Categorías: Opinión

La lección de Noruega

El terrible atentado de la pasada semana en Noruega no deja de sorprender a todo el mundo. Primero porque lo haya cometido una sola persona. Segundo, por la gravedad de la tragedia vivida por decenas de jóvenes. Tercero, porque sea obra de la extrema derecha europea y cristiana, que así se suma a la barbarie de la extrema derecha árabe y musulmana. Cuarto, por la reacción de las fuerzas políticas noruegas, que con su unidad y claridad de ideas, han dado una lección de civismo y democracia al mundo. Noruega es uno de los países europeos, no miembros de la Unión Europea, que ha alcanzado una de las más altas cotas de bienestar del mundo. Y no sólo por el petróleo. Ya antes eran un gran país. Pero hasta con el petróleo han demostrado ser un país avanzado y han constituido un fondo de ahorro que hoy controla el uno por ciento del total de movimientos de capitales del mundo. Es decir, los gobernantes noruegos, en lugar de lucrarse personalmente con los beneficios del petróleo, como han hechos sátrapas de muchos países (Guinea, Arabia, Libia,….), han creado un fondo, que es propiedad de todos los noruegos, en el que invierten todos sus ahorros y, de esta forma, aumentan el bienestar de sus gentes. Por esta razón, no es casual que no superen el 4% de paro de su población activa.
Según hemos podido leer y escuchar en los medios en estos días, en Noruega era muy difícil encontrar un policía armado. Los índices de tolerancia y de respeto por los derechos humanos son de los más altos del mundo. Y ello, a pesar de que su población inmigrante está en el 10% respecto a su población total, en sintonía con la media de los países europeos. Son el segundo país del mundo en renta per cápita y el primero en índice de desarrollo humano. Es evidente que bienestar, riqueza, tolerancia, democracia y respeto de los derechos humanos van de la mano. Por eso los noruegos pagan altos impuestos. Pero no les importa, pues el gobierno invierte con eficiencia estos ingresos.
La respuesta que ha dado el primer ministro de Noruega, y el resto de fuerzas políticas, es que lo sucedido en la isla de Utoya no les va a hacer cambiar su forma de vida. Que van a responder con más democracia a la barbarie. Como decía la periodista noruega Asne Seirstad hace unos días, la forma de claudicar ante los terroristas es “dejar de confiar los unos en los otros, permitiendo que la sospecha se instale donde antes vivía la confianza'.
Hace tiempo que algunos intelectuales vienen advirtiendo del peligro que supone dejarnos llevar por nuestros sentimientos racistas y permitir que personas insensatas e inconscientes, propaguen el odio al diferente, por el hecho de ser pobre y venir de otro país. Que un grupo de desalmados, amparados en una interpretación torticera e interesada del Corán, fueran capaces de provocar los atentados del 11-S en Nueva York, o los del 11-M en Madrid, no nos autoriza a pensar que todos los musulmanes son terroristas, ni que los inmigrantes musulmanes en Europa nos están invadiendo y van a acabar con nuestras costumbres. Tampoco, porque un radical blanco, rubio, alto y cristiano, haya acabado con la vida de decenas de jóvenes laboristas noruegos, los más progresistas de esa formación, podemos concluir que todos los conservadores de extrema derecha son terroristas. Pero sí debemos estar atentos al peligro que supone la extensión de la islamofobia entre nosotros, que como dice Josep Ramoneda, “canaliza los resentimientos, los miedos y las paranoias de una Europa en crisis económica, política y moral”, como en los años treinta lo hizo el antisemitismo. Por mucho que autores, supuestamente progresistas, como Nicolás Sartori, nos digan que el multiculturalismo es imposible con el Islam.
Quizás no se trate de ese multiculturalismo mal entendido, que permite que sigan existiendo guetos entre las razas. Es posible que el futuro de la humanidad esté en el mestizaje.
Por lo pronto, me quedo con la lección de civismo de los noruegos, que reafirma mi compromiso de seguir aportando mi grano de arena a favor de un mundo en el que no haya diferencias entre los seres humanos en razón de su raza, sexo, situación económica o país de procedencia; lo que supone una obligación de denunciar a todos aquellos inconscientes que, por hacerse notar, siguen lanzando incendiarios e irresponsables libelos, incluso desde estas páginas de opinión.
Dentro de unos años, cuando mi preciosa nieta tenga uso de razón, si sus padres me lo permiten, la llevaré a Nueva York, para que contemple el impresionante edificio que se habrá construido en la denominada zona cero. Y después iré con ella a la isla de Utoya. Le explicaré que en estos dos lugares, fanáticos de uno y otro mundo, intentaron acabar con el futuro de la humanidad. Espero que para entonces la razón haya superado a la barbarie y el mestizaje sea una realidad entre nosotros.

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