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La moneda de Ilaí

Hay algo de hermoso al contemplar las cuevas del santo oficio. Las curvas labradas en la roca realzan las tonalidades de la luz ulterior. La atmósfera nos traslada a los orígenes, cuando el maestro anacoreta Ilaí dedicó al ayuno cinco de sus años, tales fueron sus remordimientos. Sus huellas quedaron grabadas en el polvo fino que recubría el suelo, y sus pensamientos quedaron en el aire, por lo que fue llamada cueva de los recuerdos.
Y es que dicen que la contemplación de la Flor de Isnir Malar, propia de estos lugares, te libera del deseo por su belleza, pero al tiempo te conecta con tus miedos, con tu naturaleza infernal. El alma viaja en pos de una pureza perdida hasta que un ángel del señor, con su cítara, te haga una señal, que bien pudiera ser una canción de bienvenida, nunca una alucinación.
Mientras, el calor del día caldea las estancias e invita a la lavativa de las letras, si es que el monje es escritor y tiene provisión de papel y carboncillo. Si el orador es experto, las calenturas se apropian del alma, y no es extraño que ocurra la bondad, aunque solo sea por unos momentos. Ilaí necesitaba papel y carboncillo.
Tan antiguos como la necesidad, deambulan por los valles los comerciantes celesteos, quienes dicen proceder del árbol de la sabiduría, y son depositarios del Álbum de Levita Celeste, única forma de guiarse y orientarse en la desmesura del desierto. Este tomo también contiene el secreto de las letras.
Una vez cada cuatro años, tras la primavera de Hízor (conocida por su frecuencia breve y por sus baños de agua escogida), anacoretas y celesteos celebran la feria del saber, el aniversario de las letras, donde se exponen las últimas tendencias, teoremas y cuadernos. Siempre enfocados a la captación de nuevos talentos, jóvenes valerosos y de juicio inquieto. Los celesteos también enseñan sus telas de muy diferentes diseños, pues no hay que olvidar el abrigo del monje durante las penurias del invierno.
Al caer la noche bullía el agua de hierbas y la leche de camello, y el crepitar de las hogueras propiciaba la interpretación, y así se podían escuchar historias increíbles, historias de una existencia muy lejana, de extrañas voluntades, a mitad de camino entre la realidad y el invento.
Nunca se supo muy bien  la razón que nos lleva a despertar. Lo que sí es cierto es el sol remonta las paredes de las cuevas de Isnir Malar, y que ofrece su luz al testigo que es ejemplar.
Un ramillete de hojas celesteas bien cosidas servirán a Ilaí para caligrafiar su visión del cosmos. Una empresa humilde pero generosa. Hecha para sí, pero también para la historia.

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