Para el mundo cristiano, la Navidad es una de sus más importantes festividades, pues conmemora el nacimiento de Jesucristo en Belén, representando así el día en el que Dios entró en el tiempo y habitó entre nosotros. Son, por tanto, unas fechas de profundo significado religioso. Al menos para los auténticos creyentes. En puridad, según la tradición cristiana, deberían ser unos momentos de recogimiento y de reflexión (no de excesos carnales) en los que se sacaran a relucir los sentimientos más nobles y honestos del ser humano, y en los que se renovara el compromiso personal de solidaridad y ayuda a los demás. Por ello son tiempos propicios para la práctica de la virtud teologal de la caridad. Pero al margen de estos valores, para la mayoría de ciudadanos (cristianos o no), son festividades laborales que dan la oportunidad de descansar, reflexionar, o reunirse con la familia y amigos.
En realidad, al hablar de la Navidad, también nos estamos refiriendo a la Epifanía (Fiesta de los Reyes), como nos relata el escritor y antropólogo del CSIC Manuel Mandianes. Nos explica que hasta el siglo IV, Navidad y Epifanía eran la misma fiesta, aunque a partir de entonces se separaron. Entre ambas median 12 días, que no son más que la diferencia entre los 354 días del año lunar y los 366 del año solar. Por ello, el año lunar permitiría ubicar los 12 días fuera de los meses. Serían como un tiempo fuera del tiempo, un período de impureza propio de todo nacimiento hasta la purificación. En la Edad Media, nos dice, aprovechaban estos días para celebrar la fiesta de los locos, en los que el bajo clero elegía por obispo a un niño o a un loco, que se disfrazaban y se burlaban del alto clero. Incluso actualmente, en algunos pueblos de Moldavia aún son días de alegría y de locura colectiva.
El sentido de esta especie de fiesta pagana, de esta inversión de papeles, según este investigador, es el de un homenaje a la transitoriedad de las cosas del mundo, que solo se pueden comprender en relación con la exaltación de la infancia y de la locura en los textos del Nuevo Testamento (“Si no os hacéis como niños, no podréis entrar en el reino de los cielos”). En realidad, “el niño que hacía de obispo sabía que era niño y no obispo; el clérigo bajo sabía que no era Papa, sino clero sin poder alguno y que en los días siguientes volvería a estar al servicio de aquellos a quienes hoy convertía en blanco de su burla”, nos dice, pues “ser niño y estar loco es dejar libertad al espíritu para que nos pueda llenar y hablar directamente por nuestra boca”. Sería como cuando alguien quiere que todo el mundo se entere de algo, pero nadie quiere ser el responsable de que se sepa y se lo encarga a un loco para que lo difunda. En la actualidad, el protagonismo lo tiene el día de los Santos Inocentes, que ha venido a sustituir a aquella celebración.
Sin embargo, los acontecimientos actuales se suceden como si aún tuviera vigencia la vieja fiesta de los locos. Vivimos en un mundo al revés. Seres humanos invadidos por el miedo. Han sido nuestros excesos, nos dicen, no la voracidad de los bancos y las grandes inmobiliarias, los que han ocasionado la crisis. Gobernantes que se afanan en hacernos creer que todo está pasando. Reyes que nos recuerdan, ahora, que todo se solucionará cuando los parados encuentren trabajo. Reyezuelos, incapaces de resolver sus problemas, pero que se quieren separar, ahora que todo va mal. Voluntarios que se colocan estratégicamente en las cajas de los supermercados, para apelar a nuestra solidaridad con los más necesitados, y nos sacan unas cuantas bolsas de alimentos. Ministros que pretenden invadir la intimidad de las mujeres, para retrotraernos a la época de las cavernas. Empresarios que reclaman más flexibilidad laboral, para seguir haciendo negocio. Bancos que siguen sin hacer llegar el préstamo a los pequeños empresarios y consumidores, aunque han sido rescatados con dinero público. Represores que endurecen las leyes, para impedir que la gente se rebele contra las injusticias. Seres humanos invadidos por la desesperación, que no saben de dónde les viene.
Me pregunto qué pasaría si algún día ese niño y ese loco que todos llevamos dentro, se cansaran y comenzaran a burlarse de los poderosos más allá del tiempo fuera del tiempo. Quizás estallaría la alegría y la locura colectiva. Posiblemente nos daríamos cuenta que el mundo aún se puede cambiar. Es mi pequeña esperanza. Mucha salud y feliz entrada de año a todos.
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