Apasionado por la mar y los barcos, suelo pasear con frecuencia por nuestros muelles, en algunos casos a hurtadillas pues algunos celadores, quizá excesivamente celosos, en ocasiones me niegan el acceso al Dique de Poniente, me pregunto si por presentar la imagen sospechosa de aquél que pretende introducirse como polizón en alguno de los buques que allí recalan.
Puedo asegurar que no es esa mi intención, sino la de caminar y llevarme en mis retinas, en la de mis ojos y la de mi pequeña Canon, las imágenes que puedan llamarme la atención.
Entre los diversos diques de nuestro puerto, es el de España el que parece haber sido designado para acoger desgracias.
Allí estuvo pudriéndose el “Globe” durante años, allí anda atracado el viejo “Harbour Service Uno”, venido a menos como su nuevo nombre indica, “Uno”, y allí permanece desde hace varios meses el ruinoso “Rhone”, esperando el santo advenimiento de sus armadores, que se hacen esperar más de la cuenta. Junto a él, el Viernes se ha gestado una triste e irreversible desgracia. Dos niñitos ceutíes, de cuatro y cinco años, según leo en el periódico, han perdido la vida, ahogados en el interior de un vehículo que hasta ahora nadie acertó a saber que hacía allí, lo que en realidad sólo importa a las autoridades, obligadas por imperativo legal a explicar hasta lo inexplicable.
El terrible suceso ha conmocionado a la ciudad. Nada hay más triste que la muerte prematura de quienes empiezan a transitar el camino de la vida, sin haber tenido siquiera tiempo de pensar que el vivir es recorrer un sendero que ineluctablemente nos lleva a la nada.
El hecho luctuoso, contemplado desde la óptica de quien anda con el pie en el estribo, recordando que, como decía el poeta, “cuando morimos, descansamos”; no deja de resultar, también, estremecedor, pues si el camino hasta llegar a este punto ha sido la mayor parte de las veces frustrante, difícil y penoso de andar, el recorrerlo “mientras vivimos” resulta ilusionante, siempre en la búsqueda de una felicidad que difícilmente se consigue alcanzar, pero por la que luchamos con ilusión y ansia desmedidas.
No tendrán estos pequeños que transitar las sendas de una larga vida preñada no se sabe de qué faustas o infaustas aventuras.
A mi se me ocurre que hoy estarán disfrutando de una paz infinita, no sé si en el limbo de los justos o en el jardín que su religión guarda para los inocentes.
El hecho es que se fueron para no volver, nunca jamás, y que la esperanza de que hayan encontrado esa felicidad, que quizá no hubieran podido alcanzar luchando contra el tiempo, ayudará a soportar su pérdida a quienes los querían. A mí, desde luego, me consuela, porque pienso que ellos. si que han encontrado la Paz.