Algunos ciudadanos creen que eso de la Marca España no va con ellos. Piensan que dicho concepto, institucionalizado hace poco, sólo afecta al Gobierno, al resto de los políticos y, desde luego, a las empresas que exportan sus productos o servicios. Gran error porque, en realidad, todos contribuimos cada día a engrandecer o desprestigiar la llamada Marca España.
El eslogan ha pasado a ser una política de Estado que, con un conocido Comisario y algunos desagradables incidentes, pretende mejorar la imagen del país en general por lo que aparece, como primera dificultad, la posición de compañías o instituciones no interesadas en acogerse a este paraguas que pretende destacar cosas tan dispares como empresas, innovación, deporte, cultura, idioma, gastronomía y otros muchos valores.
Los que viajan al extranjero o trabajan fuera, saben que tuvimos unos años de oro en los que, con fundamento o sin él, éramos muy bien recibidos en todas partes y se respetaba la opinión de España. Pero ese prestigio se fue perdiendo y, en estos días, pasamos por ser uno de esos Estados-parásitos, que derrochan a manos llenas y trabajan poco, mientras que los países serios deben pagar nuestros dispendios. Aparte de que todos los estereotipos suelen ser injustos, pensemos en lo que esos extranjeros de los países contribuyentes, observan cuando vienen de vacaciones.
Se encuentran con una extensa red de alta velocidad, a veces mejor que la de sus países de origen, carreteras o autopistas por todas partes, terminales ferroviarias o aéreas magníficas, edificios públicos sobre-dimensionados y, además, todo un surtido de instalaciones vacías o en desuso que no se justifican. Ellos piensan que han pagado todo esto y con calidades que sobrepasaron las que disfrutan ellos mismos en sus tierras. Todo esto contribuye a no hacer creíble, en principio, la Marca España y lo que intenta representar.
Pero es que además esos mismos turistas asisten atónitos a nuestro desmadre institucional, aún no abordado, de 17 autonomías, diputaciones, miniayuntamientos, defensores del pueblo y otros excesos; museos y diferentes lugares públicos con precios irreales o gratuitos, cuando en sus países de origen se pretende que cada uno pague por los servicios que recibe y se controle de esta forma su uso real ; ven como se dan permisos de horas a cientos de funcionarios por cualquier festejo local, lo que significa despilfarrar dinero público y un mal ejemplo; comprueban entradas o salidas de España con un solo carril de control policial o aduanero, cuando hay varios cerrados; leen en la prensa la corrupción a casi todos los niveles o que el empleo sumergido supone el 20% y, en general, esos extranjeros son testigos de la ineficacia de los dirigentes y el abundante descontrol. Todas estas cosas y otras parecidas, también desprestigian la Marca España.
Al revés, cuando los españoles salen al extranjero, ven instalaciones por lo general más modestas, ciudades europeas llenas de restaurantes italianos que aprovechan los horarios mediterráneos para hacer negocio y donde se popularizan el chianti, las pizzas, la pasta y todo un surtido de platos típicos y, desde luego, al propio país. Una cosa tan sencilla como ésta referida a España, debe contar con apoyos que no subvenciones, porque existiría en el exterior una continuación, al alcance de todos, de las costumbres españolas. Y hablando de italianos, quizás debamos aprender también métodos de expansión porque su aceite de oliva, los vinos y otros productos se encuentran en cualquier supermercado a precios razonables, mientras que los de la Marca España casi están ausentes.
Y después, a pesar de no existir aranceles ni aduanas en Europa, esos productos españoles, cuando se encuentran, tienen precios prohibitivos como el jamón ibérico, el rioja o los brandys. Quizás por todo esto y como un gesto voluntarista, el gobierno actual incluyó la palabra competitividad junto a la economía, pero esto debe convertirse en algo más que un término. Hasta el Ministerio de Asuntos Exteriores, impartió enseñanzas sobre la conexión existente entre la competencia, las exportaciones y el prestigio que necesita la Marca España.
Total, que llenar de contenido el concepto que comentamos, se labra con el trabajo diario de todos y, desde luego, tardaremos en recuperar o alcanzar un puesto prestigioso, hasta que el último ciudadano del último pueblo y el más insignificante alcalde, pasando por políticos, funcionarios y responsables de servicios públicos, comprendan que la Marca España es un trabajo de todos que requiere, no ayudas ni subvenciones, sino racionalizar las estructuras del Estado, junto a políticas de austeridad, expansión y calidad a todos los niveles.
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