complicidad de su hermana S.A.R. Doña Sofía y S.M. la Reina Doña Letizia, quién en todo momento amparaba con los labios la lectura de la Princesa de Asturias, delatando ese amor incalculable de madre a hija y de reina a heredera. Finalmente, con el paso de los años, la Constitución que hoy nos preside, es fiel testigo como ninguna vez antes, de un período con el que se nos abre una puerta de superación y bonanza en las que avistar mayor certidumbre y mejores perspectivas.
Siendo consciente de las enormes dificultades a las que debe enfrentarse esta sociedad, este texto se percata con recelo de la incapacidad de crearse unos mínimos consensos y de aproximar posturas en un tono determinado de convivencia, en los que, por si fuera poco, surgen voces que pretenden postergar el aliento de esta gran obra política que ampara sin fisuras, la diversidad geográfica, cultural y lingüística de España.
Una Carta Magna modulada a los trechos que pestañeaban en las postrimerías del siglo XX y, que, actualmente, conserva el vigor y la presencia absoluta. Cuestión que nos enorgullece con el pasado más reciente, haciéndonos desear una larga vida, a esta Norma Suprema.
Tengamos, por tanto, muy presentes, la recapitulación de las lecciones aprendidas de la historia y el proceso consecuente por el Estado autonómico. Las lógicas por las que esta Carta Magna ha alcanzado el lugar privilegiado que ostenta, son más que innegables: Primero, porque ha edificado con raigambre un Estado Democrático de Derecho, tras un régimen dictatorial.
Segundo, porque ha permitido que el nuevo marco jurídico que introdujo, haya perfeccionado la reglamentación interna con el propósito de ajustarla a sus principios y reglas. Tercero, porque ha descentralizado y rejuvenecido a un Estado burocratizado, condicionado en numerosos tiempos a enormes restricciones en la eficacia de la intervención social. Y, cuarto, porque, como se ha dicho, ha facilitado que España se haya sumado como miembro de pleno derecho en una gobernanza común a los Estados miembros y pueblos de Europa, en lo que hoy se conoce, como Unión Europea.
Una Constitución que es el reflector moderado de la estabilidad, pero también, una praxis política y jurídica que ha dispuesto la cordura necesaria entre autogobierno y gobierno, para la unificación de una nación diversa, plural y respetuosa que se complace en sus potencialidades. En este día, que son cuarenta años más tarde, aquel sentido demócrata evidenciado en la fuerza del acuerdo, merece el reclamo de los principios y valores constitucionales, como la mejor garantía para que la democracia, la libertad y el respeto, prosigan siendo las normas sustanciales de esta convivencia pacífica. Porque, además de ser el mecanismo del progreso común, la Constitución de España es el documento sagrado y soberano por excelencia, que sella los derechos y las libertades a la hora de reconocer y modular la pluralidad. Por estas reflexiones impregnadas en el espíritu democrático, esta efeméride es una ocasión única para reavivar el compromiso con la Constitución, implorando el impulso de la Transición frente a quienes aspiran a deslucirla. Respaldando y afianzando estos valores, en momentos tan críticos para España.
Si somos capaces de conservar intactos los principios de la solidaridad que sostienen los preceptos constitucionales, análogamente quedará rubricado el símil del fortalecimiento y el ensanche del sistema democrático. Una realidad que nos atañe a todas y todos, sin excepción, porque, el camino del entendimiento en democracia que transita sin descanso, se refunde en la generosidad y el esfuerzo compartido, que busca con empeño nuevos entornos de libertad, justicia y seguridad.