Estamos asistiendo a uno de los momentos más vergonzosos de la diplomacia española, incapaz de reaccionar ante el acoso de una dictadura, la marroquí, contra los medios de comunicación. Se está escribiendo una página nefasta en eso del respeto a los derechos humanos con la connivencia de un Gobierno que se hace llamar progresista para lo que quiere y una derecha desbocada, demasiado empecinada en hacerse con el poder como sea. Los medios de comunicación españoles no pueden entrar en Marruecos y por tanto no pueden informar de lo que allí sucede. Sólo la FAPE denuncia lo que se está produciendo mientras que el Gobierno se ciñe al ‘no compartimos’ pero tampoco exige cambios. Más o menos lo que se espera de unos dirigentes que hasta hace bien poco se entremezclaban con la turba de porretas y progres que entienden del Sahara lo que les conviene. Ahora huyen de esas imágenes y esas concentraciones al estilo Bardem para refugiarse en lo políticamente correcto, que es una forma de tapar la cobardía.
Los intereses pesan, demasiado, hasta el punto de evitar el respeto a una prensa, hasta el punto de permitir el insulto de un reino que disfraza una dictadura, hasta el punto de permitir un sistema de coacción continuada a la que no se le presta la debida atención.
El Sahara colea, al igual que el nefasto trato a la prensa, y ni escuchamos al Gobierno central ser lo contundente que debiera, ni vemos una acción mínimamente solidaria en nuestra propia tierra. El Sahara duele lo mismo que Gaza, pero el problema es que está aquí al lado. La foto del niño palestino en brazos de su padre, moribundo, o el ataque a la flotilla, bien vale la creación de una plataforma o la concertación de una conferencia. En cambio del Sahara no se habla: las vinculaciones con Marruecos son cuantiosas, a nivel político y a nivel doméstico. Los mismos partidos y entidades que se rasgan las vestiduras por Palestina no lo hacen por el Sahara ni por el veto a los periodistas españoles, procedan de la cuna que procedan.
Estamos asistiendo a un sistema tan vergonzoso y a la vez tan permisivo que asusta por lo que puede llegar a permitir un Gobierno: hasta que pisen sus libertades mientras defienden la democracia.
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