Categorías: Opinión

La lengua de las mariposas

Una reunión de trabajo en Madrid y la participación en las XXXV Jornadas de Economía de la Salud en Granada, sobre Salud, bienestar y cohesión social, me han tenido toda la semana fuera de Ceuta.

Sin embargo, los correos de los compañeros y los medios digitales me han mantenido al tanto de la actualidad local. De esta forma me he podido enterar de los últimos acontecimientos en la educación ceutí. Me refiero a la “depuración” de Directores de centros educativos llevada a cabo por orden directa del Ministro Wert, y ejecutada fielmente por su “comisario político” en Ceuta, el Director Provincial de Educación, Cecilio Gómez. Esta acción se suma a la de la semana anterior, en la que el Ministerio, con el pretexto de “racionalizar”, había decidido suprimir, sin más consenso previo, todos aquellos Bachilleratos que no contaran con un número mínimo de 30 alumnos. Fue justamente en el transcurso de estos hechos, cuando la televisión pública volvía a emitir la película de José Luis Cuerda La lengua de las mariposas. Es un film que en su día me impresionó y me hizo reflexionar profundamente acerca de la infinita “maldad” que a veces puede albergar el corazón humano. Unos años antes, un grupo de jóvenes, que lo habíamos dado casi todo por el bienestar de nuestros vecinos, éramos insultados e injuriados por una jauría humana, cuidadosamente jaleada y manipulada por un personaje gris, que en aquellos momentos ejercía de párroco local, pero que no había dudado en mentir acerca de nosotros (pese a que su religión considera esto un pecado), con el claro objetivo de levantar a los vecinos en nuestra contra. Afortunadamente, el Arzobispo, al ser informado de la maniobra, cesó fulminantemente al individuo y lo trasladó a otra parroquia. Pero también esta película es un homenaje a los maestros de la República española y al programa de reforma del sistema educativo que entonces se llevó a cabo, frente a un sistema obsoleto, subordinado a la Iglesia católica y discriminatorio para con los que no tenían posibilidades económicas de continuar en la enseñanza secundaria, tras estudiar la primaria. El pedagogo Francisco Giner de los Ríos definía la situación de entonces así: “De todos los problemas que interesan a la regeneración político-social de nuestro pueblo, no conozco uno solo tan menospreciado como el de la educación nacional”. Gracias a dicha reforma, se construyeron escuelas, se dignificó al maestro aumentándole sus retribuciones (¡pasas más hambre que un maestro!…se decía entonces), se estableció un sistema unitario de tres ciclos y se fomentó una pedagogía activa y participativa, con una concepción laica de la enseñanza. Por esto, el maestro que nos muestra la película, magistralmente interpretado por Fernando Fernán Gómez, es el que con sus buenas artes se esforzaba por entrar en el mundo de los estudiantes y trabajar en el contexto en el que se movía, aportando su experiencia como maestro, pues “no es lo mismo trabajar con alumnos que cuentan con todos los recursos que hacerlo en condiciones de enorme pobreza”. Pero la guerra civil de 1936 desencadenó una terrible matanza en la retaguardia de ambos bandos. En el caso del denominado “bando nacional”, las matanzas sistemáticas de maestros están muy documentadas. Es lo que nos resalta la película, que tiene un final aún más triste, cuando Moncho, el niño al que había enseñado pacientemente Don Gregorio, lo persigue tirándole piedras al camión que lo llevaba para ser fusilado, gritándole “¡Tilonorrinco! ¡Espiritrompa!”, a modo de insulto, y que habían sido dos de las palabras que le enseñó el maestro. En Ceuta también ha habido una depuración política. No tan grave como la de la Guerra Civil, pues no van a fusilar a nadie, pero sí del mismo signo político. Efectivamente, valorar con las mínimas puntuaciones a directores veteranos, algunos con casi 30 años de experiencia, respetados y queridos por alumnos, padres y compañeros, sin dar la más mínima explicación técnica de la actuación, no sólo vulnera los más elementales principios constitucionales de mérito y capacidad, sino también las obligaciones que tienen los funcionarios de ejercer su trabajo con objetividad y buscando el interés general. Y aunque todo ello se verá, con toda seguridad, en los Tribunales de justicia en el momento oportuno, no por ello impide que el atropello sea contestado y protestado por todas las personas de buena voluntad. Pero lo realmente indignante es que todo ello haya sido ejecutado por una persona que presume de ser jurista. Y además, que lo haga en nombre de una supuesta racionalidad, que no le ha importado que se vulnere, cuando ha afectado a sus propios intereses. Y es que ¡no es lo mismo predicar que dar trigo!

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