Categorías: Opinión

La mujer que lee a la puerta del ascensor

Es muy posible que el lector se desilusione si en un artículo no se mencionan la ‘prima de riesgo’, la Bolsa, el Ibex 35, el desastre económico-financiero que nos ahoga, Bankia personajes tales como Rajoy, Rubalcaba, Rato, Ordóñez, Soraya, Merkel, etcétera. Eso es cierto, pero, por higiene mental, es muy aconsejable, a veces, tomar distancia de la miserable realidad que nos aprieta como un dogal y depositar nuestra mirada en, por ejemplo, personas anónimas que llevan a cabo actividades que al común del ciudadano le caen un poco, o un mucho, lejos. Hago alusión a algo tan antiguo y tan desprestigiado en estos tiempos como es el acto de leer, la mera lectura de un libro. En estos días en los que es muy común ver cómo el personal anda por las calles, o cruzándolas, que es peor, –o apoyado en una esquina, o sentado en un banco de un jardín– enfrascado en el manejo de ese artefacto diabólico que se ha dado en llamar ‘teléfono móvil’, observar cómo alguien aprovecha la mínima ocasión para abrir un libro y sumergirse en su lectura, es, al menos para mí, tan gratificante que, incomprensiblemente, me produce un inexplicable bienestar.
Pues le diré a este respecto, amable lector, que esa persona anónima existe –hay otras, claro–. Es una mujer que realiza a diario su trabajo como ‘vigilanta’ del ascensor que baja a la playa de La Ribera. Esta joven mujer, sentada, allí, a la puerta del ascensor y al tiempo que no acude el personal, se enfrasca en la lectura de libros, gruesos, por cierto. Mientras otros trastean sus teléfonos o, bien, se dedican con mirada de tedio, de fastidio, o de aburrimiento a observar lo que sucede en el trozo de calle que aciertan a ver desde su habitáculo, ella, ‘la vigilanta’, se dedica, tal vez, a viajar a otras latitudes, acaso se emociona con aquel héroe o aquella heroína, o, bien, se siente identificada con algún personaje de esos libros que lee. Quién sabe. Lo cierto es que esa mujer merece, como decía Andy Warhol, su cuarto de hora de fama  –no toda la fama se la van a llevar esos personajillos repugnantes que ponen sus miserables vidas en almoneda a través de la pantalla de la Tv–. A este respecto, la Consejera Mabel Deu debería invitarla a la inauguración, o a algún acto, de la inminente Feria del Libro, así podría explicar cómo y por qué ha desarrollado ese gusto por la lectura. Si usted pasa, amable lector, por las cercanías del ascensor que baja a la playa de La Ribera, y es su turno, allí podrá verla dedicada a esa noble labor que es leer.
¿Por qué lee usted?, es una pregunta de difícil respuesta, sobre todo para un lector empedernido. En realidad, pienso que no existe una respuesta definitiva. Puede que haya tantas como lectores. Unos, los más sofisticados, sostienen que leemos porque tenemos “una mente lingüística”; otros, porque se entretienen y se evaden de la miserable realidad; y los de más allá, los más prosaicos, manifiestan que la lectura es un medio para aprender. Sea como fuere, hay respuestas para todos los gustos.
Por otro lado, se habla mucho, tal vez demasiado, de las nuevas tecnologías, y que estas nuevas tecnologías nos han apartado del placer de la lectura. Pudiera ser, pero no obviemos que estas nuevas tecnologías son un medio, no un fin en sí mismas. Internet, sí; libros, también. Los ordenadores no educan. En este punto la figura del profesor es fundamental, pues es él quien ayuda al alumno a desbrozar, a caminar por una senda cubierta de información que pudiera ser espuria en buena medida para el alumno. No se olvide que un analfabeto que hace un uso perverso de un ordenador es un analfabeto con un ordenador. (Es indiferente que ese analfabeto sea funcional o no). La lectura, informa, forma y educa, nada menos. Este pudiera ser un buen lema: “Leer mucho, escribir mucho y buscar información”.
Alberto Manguel, escritor argentino, nos recuerda, a este respecto, que somos lo que leemos, pero, igualmente, digo yo, seremos lo que no leemos. Es también el mismo Manguel  el que sostiene que para la mayoría de las sociedades la biblioteca se convirtió en símbolo esencial de poder.
Así, simbólicamente, el mundo antiguo se acaba con la destrucción de la biblioteca de Alejandría; y, simbólicamente, el siglo XX se acaba con la destrucción de la biblioteca de Sarajevo. El gran Borges sugirió que el ‘divino’ Dante había escrito la Divina Comedia para estar unos momentos con su amada Beatriz. ¿Sería demasiado pedirles a nuestros jóvenes que alumbrasen su ‘particular’ Divina Comedia para que pudieran estar, igualmente, unos momentos con ‘su Beatriz’?

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