Opinión

La mujer de negro

En el Callejón del Asilo los niños la llamábamos «la mujer de negro», porque cada día a la hora de la llegada del transbordador- correo, caminaba por la calle «Muralla» en dirección al muelle España donde atracaba el Ciudad de Ceuta, «La Paloma», más tarde el Virgen de África y el Victoria. La señora siempre iba vestida de negro, y con un velo que le cubría la cabeza y la cara. Era enjuta y no muy alta. Siempre caminaba despacio como los pasos en Sevilla, palmo a palmo, como si a cada huella marcada en las losetas dejase un suspiro que alcanzaba en el alma a todos los que pasaban cerca de ella.

No recordaba esta imagen desde la niñez, pero quiso la casualidad que al contarle a Cati y a Antonia la historia de «Érase un marinero», que ofreció una rosa a la muchacha que entristecida vagaba por los muelles de nuestra ciudad, aquella me recordó, que tras los cristales de la tienda de Arón -junto a la clínica de urgencias, donde trabajaba de dependiente antes de emigrar a Barcelona- la veía pasar todas las jornadas camino de las palomas(*) donde esperaba que regresara su hijo de la guerra civil del 36 que habían propiciado los militares insurrectos contra la República

Y, a esta búsqueda en el drama de esta mujer que a modo de Penélope esperaba el regreso de su hijo, se nos unió Alejo y la Tertulia del Puente, donde seguramente Cayetano León -descendiente cabogateño-, dado su amplio conocimiento de todo suceso acaecido en la ciudad en los ya lejanos años cincuenta, daría pleno testimonio, lugar y fecha de lo acaecido con la enlutada, como también se la nombrara...

Y, desde luego que no iba mal encaminado, porque Alejo nos trajo nuevos datos que sumar a la historia que sumara mayor credibilidad a esta leyenda urbana. Y, quiera que nos dijera que su paseo diario provenía desde la marina a la altura de la conocida calle La Legión (**), donde al parecer residía en unos de los patios. Y, a continuación, nos apuntó: que el hijo se llamaba Juan y ella Teresa, como mi Yaya...

Y, al poco recibí una carta de Alejo, con esos rótulos tan versallescos, que uno abre con sutil esmero y cuidado para no dañar el sobre; porque son tan elegantes, que cada sobre es una pequeña obra de arte, que hace olvidarte del contenido. Habiéndome ocurrido que las cuartillas de la carta no la he leído hasta pasado unos días, porque el envoltorio ha acabado interesándome más que lo que pudiera revelarse y anunciarse en ella.... Y, cuando al fin la abrí, me encontré una fotocopias de un relato -«La Loca»- de Ricardo Lacasa Martos -al que profeso una profunda admiración como escritor costumbrista de nuestra ciudad-, donde se relata con todo lujo de detalles esta historia tan llena de tristeza y una cierta amargura...

Cuenta Lacasa en su extraordinario libro: «Todavía, hoy Ceuta», las mismas reminiscencias de los recuerdos de mi niñez, y lo contado por Cati, Alejo, y la Tertulia del Puente acerca del personaje entrañable que citamos y, además abunda narrando que un día alguien que regresaba del puerto apuntó que Teresa no había acudido a su cita diaria con los correos en la espera que regresa su hijo Juan.

Según dicen: Se había quedado dormida y despertó definitivamente junto a su hijo en aquel lugar donde los sueños se hacen realidad y son posibles.... Y acaba Ricardo su relato con dos enternecedores párrafos de cuatro líneas que -trascribimos literalmente- nos sumamos de manera necesaria por su grado de sensibilidad, a saber: «Al día siguiente, “los amigos de Juan” no pudimos contener las lágrimas cuando la vimos partir para siempre con su féretro en una de aquellas impresionantes carrozas fúnebres de Curado, camino de la última morada. Ahora el hijo era el que esperaba a la madre en el puerto del cielo, nos dijimos».

Y, ya parecía acabada toda la apasionante búsqueda de recuerdos acerca de la sorprendente historia de ésta mujer que peregrinara cada día a los muelles de embarque del puerto, en espera de la llegada de su hijo -al principio pensábamos que era a su esposo-, cuando nos llegó la noticia de otro autor -Manuel Ramírez- que también dejó su apunte acerca de la enlutada, donde en la página 141, en el tercer párrafo de «Mi España de Ayer», nos dice: «...de las idas y venidas de la pobre “vieja del velo”, esperando cada día la llegada del barco que habría de traer a su fallecido hijo».

Y, es claro, que aún podríamos continuar preguntando aquí allí y allá, a los más viejos del lugar y de seguro que alguno podría contarnos algún detalle que ahora no contamos; sin embargo, lo más significativo de esta triste historia ya lo hemos contado; con lo cual nos sentimos verdaderamente complacido de haber contribuido a recordar a esta mujer que nunca dejó- como una herida atávica- de esperar el regreso de su hijo muerto en una maldita guerra entre españoles donde un general nos robó el futuro...

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