Opinión

La madre del general Varela

El general José Enrique Varela Iglesias, héroe de España, nació en San Fernando (Cádiz), el 17-04-1891. Ingresó como soldado y alcanzó los empleos hasta capitán general (a título póstumo); fue también ministro del Ejército, el militar más condecorado y de los más prestigiosos, que escribió páginas gloriosas en la historia de los Regulares. Estuvo muy vinculado a Ceuta. Siendo teniente, en sólo ocho meses ganó dos Cruces Laureadas de San Fernando, la más alta distinción militar; la primera, el 20-09-1920, al asaltar la Cueva de Rumán; la segunda, el 12-05-1921, en Adama, ambas en Marruecos. Fue propuesto para otra tercera Laureada, que no le concedieron sólo porque no existía precedente y para no redundar demasiado en la misma recompensa. Ganó también una Medalla Militar individual, segunda distinción en importancia, y otras numerosas condecoraciones.
Su madre, Dª Carmen Iglesias Pérez, siguió con fervoroso entusiasmo todas las vicisitudes de su brillante carrera militar. Casi todos los ascensos que obtuvo lo fueron por méritos de guerra. Y, a la vez, seguía a su hijo con angustia y preocupación por el riesgo y grave peligro que a diario corría, Ella fue su principal apoyo anímico y moral, su guía y una madre ejemplar que desde pequeño le inculcó los más altos valores y las más acrisoladas virtudes. Vibraba de alegría y ardor patriótico cada vez que el hijo ganaba una batalla, como si ella fuera un combatiente más a su lado. Tuvo sobre Varela un gran ascendiente con el que influyó en él como ninguna otra persona. Por eso, esta “santa” mujer, como su hijo de ella decía, bien merece que le dedique mi artículo en esta Ceuta tan imbuida siempre de esa simbiosis entre pueblo y Ejército que aquí nunca ha faltado.
Siempre se ha dicho que para un hijo no hay nada más grande que el cariño de una madre. Y es que las madres lo dan todo por sus hijos sin esperar nada a cambio, porque los han llevado en su seno y son trozos de su propia carne y pedazos de su corazón. Una madre es para sus hijos el amor más puro y más verdadero. No hay en el mundo cariño más generoso, ni más auténtico, ni más profundo, ni más sincero, que el amor tierno y bondadoso que a un hijo da su madre. Y la de Varela fue una mujer que siguió paso a paso toda la trayectoria militar de su hijo, apoyándolo siempre, enalteciendo los numerosos actos de valor que  protagonizó al frente de sus Regulares, infundiéndole valor y amor patriótico en todos sus hechos de armas, participando enardecida de sus victorias en el combate, de sus ascensos, como si ella misma estuviera a su lado en el frente de batalla y viviendo personalmente todos sus éxitos; estaba atenta a lo que sobre él y sus tropas diariamente informaba la prensa, coleccionaba amorosamente los recortes de periódicos, los ordenaba y guardaba como oro en paño, y también vivía a la vez la zozobra, inquietud, preocupación, angustia, temor y el profundo dolor de madre que sabía que su hijo estaba expuesto constantemente al grave peligro de perder la vida en cualquier momento, cuando los periódicos informaban que las balas de los rifeños le habían agujereado la chilaba de Regulares que vestía, o cuando tantas veces resultó herido en combate y algunas de ellas muy grave.
La familia recibió un golpe muy duro al fallecer prematuramente su padre, que era teniente, el 17-01-1915, dejando a la madre y dos hermanas en una precaria situación económica. Él, de su propia iniciativa y voluntad, se responsabilizó y se hizo cargo de las tres enviándoles todos los meses buena parte de la exigua paga de cadete en la vieja Academia de Infantería en Toledo, en la que ingresó siendo sargento. Entonces, escribió a su madre: “Dices, mamá, que te sirve de consuelo el ofrecerme a mis hermanas. Pues, ¡no faltaba más, sino que encima de la desgracia que atraviesan, fueran a sentir la falta de papá!. No. Eso nunca. Por ellas me sacrificaré si fuera preciso. Este es mi deber como hermano, ya que papá se sacrificó por mí (…) La desgracia será sufrida moralmente, pero yo evitaré que lo sea materialmente. Tú por eso no te apures”.
