Indicaba sabiamente Camus que nacer listo, guapo u honrado tiene poco mérito, de lo cual se puede deducir que sientan mejor al alma humana los esfuerzos y la dedicación a una labor determinada siempre que provoque progresos evidentes en el plano moral de la existencia. La modestia nos parece que es una constante fundamental del pensamiento de Camus quizá por haber tenido muchas y variadas experiencias, en definitiva por haber vivido intensamente siendo testigo de convulsiones importantes en las sociedades europeas.
A lo largo de su obra “La Caída” hace un eminente recorrido irónico por las petulancias del ser humano y su incapacidad para reconocer sus múltiples errores existenciales. Nosotros reconocemos nuestras limitaciones en beneficio de la causa de la conservación y en la promoción de un estilo de vida más sostenible con los recursos y más apropiado con nuestra propia naturaleza. En principio no existe mérito alguno en el reconocimiento de estas verdades capitales que nos afectan a todos pues de acuerdo con el sentir general de la obra que inspira “La Caída” del admirado pensador norteafricano no hay porque vanagloriarse de lo que debe ser un atributo humano, esto es, reconocer las imperfecciones de nuestra naturaleza.
Con el término de meritocracía ceutí nos estamos refiriendo a esos ingentes grupos de personas que debido a sus méritos demostrados en una serie de pruebas de selección han probado, se supone, su competencia técnica para ocupar un puesto de responsabilidad, al nivel correspondiente según su escalafón, en la gestión burocrática de los asuntos administrativos. Otra cosa será su competencia profesional que requiere de acreditada solvencia ética. Sí, ya sabemos que es un asunto en demasía recurrente en nuestra opinión semanal, pero no me negaran que los burócratas están adquiriendo una notoriedad que está fuera de toda duda como consecuencia de lo controvertido de sus actuaciones.
En particular, los burócratas de la Ciudad Autónoma tienen variados problemas en sus labores cotidianas que llevan demasiado tiempo causando contratiempos a los administrados, que con perplejidad observamos el desarrollo de los acontecimientos. Hoy no estamos por la labor de criticar satíricamente sus malas prácticas sino que vamos a intentar comprender algo de lo que está ocurriendo. A ello, nos mueve un sincero afán de servir de ayuda aunque solo sea por el intentar analizar ciertas situaciones rocambolescas.
Quizá lo primero que nosotros detectamos es una ausencia o al menos falta grave de entendimiento mutuo entre departamentos y consejerías. Esta incomunicación o acaso problemas de percepción entre un técnico cualquiera de una consejería menor (todas aquellas que no cosechan muchos votos directos según la percepción típica de los políticos en ejercicio de nuestra ciudad) y la élite de la intervención, suele desembocar en unos retrasos administrativos tercermundistas sobre la gestión de un determinado convenio o subvención. Incluso se da el caso de esperar prácticamente un año para cobrar la anualidad de un convenio completo.
Se podría pensar que se establece un lenguaje ligero con ausencia de aplicación al entendimiento en las cuestiones fundamentales. Al administrado le daría la sensación, legítima por otra parte, de displicencia, improvisación e incluso falta de de preparación y de interés por realizar los trámites correspondientes con solvencia y eficiencia. Todavía sería peor si además de estos problemas que causa, incluso entre la preparada meritocracia ceutí, el siempre difícil y farragoso lenguaje burocrático para ser bien entendido, se dieran otros hechos y circunstancias poco explicables. Imaginemos un departamento de la ciudad autónoma en el que los papeles desaparecen frecuentemente y dónde hay personas (pertenecientes a la meritocracia de la ciudad autónoma) que sistemáticamente no encuentran escritos pasados por el registro o incluso páginas enteras de un convenio gestionado por ellos mismos. Imaginemos que después de sufrir los retrasos y sinsabores de la aparente falta de comunicación entre departamentos de la misma institución pública (muy costosa y sufragada con esfuerzo por los contribuyentes) se produce una llamada de una “parte de la parte contratante de la misma parte” (y ahora sí que entramos en la película de los hermanos Marx) que nos solicita lo siguiente.
Resulta que en el departamento encargado de hacer los pagos no tienen un documento que debían haber enviado desde otro negociado y que es fundamental para finalizar los trámites según las leyes establecidas. Se trata al parecer de un documento que supuestamente deberían haber recibido por valija interna pero que nunca ha llegado a su poder por la vía reglamentaria, obviamente el administrado se apresura a proporcionar el correspondiente documento (fácilmente lo ha presentado ya varias veces) con el número de registro dado por el otro negociado que supuestamente no realizó su cometido.
Podríamos seguir hasta el infinito y mucho más con una larga ristra de desaguisados pero preferimos hacer, esta vez, otro tipo de petición a la cabeza pensante de esta meritocracia, el gran meritócrata señor Vivas, el funcionario matemáticamente canónico, digno representante de la casta burocrática; hombre responsable y cumplidor. Nos preguntamos cómo podemos hacerlo mejor son su actual Consejero de Medioambiente para que se digne a ejecutar algún documento de manera eficiente. Será posible, por otra parte, ayudar en algo al ineficaz grupo de funcionarios que trata con nuestros documentos a hacer algo correctamente. Alguna vez, dejarán de poner trabas al normal funcionamiento de ciertos proyectos que se desean poner en marcha en beneficio de todos?.
Denos una señal o excelso meritócrata para que podamos ver el camino que necesitamos transitar y así ser merecedores de obtener el gran premio de la gestión con las trabas habituales de cualquier administración en ejercicio. Sácanos del rodaje de la película histriónica de los Hermanos Marx en la que estamos atrapados sin posibilidad de escapatoria. La verdad es que las chaladuras de los geniales cómicos son agradables de contemplar en la pantalla, pero vivirlas constantemente en los despachos de su meritocracia es otra cosa. Por ello, su postura de dorar siempre la píldora a la meritocracia nos parece poco aconsejable y está aumentando el desasosiego entre los administrados. Entre otras cosas porque hay negociados que funcionan mucho mejor que otros y dónde todas estas absurdas y constantes estupideces simplemente no ocurren.
No obstante, podría usted montar un cursito para burócratas aplicados y motivarles con la obra munfordiana y con ella revelarles la importancia del “papeleo faraónico” en los inicios de la escritura en el mundo occidental. Igual con un poco de suerte y unos cuantos chicos modernos y encorbatados, consigue usted convencer a la meritocracia que también pertenecen de alguna forma al río de la literatura del profesor Rodríguez Adrados y con ello enardecer sus ánimos en pos del trámite bien ejecutado. En fin, cualquier cosa con tal de que mejore algo todo esta nefasta gestión.
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