La plaza Nelson Mandela, en el corazón de la Manzana del Revellín, continúa siendo ese lienzo en blanco pasto de los sprays. En los últimos días, las pintadas obscenas han vuelto a colorear ese rincón por el que los jóvenes –autores o no– sienten predilección y eligen los fines de semana, vísperas y festivos como punto de reunión.
A nadie escapa el intenso olor que desprende el pasadizo de la taquilla, donde los desaprensivos encuentran un lugar en el que evacuar en la vía pública fuera de la vista de las patrullas policiales. Tampoco pasa desapercibido el comportamiento incívico de quienes no respetan a los viandantes aprovechándose de las sombras que, al anochecer, arrojan las formas geométricas de la faraónica obra de Álvaro Siza.
A pesar de la intención del Gobierno autonómico de recuperar este espacio para los ceutíes, la céntrica plaza continúa deshabitada a excepción de algunos de los eventos que, desde finales de 2015, le han dado un soplo de vida: la feria del empleo; algún mercadillo solidario y la reciente muestra gastronómica en la que participaron las cuatro culturas. Solo la Asociación de Vecinos del Centro –no sin sobresaltos por los intentos de robo cuando está cerrada– sirven de ‘retén’ en una explanada que parece abandonada.
En el último tramo del año pasado, y ante la espiral de vandalismo en la que se vio inmerso este espacio público, la Ciudad Autónoma esbozó una serie de medidas a fin de lograr una revitalización que, un año más tarde, no se ha materializado salvo por la organización de acontecimientos que, para el objetivo marcado, resultan demasiado irregulares en el tiempo.
Tras el debate plenario sobre el uso comercial de la Manzana del Revellín a mediados de 2016, la renovación de la céntrica plaza volvió a enterrarse y, aún hoy, sus locales permanecen cerrados aunque a la venta, como indican los letreros tras las sucias cristaleras, ahora también surcadas por grafitis.
En los próximos días, los servicios del Gobierno autonómico retirarán con pulcritud las pinturas ‘rupestres’ que decoran las paredes interiores. Sin embargo, el aspecto más complejo del saneamiento de esa infraestructura, llamada a ser el elemento dinamizador de la cultura en la ciudad, será que alguien insufle vida de una vez por todas a este ‘gólem’ inerte.
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