Es más que frecuente, en un mundo lleno de injusticias y de abusos, que la frustración producida por esas situaciones sea una dominante en nuestras vidas.
Ejemplos no faltan, desgraciadamente. Asistir en directo a las primeras consecuencias del alarmante cambio climático mientras las políticas, al servicio de los distintos lobbys, desmienten esta realidad y/o potencian las energías contaminantes es uno de ellos.
Ver cómo decenas de millones de seres humanos se mueren de no tener NADA que comer, mientras en el primer mundo se tiran toneladas de alimentos, es otro ejemplo.
Saber cómo en las llamadas guerras olvidadas se siguen vendiendo armas prohibidas para pertrechar, entre otras, a niñas que desde los 10 años solo saben asesinar, también es otra buena muestra.
Asistir al vergonzoso espectáculo de unas políticas –no todas, lo reitero por enésima vez- que se enriquecen con corruptas comisiones mientras a las ciudadanas nos reclaman austeridad, es otro de los miles de ejemplos que podrían ponerse.
En este H2SO4 no nos olvidamos del lamentable estado de la sanidad, de la penosa situación de la educación, del atraco a la hucha de las pensiones, de la miserable falta de medios en la lucha contra la violencia machista, de la muerte de decenas de miles de seres humanos buscando un mundo mejor.
Tampoco quedan al margen la brutal contaminación de los mares y de los ríos, situaciones provocadas por los codiciosos intereses de las de siempre. El largo etcétera que nos escandaliza en grado sumo se nos antoja prácticamente interminable.
La respuesta que invariablemente surge de nuestro interior ante tanta barbarie patria y foránea suele formularse entre interrogaciones: “¿y qué puedo hacer yo si estoy solo?”. La frustración en estado puro está servida y las buenas intenciones iniciales perecen casi antes de germinar.
Hábilmente domadas para no ser ni tener sentido crítico ni espíritu rebelde, todas terminamos por maldecirnos encerrándonos en el fatalismo para, finalmente, no hacer nada.
Con todo, quizás haya llegado el momento de imaginarnos una nueva perspectiva de las cosas ante esta avalancha de brutalidades que padecemos.
Porque, si bien es cierto que las situaciones expuestas refuerzan el sentimiento de aislamiento, no es menos verdad que esa misma sensación nos embarga a todas.
Sí, es verdad, somos pequeñas parcelas contestatarias, carentes de fuerza y futuro frente a la maquinaria de las poderosas. Pero al mismo tiempo, nuestra falta de compromiso provoca que evitemos plantearnos que la suma de diminutas islas pueda llegar a ser tan grande como un continente.
¿Utopía? Vamos a comprobarlo.
De ser incierta esta exposición, en nuestro mundo y en el año 2017 el señor feudal aún tendría sobre nosotras derecho de vida o de muerte, las niñas de nueve años aún bajarían a la mina, no tendríamos derecho alguno a vacaciones o días de descanso, la huelga sería sinónimo de pena de muerte y las mujeres no podríamos votar, conducir, trabajar o tener una simple cuenta en el banco sin la pertinente autorización de un hombre.
Y no, las conquistas no llegaron del cielo, fueron el fruto de unas mujeres que creyeron en el proyecto federalista de aunar esfuerzos para arrancar avances al Poder de turno. La suma de islas se hizo efectiva y los resultados, si bien con amenazas de recortes, los disfrutamos hoy.
Quizás tengamos que ir a ejemplos más gráficos y explicar que una playa es una acumulación de granos de arena, que una granada son cientos de semillas compactadas y solidarias entre sí o que un océano lo forman una infinidad de gotas de agua armoniosamente agrupadas. Resulta evidente que la naturaleza nos muestra el camino de la razón, mientras que la irracionalidad suele viajar a lomos de la intolerancia.
Así pues, o nosotras tomamos consciencia de que nuestra unión hace nuestra fuerza, o una a una seguiremos siendo presas fáciles para las depredadoras sociales.
Al final va a ser cierto el viejo adagio anarquista de que la emancipación de las trabajadoras ha de ser obra de las trabajadoras mismas, entre otras cosas porque es una labor necesariamente colectiva y sin intermediarias.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero corren tiempos en los que la solidaridad y el apoyo mutuo son vitales para nuestra supervivencia como seres libres.
Ya lo sentenció el poeta, periodista y político argentino José Hernández en su obra Martín Fierro: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”.
Para más contundencia, las cadenas.
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