Paul Fort, nombrado “Príncipe de los poetas” en 1912, escribió un delicioso y fraternal texto llamado “Si todos los chicos del mundo”. El vate francés, como si de una acuarela se tratase, deslizó suavemente las palabras a través de hojillas hechas lienzo, declamando:
“Si todas las chicas del mundo quisieran darse la mano
alrededor del mar, podrían hacer un corro.
Si todos los chicos del mundo quisieran ser marinos,
harían con sus barcos un bonito puente sobre las aguas.
Entonces,
se podría hacer un corro alrededor del mundo,
si todos los chicos del mundo quisieran darse la mano”.
La tragedia de Steve Biko residía en que no era marino… y en que en Sudáfrica no lo dejaron coger la mano de nadie. Ni blanca, ni negra. Ninguna.
Stephen Bantu Biko, nacido en Pretoria el 18 de diciembre de 1946, dedicó su vida a luchar contra la “separación”, algo que nosotras conocemos en el idioma afrikáans [básicamente, una mezcla de inglés y holandés] como “Apartheid”. Esta siniestra palabra tiñó de sangre negra un país en el que una minoría basaba su derecho de pernada en el blanco color de su piel.
Biko ingresó en la Universidad de Natal en 1966, y en el mítico año de 1968 creó la Asociación de Estudiantes Sudafricanos, de la que fue elegido presidente. Tuvo un único rumbo: acabar con la segregación racial. Pero, a diferencia del Congreso Nacional Africano de Nelson Mandela, el estudiante de medicina nacido en King William’s Town incluyó también en esa lucha a las mulatas y a las indias, igualmente víctimas del absurdo racismo. Debido a sus revolucionarias ideas de considerar a todas las personas iguales en derechos, fue expulsado de la universidad.
Dicho de otra forma, tres años después de que el Apolo 11 llegara a la luna, Steve Biko intentó que la Humanidad diese otro paso básico, pero aquí en la Tierra. El resultado fue prohibirle su estancia en el campus. Un clásico.
Fundó la Revista Negra, pero en 1973 el gobierno de Pretoria cerró la publicación por considerarla subversiva. Posteriormente, se sometió a Biko a un arresto domiciliario, se le prohibió participar en cualquier actividad y se le desterró durante cinco años a su ciudad natal.
Empezó a estudiar Derecho a distancia y creó dos asociaciones: una de ayuda a presas políticas y a sus familias, y otra de apoyo a estudiantes víctimas de la segregación racial. En 1976 se constituyó la Convención del Pueblo Negro (BPC, en inglés) y a pesar de que no pudo asistir, eligieron a Biko como presidente honorario.
Entonces llegó la masacre de Soweto.
El 16 de junio de 1976 las estudiantes del famoso barrio de Johannesburgo se echaron a la calle para protestar contra la política educativa del régimen del Apartheid. El gobierno pretendía imponer el idioma afrikáner en las aulas, una lengua que sólo hablaba la élite blanca. Con esa arbitraria medida, las negras estaban destinadas a ser eyectadas de facto del sistema educativo. Seguro que les suena…
Ese día, una de las primeras en caer bajo las balas blancas fue Hector Pieterson. Tenía 12 años.
Al final del día el gobierno supremacista había asesinado a 566 niñas con armas de guerra. Sin palabras.
No contentas con la masacre cometida, las que mandaban en Sudáfrica señalaron a Steve Biko como culpable de las muertes. Había sido virtualmente condenado a la pena capital sin pruebas, veracidad, documentos o juicio. Así se hacen las cosas en los países totalitarios.
Las detenciones a Biko se sucedieron durante un año sin que se le pudiera acusar de nada, hasta que llegó el fatídico 18 de agosto de 1977.
Detenido en un control policial en Puerto Elizabeth, se le aplicó la ley antiterrorista y pasó a ser interrogado en la tristemente famosa Sala de Policía 619 de la misma ciudad; un lugar conocido por ser un centro de torturas.
Veinte días después, y tras intensas sesiones de apaleamiento, lo introdujeron en la parte trasera de un Land Rover, desnudo y esposado, para ser trasladado hasta las instalaciones sanitarias de una prisión de Pretoria… a 1100 km de distancia. Debido a la larga distancia que le separaba de los cuidados médicos, pero sobre todo por las severas lesiones cerebrales provocadas por las salvajes palizas, Steve Biko, casado y padre de 4 hijas, falleció el 12 de septiembre, a las pocas horas de llegar a su último destino.
Stephen Bantu Biko se convirtió en el símbolo de la igualdad entre seres humanos. Pero en lugar de desvanecerse en la Historia, Biko dejó una huella indeleble llena de Luz en la lucha contra la segregación y por la dignidad de la condición humana. Con una frase tan lapidaria como actual, sentenció: “si somos libres en el corazón, no habrá cadenas hechas por el hombre con fuerza suficiente para sujetarnos. Pero si la mente del oprimido es manipulada de modo que crea que es inferior, no será capaz de hacer nada para enfrentarse a su opresor”. Y en esas estamos.
El Apartheid, aplicado por las intolerantes de todos los colores y formas, no ha quedado circunscrito a Sudáfrica o Rodesia, ni en la posición geográfica ni en el tiempo.
Desgraciadamente, seguimos viviendo segregaciones dignas de aquel Partido Nacional de Sudáfrica, o de la propia Edad Media.
Otras cosa es que nos resulte tan invisible la obligada separación, que pensemos al unísono -como borregas bien aleccionadas- que todo esto es de otras épocas y que para nada nos concierne, ni siquiera cuando se alude al creciente y palpable antisemitismo que estamos viviendo. Penoso. Muy penoso.
