Categorías: Opinión

La Manzana

La gran apuesta por la cultura que ha parido este pueblo, que motivó una inauguración de mil pares de narices y que llevó a los afortunados invitados a sacar sus mejores galas del armario (hubo quien rescató sus joyas del baúl del recuerdo antes de hipotecarlas en el ‘compro oro’) terminó sirviendo, el pasado viernes, de escenario para la celebración del Día de la Autonomía. La manzana blanca o blanqueadora (que para todo ha servido) abría sus puertas para una celebración que ha sido rechazada, incluso, hasta por autoridades que entran dentro de eso que llaman protocolo. Así que, junto al despecho de Caballas, hubo quien pasó de festejar el día de una Ceuta que va perdiendo identidad a pesar de que Jaramillo la quiera imponer (de momento ha sido sólo en feria a base de sevillanas y tablaos). Tuvimos el acto festivo/no festivo más descafeinado de los últimos tiempos.
Pero tuvimos a la Manzana, ya saben, esa joya que todos debemos apreciar si queremos ser buenos ceutíes y vivir apreciados por don Juan. En esto del arte tenemos que aplicarnos el concepto secta: la Manzana es buena, la Manzana es cultura y la Manzana es lo mejor que tiene esta ciudad, que para eso la ha ideado don Álvaro. Es lo que toca si queremos ser cómplices de una actitud hipócrita para festejar el nacimiento de la obra. A mí, como no me gusta ir en la corriente del todos juntos como hermanos (ya se me pasó el tiempo de cantarlo con el uniforme y las monjitas Teresianas) no puedo más que sentirme indignada (sin llegar a la logística del 15-M) por la obra en cuestión.  Blanca, blanqueadora: todo lo que ustedes quieran; útil, también: fíjense que los ladrillos, el hormigón y el arte de una eminencia portuguesa han conseguido sellar una de las épocas políticas más convulsas de Ceuta,la gilista;  y hasta resultona económicamente: al menos para algunos.
El pasado viernes, la fruta de la discordia ofreció su mejor cara: asientos desde los que no se escucha el pedazo discurso electoralista de don Juan y doña Pili, la gallega; otros desde los que no se ve siquiera el escenario; obra inacabada pero curiosamente inaugurada y fuentes estratégicamente situadas para ofrecernos un chorrito de agua maravilloso. Eso sí, miles de millones para terminar la garantía de pocos y el bochorno de muchos.

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