En la ciudad de los museos, como va siendo conocida Málaga, se ha hecho un hueco, muy merecidamente, Antonio San Martín, con una exposición que podrá visitarse hasta mediados de octubre, en el Centro de Estudios Hispano-Marroquí. Son acuarelas y acrílicos, reunidos bajo el título de La mirada alegre, del que se ha editado un bello catálogo, con un preliminar de José Luis Gómez Barceló, sin duda uno de los críticos que mejor han captado el mundo estético del pintor ceutí, en esa ya larga trayectoria creativa en la que el artista parece reiterarse, aunque los resultados no son siempre los mismos.
La exposición es un viaje provocador, pleno de impresiones, que obliga a quien mira, plantearse el debate que San Martin propone. Por un lado, la singularidad de su paleta cromática; o bien, penetrar en ese mundo experimental, el suyo de pedagogo, donde se mezclan abstracción y figuraciones desdibujadas, a la manera de esos jeroglíficos que jamás tendremos la certeza de haber descubierto sus auténticos significados. Es un mundo pleno de signos, con los que San Martín mancha espacios, ocultando y desvelando meras apariencias de realidades, otras realidades, que vagan por un universo caótico, en el que parece que su propio placer nos lo hace partícipe.
Y es en este sofisticado juego de salón, que yo lo ubicaría en algunos de los ensueños del esteta Mario Praz, sorprendente charada rocambolesca y alambicada, donde las manchas y espectros a medio hacer, se tiñen del más elegante lirismo ( Antonio nunca se aleja de lo poético), como sucede en la bellísima serie Cartas, destinada a Teresa, inconfundible musa, que, como otra Eurídice, camina atenta, no tras Orfeo, sino de Apeles, pues es la única que puede darle bríos al pintor, cuando su espíritu creador cae en abatimiento.
Una última consideración a la que siempre acudo, cuando escribo sobre San Martin: sus cuadros no van destinados a espontáneos espectadores, pues obligan que sean auténticos contemplativos. Sólo a ellos les están reservadas extraer visiones de una obra, no sólo bien construida, sino que exige una mirada, además de alegre, calma y silenciosa. Un completo sosiego, en el límite del gozo.
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