Cuando le concedieron la primera Laureada, la madre coleccionó los recortes de prensa bajo el título de “Acto heroico de mi hijo”. Y Varela escribió: “¿Sabes lo de la Laureada?. ¡Si viviera papá…!. Me parece demasiada Cruz, y yo no lo creo hasta que no la vea”. El 12-09-1920, telegrafió a su madre: “Firmó el rey Laureada, abrazos a todos, Enrique”. Por su valor en la posición de Ifermin, le concedieron la Medalla Militar individual. Su madre le telegrafió el 18-04-1925: “Mi queridísimo hijo: Hoy, a las 11 de la mañana, cuando estaba leyendo en el Diario de Cádiz la brillante operación que con tu harka habías realizado, recibo el rayo de que has sido herido nuevamente. ¡Orgulloso te encontrarás por ser muy honroso derramar la sangre por la querida Patria!. Yo también lo estoy, sin que con esto pueda quitarme el dolor que hoy siento de verte herido por cuarta vez, y sólo pido a Dios que sea leve como dices”. Varela le contestó: “Mi queridísima madre (…): La operación ha tenido una brillantez aplastante (…) El general que la presenció me abrazó llorando. He sido propuesto telegráficamente para la Medalla Militar y ya me la han concedido. La única recompensa que me faltaba ya la tengo. Mi herida es leve, en el costado izquierdo, sin penetrar mucho. Siempre Dios conmigo y tengo fe que continuará en la misma forma (…). No te preocupes que no tengo nada. Te aseguro por mi honor que estoy ahora mismo en la habitación escribiéndote ya levantado”.
Tras el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925, escribió a su hijo: “Mi felicitación más grande y la de todos los de esta casa por el feliz desembarco que hicieron las fuerzas en Alhucemas. ¡Que días de más impaciencia del 6 al 8, a las 11 horas del día, que según la prensa ondeó nuestra bandera en Morro Nuevo!. Te veía emocionado y lleno de alegría en tierras de Abd el-Krim (…). El Sagrado Corazón de Jesús y María os protegió. ¡Cuántas gracias que darle y pedir os siga protegiendo hasta el final que sea pronto  y alcance y llene de gloria a España y colocarla a la altura que merece!”. Y el 28 de septiembre volvió a escribirle: “En este momento recibo tu cariñosa carta y aquí imaginas mi alegría y la de todos los de casa al saber que te encuentras bien y muy contento por el triunfo que hasta ahora alcanzan nuestras tropas.¡ Quiera Dios que todo termine con el acierto del mando y el heroísmo de las tropas!. Ya sabe toda la prensa lo valientes que son tus harkeños. ¡No hay que preguntar quién es el más valiente!. Que saben que eres el más valiente de todos. El Corazón de Jesús te libere tanto peligro. Todavía las operaciones que faltan creo son las más duras. ¡Qué pena el pobre capitán que te han matado. Y considero el mal rato que habrás pasado, con lo que tú quieres a tus oficiales, y tan valientes como son todos!.
El 2-10-1927, Varela escribía a su madre: “Ayer se llevó a cabo la firma de todo lo referente a recompensas del período pasado; a mí me dan la Cruz de María Cristina, premio que no tenía. Nuevamente a esperar el expediente que se instruye por el cual me ascenderán (a coronel). Nada me extraña todo esto; pero bien puedes tener la seguridad que sigo contentísimo (…). La madre le contestó: “Ya veo te cambiaron el ascenso por la Cristina. ¡Injusticia más grande no puede cometerse!. Pero no te disgustes y te pido tengas paciencia. Con ella ganarás gloria para con Dios; todas no han de ser glorias para esta vida que sólo son temporales y las de Dios son eternas; así, que a seguir cumpliendo con el deber sagrado de buen militar y que yo te vea como siempre, contento y satisfecho, ya que todos tus ascensos y condecoraciones te  las ganaste con hechos de armas más grandes que todos exponiendo siempre tu heroísmo, buena voluntad y amor a la Patria”.
