Opinión

La imagen

Nos puede parecer normal cuando no lo es. La fotografía de ese chico sobre una cámara neumática en medio del Estrecho ha terminado protagonizando los telediarios nacionales. Se salvó de milagro, después de que la tripulación del Avemar Dos se topara con él cuando cubría la ruta Ceuta-Algeciras. Unos pantalones cortos, una camiseta, unas aletas y un teléfono móvil: ese era el equipaje que portaba este joven, que se dejaba llevar sobre un neumático a modo de flotador. El típico rosco con el que muchos jóvenes se van a la playa, un endeble eslabón al que se aferraba la vida de este desconocido. Para los primeros es un elemento de juego, para él era su pasaporte al otro lado.

Nos hemos acostumbrado a ver tantas imágenes de este tipo que las consideramos normales, incluso ni las tenemos en cuenta, forman parte de esas escenas que protagonizan hombres y mujeres reducidos a cifras que emprenden travesías de las que tenemos constancia cuando son descubiertas. ¿Y si no es así?, ¿cuántos cadáveres se habrá tragado ese Estrecho que estamos tan acostumbrados a cruzar?, ¿cuántos chicos como este se habrán quedado atrapados en esta enorme fosa común?, ¿qué hubiera pasado si la tripulación del Avemar no lo ve?, ¿dónde habría terminado?

Somos parte de una sociedad que se estremece recordando la historia pero no nuestra realidad

Lo más terrible de historias de este tipo es el final que les espera a sus protagonistas. Si se confirma que este joven no es menor de edad será devuelto a Marruecos sin que haya servido para algo la adopción de una arriesgada travesía en la que apostó todo por nada. Los protocolos funcionan de forma descarnada, obviando la situación vital de estas personas que son capaces de arriesgarlo todo, usando para ello un rosco de playa o una balsa de juguete como los que cualquier crío usa para divertirse en una jornada de verano.

¿Cuántos cadáveres sin identidad terminan siendo escupidos a nuestras playas desconociendo las historias que esconden?, ¿cuántos cuerpos sin vida amarrados a unas aletas o enfundados en trajes de neopreno hemos visto ya? España entera celebra su Semana Santa, reflexiona, rememora las estaciones de una vida que ha marcado una religión, se estremece recordando una historia... pero se hace dura, hierática, olvidadiza y ajena a los dramas de los que, indirectamente, somos también protagonistas, aunque sea como simples espectadores capaces de haber endurecido hasta los más básicos sentimientos.

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