La Mochila, una tradición ceutí

El calendario festivo de nuestra ciudad está plagado de citas con más o menos raíces y tradición. Unas proceden de las celebraciones oficiales, otras de las religiosas y algunas de ellas incluso consiguen trascender esos encorsetados cánones para hacerse simplemente populares. La Mochila constituye uno de esos raros casos en los que la ciudadanía celebra la ocasión sin protocolos, sin ceremonias oficiales, sin programaciones ni fotografías oficiales. Es una manifestación puramente familiar y de amistad. Y nada más.
Desde la perspectiva actual, salir al campo tiene poca importancia. Incluso podríamos decir que escaso atractivo. Sin embargo, debemos recordar que hasta comienzos del siglo XX la población vivía reducida al espacio defendido por sus murallas. El Campo Exterior comenzaba en la avenida de África y la Posición A o García Aldave era toda una aventura. Naturalmente que teníamos un Campo Interior, como consignaban las Ordenanzas Municipales, es decir, el Hacho, pero no es menos cierto que éste era en su mayoría terreno militar, con accesos libres únicamente a San Amaro, San Antonio y Santa Catalina. El resto necesitaba salvoconducto para poder transitarlo.
En esa ciudad íntima y familiar, los cementerios estaban alrededor de los templos –Catedral, San Francisco y los Remedios– siendo lo normal enterrar dentro de las iglesias y ermitas. Era más que suficiente. Sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar con las medidas sanitarias de la Ilustración que trajeron los Borbones.
En 1787 se promulgó una Real Pragmática prohibiendo el enterramiento en el interior de las ciudades y obligando a levantar cementerios fuera de poblado. Tanto la Junta de Ciudad como la Comandancia de Ingenieros trataron de cumplimentar la disposición y se trabajó en la idea de hacer un camposanto en las proximidades de la Iglesia del Valle, más concretamente, en el lugar donde luego se alzaría el Cuartel del Teniente Ruiz, hoy Campus Universitario. Sin embargo, no pasó de proyecto.
Hubo que esperar al Trienio Constitucional (1820-1823) para que el Ayuntamiento tomara las riendas del asunto, y siempre con la ayuda de los profesionales de la Comandancia de Obras, consiguieran un nuevo emplazamiento. En 1822 se inauguró el pequeño cementerio de Las Heras, en lo que hoy es solar, a la entrada de la Avenida de San Amaro. La solución se veía desde un principio como provisional y así, en 1830 sería trasladado al definitivo de Santa Catalina.
La nueva ubicación del cementerio convertía el desplazamiento en toda una excursión. Sin medios de transporte, y en una cultura en la que aún no andábamos todos haciendo footing por todas partes, Santa Catalina aparecía como el fin del mundo.
Tampoco había muchas posibilidades de contar con una jornada festiva, en unas jornadas laborales que iban de sol a sol y de lunes a domingo. Incluso existía una bula de exención de cumplimiento de las obligaciones dominicales para los pescadores, con el fin de que no cesaran ni las capturas ni las tasas que generaban.
Las salidas al campo estaban reservadas para la burguesía local, civil o militar. Eran quienes podían disfrutarlo, pero la obligación de visitar el cementerio iba a conseguir globalizar –perdónese el anacronismo– el privilegio festivo. Es curioso que esta innovación produjera la reaparición de una práctica ancestral, que encontramos en las comunidades religiosas de todos los pueblos, como es la visita a los cementerios, pasando el día en ellos.
La segunda mitad del siglo XIX es un período de desarrollo de la población, en la cual mejora la enseñanza, con aumento de la escolarización, y surgen asociaciones culturales y sociales, surgen las prácticas deportivas y ven la luz numerosos periódicos. La mochila, como el carnaval o las murgas navideñas van a ser parte de la vida escolar de los estudiantes ceutíes y de esa ciudadanía que descubre el ocio.
La mochila de entonces era una excursión de familiares y amigos, basada en la fruta de temporada y la llegada de los frutos secos en los paquebotes malagueños. Ni tan siquiera había mochilas para transportarlas, sino que lo que se llevaba era una talega de tela. Curiosamente, igual costumbre se hacía en los archipiélagos de Madeira y las Terceiras, siendo llamada talega y cita “la fiesta del saquinho”.
Nada, por tanto, relaciona el evento con la gesta de Prim en la batalla de la Loma de las Mochilas. Incluso sería más fácil relacionarlo con las raíces lusas que con una conmemoración castrense. ¿De dónde viene entonces la mochila?
Se cumple este año el centenario de la fundación de los Boy Scouts de Ceuta –que se hizo oficial en 1915–, muy vinculados a las Escuelas Reina Victoria, más conocida como la Cantina Escolar. Aquella tropa de jóvenes contaba con sus uniformes y mochilas, hacían sus tablas de ejercicios, desfilaban al son de su propia banda de música y salían de excursión a las inmediaciones de sus cuarteles de la Almadraba y el Monte de Ingenieros.
Las crónicas de la época recuerdan la expectación que despertaban los Scouts cuando desfilaban por la ciudad, y no sólo por la nuestra, pues viajaron por la zona norte de Marruecos y el Campo de Gibraltar, llegando a participar en una reunión internacional en Barcelona. La mochila debe a aquellos jóvenes su consolidación y obligada celebración anual. Ellos fueron también los que crearon sus cánticos y la introdujeron en los diferentes centros escolares. Eso es lo que se infiere de los testimonios de los mayores, de las escasas notas de prensa y de los documentos que hacen mención a la fecha. Sabemos lo que sabemos, pero siempre se puede descubrir algo nuevo.