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La leyenda del Molinillo I

Desde siempre los cuentos y leyendas se han ido transmitiendo de generación en generación. La narrativa de hechos naturales o sobrenaturales, incluso sobre sucesos verídicos han acompañado al hombre durante toda la historia. En los tiempos modernos, donde imperan tantos adelantos técnicos y juegos electrónicos, el niño se ha inclinado más a la practica de estos últimos, y no, a lo que hace muy poco tiempo era su gran ilusión; que alguien le contara un cuento, especialmente en sus años más infantiles. Yo no he sido ajeno a esta costumbre y cuando niño, me ilusionaba que una persona mayor me contara una de estas leyendas, y más en concreto que lo hiciera mi abuelo paterno, con el que me crié. ¿Que niño de antes no se ha visto trasladado al mundo de “Las mil y una noches”, o no ha temido la voracidad del “Lobo feroz”?.
Aquellas noches de invierno al rededor de una mesa de camilla y al calor de un brasero, era el escenario idóneo y el que más comúnmente daba pie al “Erase una vez”. Entonces la comunicación entre los familiares, era mucho más fluida. Había más diálogo. Hoy en una misma vivienda podemos tener dos o más televisores u ordenadores, de tal manera, que cada componente familiar, bien ante el televisor u ordenador, vive su vida, al margen total del otro. El contacto o la relación ha sufrido un gran deterioro y el televisor u ordenador, hace las veces de tabique, que de alguna manera, separa a padres de los hijos y la convivencia entre hermanos. .  
Quiero hacer también un recordatorio a aquellos contadores de historias, leyendas o sucesos, que en mi niñez acudían a Ceuta y en la puerta de acceso al Mercado de Abasto o cualquier otro lugar del Puente Almina, se instalaban con un gran cartel a modo de cómic y una vara con la que iba señalando el momento y la escena, a la vez que narraba los hechos acaecidos. Allí se paraban un gran número de transeúntes, todos embobados escuchando la narración, hasta el momento que pasaban el plato para recoger algunas monedas, que se aprovechaba para darse el bote.  
Nuestra historia o leyenda, según ustedes la quieran definir -me contaba mi abuelo-, se desarrolló al oeste de Ceuta. Probablemente en el mismo lugar que la Mitología Griega, consideraba el final del mundo. Allí donde la ninfa Calipso habitara una espaciosa gruta donde siempre ardía un enorme fuego de cedros y tuyas, cuyo aroma perfumaba los alrededores. Hasta aquí llegó Ulises en una balsa, que tras partir un rayo su nave, se fabricó con un trozo de la quilla, otro del mástil y una piel de buey. Pues en este mismo lugar -no sé, si antes o después que Hércules separara las dos columnas del Estrecho de Gibraltar abriendo paso desde al Mediterráneo hasta el Océano Atlántico-, vivió un viejo mago llamado Anfos, que habitaba una modesta cabaña cercana a la playa.
Aquel buen hombre, se ganaba la vida vendiendo sal -por entonces el agua del mar era dulce y la sal un producto muy cotizado-. El mago poseía un molinillo mágico y con él, producía toda la sal que solicitara el comprador. Además era dueño de un pequeño bote que le servía para trasladarse a los barcos que arribaban a la playa en busca del salado producto.
Cuando la nave se fondeaba cerca de la playa, el anciano mago embarcaba en su pequeño y viejo bote, llevando a modo de bandolera una bolsa en cuyo interior guardaba el molinillo.
Al arribar a un costado de la nave, Anfos era saludado por el capitán del barco e invitando a subir a bordo. Una vez en cubierta,  le solicitaban que llenara las dos bodegas del barco. Un marinero levantaba el tambucho de una de ellas y Anfos acercándose a la boca de entrada, extraía el molinillo de la bolsa y  pronunciaba estas palabras:
-Molinillo, molinillo, sal has de verter la que sea menester.
Acto seguido el molinillo comenzaba a generar sal y más sal, de manera que al poco rato, la bodega estaba totalmente llena. Sin que parara de emanar sal de aquel mágico molinillo, Anfos se dirigía a la otra bodega, que previamente el mismo marinero había destapado y dirigiendo el chorro de sal que salía del molinillo a la entrada, comenzaba a llenarla también hasta que estaba repleta.
Anfos después de recibir el dinero acordado con el capitán del barco, se dirigía a su pequeño bote -sin que el molinillo dejara de funcionar-, y de camino a tierra, el mago hacía un gesto y el molinillo paraba, siendo devuelto de nuevo al interior de la bolsa de donde había sido extraído.
De esta manera aquel buen hombre se ganaba la vida. Lo barcos arribaban y fondeaban en su playa para cargar la sal, que por entonces era un producto muy codiciado por todos, dado el poder que posee de enriquecer el sabor de los alimentos, además de conservar durante largo periodo de tiempo la carne y el pescado. Los barcos partían de aquella playa y ponían rumbo a levante. Unos se dirigían hacia las costas africanas y otros a las europeas, donde vendían a buen precio el apreciado producto.
Uno de los asiduos compradores que frecuentemente visitaba al viejo Anfos, era un mercader llamado Ruyán, propietario de un gran barco. Era un hombre ambicioso y pendenciero. En uno de sus viajes rumbo a la playa de Anfos, el mercader iba pensando lo rico que sería si lograra arrebatarle el molinillo mágico al mago. Total era un pobre viejo que no le opondría mucha resistencia. Así evitaría tener que cruzar los mares, siempre expuesto a temporales y a vientos desfavorables. Además se ahorraría de pagar a los remeros de su barco, parte de los beneficios. Aquel viejo -pensaba-, no merecía poseer semejante tesoro como era el molinillo, dada la poca rentabilidad que le sacaba. Cobraba la sal muy barata, quizás ignorando los altos precios que lejos de allí pagaban por ella. De esta manera pensaba Ruyán, que cada vez más se iba acercando a la playa. Esperó que se hiciera de noche, para fondear la embarcación cerca de la cabaña que habitaba Anfos. Aquella oscura noche, utilizando un bote de remos, se fue acercando hasta la orilla, donde varó la embarcación y sigilosamente se dirigió a la cabaña. No le fue difícil penetrar en ella y una vez dentro, de un golpe de cuchillo asesinó a Anfos que dormía plácidamente y robó la bolsa con el molinillo dentro.
De regreso al barco, subió a bordo y esperó el amanecer. Al despuntar el día ordenó elevar ancla y puso rumbo a Orán que era uno de los puertos donde más se cotizaba la sal. A la altura de Ceit -la actual Ceuta-, Ruyán extrajo el molinillo de su bolsa y acto seguido pronunció estas palabras:
-Molinillo, molinillo, sal has de verter la que sea menester.
De inmediato el molinillo comenzó a verter sal sobre una bodega del barco. Una vez llena, inició el llenado de la otra. Cuando estuvo repleta, el malvado mercader gritó al molinillo para que cesara. Todas las intentonas fueron inútiles, el mercader ignoraba la forma de hacer parar al molinillo que continuó vertiendo sal y más sal hasta que la cubierta del barco estuvo repleta. Ruyán era incapaz de detenerlo y este seguía y seguía vertiendo, hasta el punto que el barco no pudo con tanta carga y se hundió, ahogándose Ruyán y toda su tripulación. El barco se fue a pique a la altura de lo que hoy es Punta Almina y allí en el fondo del mar, el molinillo sigue vertiendo sal, de tal manera, que hoy el agua del mar es salada y no dulce como era entonces.

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