Categorías: Opinión

La ideología ciega tus ojos

Aquel ciudadano que sea un observador atento –no sólo mire, sino que vea–, al tiempo que circula por las calles de nuestra ciudad, podrá ver con meridiana claridad que nuestra ciudad está dejando de ser nuestra para ser casi enteramente de otros. Otros, extraños, que han accedido, o están accediendo, a nuestra realidad social de una manera harto irregular, por no decir de manera ilegal, ante la indiferencia no sólo de una ciudadanía vil, aborregada, entregada y cloroformizada, sino ante la inoperancia de unos dirigentes municipales y gubernativos que no sólo no han estado a la altura de las circunstancias y no han sabido dar la talla, sino que, como dice el clásico, tienen, o han tenido, “el seso en el calcañar”. Autoridades que se han inhibido delictivamente no sólo ante las entradas y asentamientos ilegales de individuos procedentes de Marruecos, sino que con su actitud han propiciado que estos individuos tengan ‘patente de corso’ para hacer y deshacer a su antojo ante el estupor y el asombro de aquellos contados ciudadanos que aún conservan la capacidad para llevarse las manos a la cabeza en actitud de exteriorizar su alarma y su sorpresa por las tropelías que les son permitidas a esos foráneos. Foráneos que, evidentemente, traen la misión de cumplir la Hoja de Ruta que Marruecos se ha impuesto para colonizar Ceuta y, más pronto que tarde, enarbolar derechos –no históricos ni jurídicos, que Marruecos se los pasa por la entrepierna–, derechos emanados del asentamiento de unas personas de origen marroquí, que son y serán fieles al vecino reino llegado el momento de la reclamación ante los Organismos competentes.
Estos foráneos son dados de alta en nuestro Padrón –y los neonatos en el Registro Civil– y, así, ya entran en posesión de derechos, ya sea trabajar en los Planes de Empleo, acceso a nuestra sanidad y farmacia, escuelas y comedores escolares y casas, y si no, pues acotan una parcela en el campo exterior, la cuadriculan con cal y ¡hale!, a construirse una casita en el terreno de todos los ceutíes, ante la mirada estúpida y bovina de los vigilantes que pasan a diario por el lugar elegido por esos desalmados, y que no aciertan a ver las tropelías que ocurren delante de sus jodidos ojos.
Después de años mirando hacia otro lado, nuestras adocenadas y acomodadas autoridades gubernativas y municipales han despertado de su largo letargo y se han dado cuenta de que la población se ha disparado hasta rayar en los 85.000 habitantes, con una densidad insoportable, y que el chiringuito está a punto de zozobrar e irse a pique con todos nosotros dentro. Ahora todo son prisas, reuniones, comunicados, carreras, entrevistas y demás historias. Ahora vaya usted a expulsar a esos miles de ilegales marroquíes, niños, mujeres y hombres, y que se conduzcan como corderitos hasta la frontera para irse a su país de origen.
Lo que realmente causa alarma es que el ciudadano ceutí no inunde, un día sí y otro también, con cartas al director las redacciones de los periódicos locales manifestando su malestar, su rechazo y su repulsa por la dejadez, la desidia y la negligencia de nuestras autoridades, las del Ayuntamiento y las del Gobierno. Ese comportamiento infame y abyecto del ciudadano ceutí es el que está propiciando que nuestra ciudad se vaya lentamente marroquinizando. Un europeo que llegase a nuestra ciudad no sabría en qué momento se encuentra en Marruecos o en España. Al final, ese ceutí, hastiado, asqueado, acaba por largarse, antes o después, y allí donde fije su residencia se dará de alta en la Casa de Ceuta y desde la distancia añorará su ciudad y maldecirá a quienes han hecho posible que su tierra deje de ser lo que ellos querían que fuese y, sin embargo, se ha convertido en una tierra extraña. Tierra extraña de la que individuos extraños (MENA, empadronados, infiltrados, quintacolumnistas, colaboracionistas, neonatos, matrimonios con marroquíes, fundamentalistas religiosos y demás agregados y pescadores en río revuelto) les han dado una jodida patada en el jodido culo.
A este respecto, cabría citar esas asociaciones (Ámbar, Digmun, Prodeni y demás) e individuos en el linaje de aquel villano don Julián que están haciendo lo imposible para que se lleve a cabo el asentamiento, de una u otra forma, de ciudadanos marroquíes con aviesas intenciones. A esa fauna, la ideología, como el humo, les ciega los ojos y es incapaz de vislumbrar la realidad. Recordemos en este punto, para concluir, lo que escribió Septem Nostra (el 24-01-2011) en este periódico: “Al final la verdad se impone y coge de improviso a los crédulos que tardan poco en huir despavoridos”. Pero para entonces ya será demasiado tarde. Lamentablemente.

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