En nuestra ciudad se vive la política como en cualquier otro sitio de España. Unas veces de forma más vehemente que otras. Incluso en los plenos de nuestra representativa Asamblea, se han celebrado algunos con más penas que glorias, y pese a todo, las únicas alteraciones que yo recuerdo, siempre fueron inmediatamente excusadas.
Todo el mundo sabe que la existencia continuada de una forma de hacer política basada en la declaración explosiva, el ruido y la algarada no puede traer nada bueno a la democracia. Con discreción, constancia y perseverancia se consigue mucha más justicia social que con el confrontamiento descarado y el escándalo.
La sensatez en la política, suele ser una cualidad propia de aquellos que también ejercen la templanza, y nunca la he visto en los que siempre estaban detrás de la pancarta o en el populismo más seductor. Y sensatez es lo que parece que está faltando atendiendo a los titulares que últimamente salen en los periódicos de esta Ciudad.
Las declaraciones de la oposición sobre las actuaciones de la policía en la barriada Príncipe Alfonso son un claro ejemplo de inoportunidad política. Una oposición debe ser leal con las instituciones democráticas y no debe perjudicar la imagen de las mismas. Si la oposición cree que se ha cometido algún delito con estas acciones, está en su deber acudir a los juzgados y denunciarlo; si no es así ¿Qué creen que consiguen intentando criticar las ya de por sí difíciles acciones de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado?
Otra insensatez, de una gravedad alarmante, es la agresión que ha recibido el líder de la oposición en su propiedad privada, porque por muy comunista, marxista o socialista que sea, les aseguro que su vehículo, es su propiedad privada, y eso, además de causarle un perjuicio económico, le ha causado un daño moral difícilmente reparable.
Creo, en mi opinión, que con mayor o menor grado de oportunidad y extensión, en esta ciudad, uno siempre ha podido decir lo que pensaba. Incluso lo han hecho aquellos que ideaban en contra de la Constitución o la ley natural, estableciendo con esto un grado de permisividad que atentaba contra el Estado de Derecho. O lo que es lo mismo, hemos sido tan garantistas del Estado de Derecho que hemos consentido la creación de “quintacolumnistas” que han atacado al propio Estado de Derecho.
La defensa acérrima de la libertad de opinión, se ha transformado en “aquí todo vale”, y esto ha derivado en la generación de un estado de crispación continuado, que ha permitido que afloren los más bajos instintos de indeseables cuyas capacidades no les permiten realizar otro tipo de acciones más civilizadas para defender sus ideas. El resultado, ya lo estamos viendo.
La solución no se encontrará en coartar libertades, sino en realizar un ejercicio de responsabilidad pública a la hora de expresar nuestra opinión. Pero eso, quizá, es pedirle peras al olmo.
Jorge Uriel Gómez
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