No somos simples espectadores de lo que ocurre en el mundo; tanto en los alrededores de cualquier persona como más allá de ese entorno que, conforme pasa el tiempo, lo queremos hacer más pequeño, reducido a la mínima expresión de uno mismo. Ni siquiera la propia sombra personal porque se busca la oscuridad. Pasar desapercibido, como si no se existiera para los demás, es el ideal de muchas personas. Se pretende, así, no ser molesto a nadie cuando, en realidad, lo que se consigue es no prestar ayuda a ninguna otra persona. Se intenta borrar de la mente y del alma todo aquello que pueda dañar o disminuir el egoísmo personal. Uno se considera libre no ya de cualquier carga ajena sino que incluye - en ese falso concepto de libertad - cualquier detalle que no le guste y que pueda haberse introducido en su ámbito personal, en sus costumbres más o menos simples.
A poco que cualquier persona con sentido de responsabilidad se interese por las noticias, proporcionadas por los medios de comunicación, se podrá dar cuenta de que hay cuestiones que no están todo lo bien que debieran, o que incluso están rematadamente mal. Su conciencia se siente dañada - a veces gravemente - y estima que es necesaria una reacción ante esos hechos. Reacción que no basta con el sentimiento personal, por muy hondo y sincero que sea; hace falta una actitud mucho más positiva, más activa, más cerca de la realidad de los hechos o de las causas que los motivaron, con objeto de ayudar a que no se vuelvan a producir esas malas o equivocadas actuaciones. Y no basta con ser crítico desde la barrera; hay que bajar a la arena para vivir seria y personalmente la acción que a veces será sencilla de enmendar pero que otras requerirán mucho arte y ciencia - mucha calidad en suma - para llevar a buen fin una cuestión complicada y hasta muy peligrosa.
Desde niños recién nacidos - desde antes incluso - empezamos a contar en la sociedad y no como un simple número sino como una persona llamada a hacer el bien en toda ocasión y lugar. Es cierto que son muy distintas las condiciones que se dan en cada familia. pero ahí ya comienza la necesidad de la lucha a la que estamos convocados. A todas partes hay que llevar amor - materializándolo según las circunstancias de cada caso - y no se debe ignorar a los demás, a nadie, limitándonos a lo cómodo o agradable. ¡Claro que es enorme la labor a desarrollar! Lo es, sin duda alguna, y ello señala la importancia de la lucha a que todos estamos convocados. Lucha dura y difícil a la que a veces, desgraciadamente, le damos la espalda, aunque con ello sólo se consigue que el peso de la culpa sea mayor. No perdamos ocasión de hacer siempre el bien; todos lo necesitamos.
Hay que estar en la vida de la sociedad, sin ignorar ni menospreciar nada de ella. Quizás nos damos cuenta, en ese estar presente, que nos falta algo de preparación; de esa preparación que proporciona fortaleza al alma. Tal vez nos hemos descuidado algo, o habíamos creído que ya sabíamos todo lo que había que saber. No es así porque las cosas del alma, las que son su fundamento vigoroso, han de estar en permanente puesta a punto. Son muchas las infiltraciones posibles de dudas o de puntos de vista que se apartan de la verdad y hay que luchar contra ellas. A esa lucha estamos convocados, todos sin excepción alguna; a mejorar en nuestra calidad humana con limpieza en el pensamiento y en el alma, para ser fuertes y ayudar a quienes necesitan de todo ese apoyo que todos podemos y debemos ver.
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