Apartheid académico en el mundo de la Educación, donde no se ofrece un sistema equitativo de desarrollo a quienes pueblan las bancas. Se pretende separar, desde una edad temprana, a las que “valen” de las que están inevitablemente destinadas a transformarse en carne de cañón. Desolador.
Segregación inevitable de las que librepiensan frente al yugo de las dogmáticas, que jamás aceptan como válido un por qué, un cuestionamiento o una simple duda. Cierto es que el pensamiento crítico siempre representa un enorme problema para el poder establecido, sea cual sea, mientras que las que siguen los caminos que llevan a las distintas Romas siempre son las bienvenidas. Faltaría más. Y a nadie parece molestarle esta tragedia con alma de bomba de relojería. Lamentable.
Separación humillante en todo lo concerniente a la mujer. Se culpa a las mujeres de una violación por vestir de una forma determinada o por pasearse en un horario llamado “inadecuado”, sin que a nadie le parezca necesario un profundo examen de conciencia. Sin embargo, es común que muchas (muchísimas) piensen todavía que el Feminismo es un radicalismo innecesario, trasnochado y revanchista; contundente signo de la absoluta alienación social que padecemos mientras que a las mujeres se las sigue ninguneando. Absurdo y patético.
Infranqueable foso entre las ciudadanas de las naciones ricas y las eufemísticamente llamadas “en vías de desarrollo” (otra forma de denominar la miseria). Mientras que en las primeras consumimos por encima de las posibilidades de la Humanidad, en las segundas se revienta y se muere de hambre muy por debajo de lo que deberíamos considerar como el límite vergonzoso que nunca se debe traspasar. Y ni nos inmutamos. Asco.
En misma línea de foso insalvable que a todas nos separa, se encuentran las que huyen de situaciones de pobreza, guerra o persecuciones políticas. Cuando no fallecen a miles en el camino, cometen el delito de lesa majestad de querer comer en el lugar donde nosotras tiramos la comida por toneladas. Entonces, hablamos de “invasiones” como si de la guerra de los 100 años se tratase. Eso sí, se nos llena la boca de Declaración Universal de los Derechos Humanos. Esquizofrenia social, lo llaman. Ojalá nunca nos toque estar al otro lado del foso. Nunca.
Desgaje total entre las políticas (no todas, lo repetimos) y las ciudadanas, que asistimos atónitas día sí y día también, a los particulares “juegos de tronos” de quienes se denominan madres de la patria, mientras se alejan cada vez más de los verdaderos problemas que nos preocupan y/o nos hacen sufrir.
Ni siquiera las alarmantes señales marcando una cada vez más aguda desafección hacia los cargos públicos, y la evidente tendencia hacia el populismo extremo, hace que se rectifique. Lejos de ahí, la consigna parece ser que cuanto más fango, mejor. Sentido de estado dicen que tienen. De locura.
Apartheid también para todas las profesionales del sector público que, dentro de la incomprensión generalizada, tienen que trabajar con medios más que mermados por culpa de un austericidio que sólo favorece a las de siempre. Y de equiparaciones salariales varias, ni hablamos. De puta pena.
Inevitable separación entre las que luchan por salvar un planeta que es de todas, y las que abogan -por acción u omisión- por que plásticos, industrias contaminantes y pesticidas sigan exterminando especies y quemando la naturaleza hasta el día del holocausto final. Desolador.
Infranqueable barrera entre quienes afirman, a pies juntillas, que el capitalismo es capaz de regenerarse a sí mismo para el mayor bien de la Humanidad, y las que demuestran, papel y calculadora en mano, que el colapso del sistema que encumbra las cuentas de beneficios sólo nos llevará a una sociedad más despiadada y totalitaria, férreamente controlada por las megacorporaciones. A veces, las evidencias resultan brutalmente invisibles.
Marginación absoluta, a pesar de las maquilladas apariencias, para las que sufren de una discapacidad, cuya denominación ya indica el camino del pensamiento empleado. Aquí, señoras, o eres productiva o no sirves para nada, o casi. Saque la nariz a pasear de cuando en vez y lo comprobará. Desgarrador.
Aterrador punto de ruptura el que nos envía a esos oscuros tiempos en los que, por tener una determinada orientación sexual, se condenaba al escarnio a las que se atrevían a amar de un modo diferente a lo establecido. En pleno siglo XXI, la imbecilidad y la hipocresía también se visten con alambre de espino. Comprobado.
Separación en estado puro la que quieren establecer las militantes identitarias y nacionalistas de todo pelo (tanto monta…), esas que claman a los cielos para que el derecho que otorga un supuesto suelo patrio pase por encima de lo humano. Son las mismas que no dudan en tildar de traidoras a sus prójimas por el mero hecho de pensar diferente o por no aceptar la imposición de nuevas líneas de demarcación. No aprendemos.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero sería bueno que tuviese en cuenta que estamos consintiendo dócilmente las diferentes versiones del Apartheid que nos están sirviendo. Sería conveniente caer en la cuenta de que estamos aceptando, sin rechistar, el sempiterno credo de que existen seres, razas o conceptos superiores y, lo que es peor, que tienen la potestad de encauzar pensamientos, ideas y destinos.
Quizás sea, pues, el momento de darnos cuenta de que nos están llevando al mismísimo matadero mientras seguimos adulando a las que, vara en mano, nos conducen en dócil rebaño.
Steve Biko dio su vida para poder legarnos la Luz de la Fraternidad.
Nosotras, en nuestro infinito sinsentido, solo sabemos apagarla al tiempo que aplaudimos a rabiar el encendido de las nuevas hogueras. De puta pena.
Nada más que añadir, Señoría.