El 7-12-1929, encontrándose Varela en Alemania en visita oficial, recibió la noticia de que su madre se encontraba enferma; enseguida se puso en viaje de regreso. El día 14 escribió en su Diario: “Mi madre inicia una notable mejoría; pero mis ansias por verla bien me tienen intranquilo. Conservarla a toda costa y no verla sufrir, es mi única ilusión hoy. Yo en mi madre veo casi todo el aliciente del porvenir para que ella me lo aplauda; parece que noto una gran influencia en mi dinamismo; no existo si no encuentro la más desinteresada alegría en mi madre y trabajar sin este santo cariño parece también que queda en el vacío, aparte de que mi madre no se limitó a darme el ser, sino que en mi desarrollo, en mi conducta, en mi patriotismo, en mi carrera, tuvo una gran influencia. Ella fue la propulsora de mi situación actual”. Tras fallecer la madre, recogió en su Diario del viaje al extranjero,  carpeta 9, folio 532: “La impresión fue demasiado fuerte para mí por el culto y concepto de esa santa patriota mujer, sacrificada desde que fue madre en el trabajo para sacar adelante a sus hijos, unida a mi padre (q.e.p.d.)”.
Y es que, a mediados de enero de 1932 la madre volvió a enfermar. Desde Madrid asistió a la consulta del Dr. Sánchez Vega. Fue operada el 10-02-1932. Falleció el 9-03-1932, a consecuencia de un ataque de uremia.
Su entierro en San Fernando fue una impresionante manifestación de duelo, asistiendo gente de todos los estamentos y clases sociales. Se recibieron más de 400 tarjetas de condolencia y 120 telefonemas.
El entierro estuvo presidido por el gobernador civil, alcaldes de Cádiz y San Fernando, vicario de la Diócesis, presidente de la Audiencia, gobernador militar, delegado de Hacienda y familiares. Pemán escribió entonces: “Los bravos que se batieron varias veces a las órdenes de Varela y que ahora son oficiales de su Regimiento, han sentido temblar  por primera vez las manos del jefe, y allí en los rostros la agitación nueva porque yace derribado en un rincón el que siempre fue delante”. Pemán, que tanto escribió de él y tan bien lo conocía, dijo de Varela que “era muy madrero, y esa era la causa de su prolongada soltería”.
En un artículo publicado bajo el título: “Una madre española”, se pedía al Primo de Rivera una recompensa para ella. En el diario de Cádiz La Información, el 17-03 -1932 bajo el título  “España ha perdido una madre”, se decía: “El heroísmo es la culminación del convencimiento del deber, y el deber se aprende en la santa cátedra del regazo maternal. Cuando se ha educado al hijo dentro de las normas de que merece la propia vida y que la conciencia es siempre conciencia aun cuando se está en trance de perderlo todo, cuando hay para el que lucha el recuerdo de un hogar honrado y puro (…) entonces es cuando surgen esos casos de aparente generación espontánea que asombra a todos, pero que tienen su fuente de origen en la bondad y en la virtud de una mujer que reza desde allá lejos por su hijo (…)”. Varela se sintió abatido por la muerte de su madre.
Perdía a una mujer que lo había sido todo para él; le había inculcado grandes valores: cariño familiar, solidez moral y religiosa, educación, honestidad, entrega, dedicación, sacrificio, patriotismo, austeridad. En su carrera militar fue su mejor consejera, que tantas veces le había guiado en su camino y alentado en sus momentos difíciles, como sólo saber hacer una madre. Vaya mi admiración hacia esta santa madre, arriba en el cielo, con la mía.

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