Categorías: Opinión

La ley del silencio

En anteriores escritos tuvimos, desgraciadamente, la oportunidad de comentar la tragedia que se ha cebado sobre tres familias españolas, ceutíes, que han sufrido la pérdida de sus hijos por participar en la guerra civil que asola Siria. Nos preguntábamos cuáles eran las razones que motivaron el abandono de sus esposas e hijos, el alejamiento de sus padres y sus familias para adentrarse por un camino incierto y lleno de peligros, en el que han encontrado la muerte de forma violenta, dicen, que por luchar al lado de sus hermanos sirios musulmanes, como si los que combaten en el otro bando fuesen marcianos. Desde luego, fuesen las que fuesen, ninguna de ellas se me antoja buena, porque si un musulmán quiere comprometerse con sus hermanos y el resto del prójimo, trabajo no le va a faltar aquí, donde tantas carencias se sufren en lo económico, en lo social, en lo cultural, en lo educativo y en lo cívico. Y no sólo los musulmanes saben de qué estamos hablando, sino cualquier vecino de nuestra pequeña ciudad, sea cuál fuese su identidad religiosa o ideológica. No nos engañemos y pongamos a cada cosa su nombre, pues, estos tres paisanos, como se ha reconocido, estaban, al parecer, vigilados por las fuerzas de seguridad y aún así se permitió que viajasen al exterior, por lo que las motivaciones que tuvieron para hacerlo no son nada encomiables desde un enfoque musulmán. Cómo va a serlo, si proclamamos al Islam como una religión, que ve traicionados todos sus esfuerzos por presentarse ante el mundo como una alternativa espiritual de paz, amor, libertad y justicia. Parece preciso seguir aclarando a algunos que han sacado a nuestra religión de sus justos y verdaderos cauces, que no podemos poner a Dios de nuestra parte, sino que debemos estar de la suya y ésta no está en ninguna religión porque Él no es musulmán de la misma forma que no es ni judío, ni cristiano ni budista, sino en todas aquellas que proclaman los valores a los que acabamos de señalar.
Es preciso que nos comprometamos con la verdad de una vez por todas y llamemos a cada cosa por su nombre, de la misma forma que es preciso levantar, para que resplandezca toda esa verdad, la espesa cortina de silencio que se ha echado sobre éste y otros temas anejos por los medios, las autoridades y los representantes de las comunidades musulmanas. La comunidad musulmana no debe cargar con el desvarío de aquellos que envenenan con la violencia, el odio, la opresión oscurantista y la injusticia (el polo opuesto de todo aquello a lo que nos referimos antes) a nuestros hermanos, indefensos e inermes muchos de ellos, ante el infamante discurso que corrompe a nuestra fe y a nuestras comunidades. Constituyendo motivo de alarma para el conjunto de la población. De esta forma no conseguiremos nunca un papel de relevancia en la sociedad donde nos desenvolvemos, una sociedad abierta y plural cuyo centralidad se halla en la realidad y el concepto de ciudadanía, límite más allá del cual sólo se reproduce el caos, la violencia y la tiranía del signo que fuere. Mirando hacia otro lado y no asumiendo nuestras responsabilidades como ciudadanos, sea a título personal o como integrantes de asociaciones y comunidades, no acabaremos nunca de situarnos donde nos corresponde en el siglo XXI, y no lo decimos por la mera adaptación a las condiciones tecnológicas, sino porque la base inalienable de ese desarrollo científico-técnico se basa en la libertad de pensamiento y de expresión. Parece evidente, que determinados discursos y nos referimos al salafista, al yihadista y al integrismo más cerril, están fuera del proyecto de la modernidad y del Islam. Y si no es así, que se diga abiertamente y que cada palo aguante su vela. Es exasperante el silencio de las comunidades musulmanas ceutíes, adoleciendo de coraje democrático (quizás por la carencia de estructuras democráticas y de transparencia en las que no abundan) y de principios sólidamente asentados, para no haber intervenido públicamente condenando con la mayor energía,  ideas, comportamientos y actos que van en contra de los principios morales y éticos que rigen nuestra religión. Por no comprometerse, no sólo como musulmanes, sino como ciudadanos, en la erradicación de una plaga que de no reaccionar, nos dejará sin el sustento espiritual que el Islam nos ofrece y no esa tosca caricatura, oscurantista y liberticida, que se nos quiere imponer. Si es incompresible e inaceptable la actitud callada de los representantes de las comunidades musulmanes, no lo es menos la de los partidos políticos, sindicatos y asociaciones ceutíes, tan prestos a perorar sobre asuntos tan lejanos como Siria, mientras pasan de puntillas por los numerosos problemas que tenemos en nuestra propia casa. Es hora de sacar la cabeza de debajo del ala y enfrentar la realidad de los hechos para decir basta a esta amenaza que no por ser ignorada es menos tangible y objetiva.

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