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La lucha contra el “dariya”

Ceuta es la hipocresía por antonomasia. Tras muchos años de siesta y desconcierto, el pensamiento mayoritario, encarnado políticamente en el PP, ha llegado a la conclusión de que la única forma de subsistir mientras el futuro encuentra acomodo por sí mismo, es vivir en un equilibrio artificial en el que dos partes irreconciliables puedan soportarse mutuamente sin excesivos conflictos. Quienes así piensan están convencidos de que es absolutamente imposible construir una sociedad intercultural efectiva y sincera. Este hecho, unido a una insoslayable realidad, desemboca en una formulación teórica sobre la que se asienta el Gobierno de la Ciudad y la mayoría que lo avala. Consiste en establecer un modelo de convivencia disociada en dos planos. Se tolera la existencia de la comunidad musulmana, a cuyos integrantes se les respetan todos sus derechos constitucionales (más por obligación que por convencimiento); pero procurando que queden constreñidos al ámbito de lo privado. La vida pública debe estar inspirada, impregnada y conformada por las señas de identidad primigenias exentas de contaminación. En la estructura social, la posición de subordinación del colectivo musulmán debe permanecer inalterada. Este es el punto exacto en el que nos encontramos. Y que nos arrastra a una infame esquizofrenia que cada vez es más difícil gestionar. Estar constantemente saltando de la crítica ácidamente racista a un disimulado respeto, según el entorno, el auditorio o la situación, es un insano ejercicio de funambulismo intelectual de muy corto recorrido. Porque el problema de esta senda, elegida por la mayoría, es que no es sostenible en el tiempo. Una venda sobre los ojos, por sofisticada que sea, sólo puede producir un alivio fugaz. La ficción está condenada inexorablemente a la caducidad.
En esta coyuntura, en la que la realidad presiona en una dirección contraria a los deseos del poder establecido, el “dariya” se ha convertido en línea roja. Plantear el reconocimiento (y tratamiento) institucional del “dariya” cómo una claudicación, o una victoria según los casos, es un tremendo error que abre una brecha tan perniciosa como innecesaria. El PP debería reflexionar sobre la deriva que puede tomar este posicionamiento. El tiempo no siempre arregla las cosas. Es más, con mucha frecuencia, termina por estropearlas definitivamente.
El PP, que manifiesta en el Pleno de la Asamblea (con la solemnidad que ello confiere), su respeto y apoyo al árabe ceutí, ha lanzado una ofensiva en el ámbito del debate público sobre esta cuestión. Los escritos al respecto, publicados en este diario por su politólogo de referencia debidamente aleccionado, pretenden aportar argumentos científicos para justificar la inacción. Sin embargo, el argumentario utilizado, en su conjunto y al detalle, adolece de una absoluta falta de rigor porque está mal enfocado y plagado de trampas.
En primer lugar, y antes de entrar de lleno en la cuestión concreta, es preciso fijar el marco del debate. Y para ello es un requisito indispensable definir el término “integración”. En su primera acepción, acuñada hace décadas, la integración social se concebía como un proceso de adaptación del inmigrante a la comunidad receptora. Según esta idea, el sujeto advenedizo debe asumir e interiorizar los elementos culturales fundamentales de la sociedad de la que pretende formar parte. Este concepto está superado. La dinámica social alimentada por la globalización ha reconstruido esta idea hasta concebirla como “interculturalidad”, que se basa en la reelaboración de los principios y valores sociales, a partir de un complejo proceso de fusión de culturas, en el que nadie debe renunciar a sus señas de identidad. Pero es que ni siquiera éste es el caso. No estamos hablando de un colectivo inmigrante, sino de ¡ciudadanos autóctonos de esta tierra! Esta es la primera premisa que debe establecerse para que el debate no quede desnaturalizado. ¿Qué pretende el PP, una sociedad intercultural o forzar un proceso de integración a la antigua usanza? La respuesta a esta pregunta condiciona las conclusiones posteriores. Pero aquí, el PP, tropieza con un obstáculo insalvable. ¿Es posible promover un proceso de integración que afecta al cincuenta por ciento de la población autóctona? Independientemente de que pueda parecer mal o bien, es sencillamente imposible. Nunca conviene perder de vista una sentencia magistral de Carlos Marx: “Un problema cuantitativo se convierte en un problema cualitativo”. Pretender en estos momentos una especie de “reconversión” de la mitad de la población es tan injusto como estúpido. Nadie tiene derecho a exigir a una persona que renuncie a la lengua en la que expresa sus sentimientos más íntimos. Estamos ante un planteamiento que sólo puede generar frustración en un lado, indignación en otro, y crispación en el conjunto.
En segundo lugar, se incurre en una falacia que permite construir un silogismo incorrecto: “Se quiere convertir el árabe ceutí en una lengua cooficial, como esto no es legal, la pretensión deviene en imposible”. Estamos ante una torpe manipulación. Nadie ha reivindicado la cooficialidad del árabe ceutí. Premisa falsa, conclusión falsa.
Los argumentos, supuestamente científicos, para devaluar esta lengua hasta obviarla, provocan un cierto sonrojo. Porque cuestionar la existencia del “dariya” por su origen histórico o su estructura lingüística, sólo es posible desde una preocupante cerrazón mental o desde un inadmisible cinismo. ¿Hay alguien en su sano juicio que pueda negar que el “dariya” es, de hecho, una lengua que se practica con normalidad por un sector amplísimo de la población de Ceuta?
Es a partir de este reconocimiento (que no es más que la constatación de la realidad social) donde se puede (y debe) entablar el debate público. ¿Cuál es la mejor manera de tratar, desde las instituciones, un hecho social de gran relevancia y  notables consecuencias? Deberíamos encontrar los instrumentos más adecuados, los procedimientos más acertados y los límites más convenientes para normalizar el uso de esta lengua. Se abre un vasto espacio para la opinión.
El PP debe cambiar de actitud. Tiene una enorme responsabilidad en esta Ciudad, en términos históricos, que no está asumiendo. El frente de nostálgicos irredentos no puede imponer su criterio inmovilista, porque ello supone cerrar el paso al futuro. La opinión de cada ceutí es importante. Los caminos, los ritmos y las intensidades pueden estar en discusión. Pero lo que a día de hoy se puede considerar como axioma, es que Ceuta será una sociedad intercultural o no será.

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