De las huelgas convocadas en los últimos tiempos, yo me quedo con dos, por su especial utilidad. Una ha sido la convocada por el movimiento feminista el pasado 8 de marzo. No se ha llevado a cabo una paralización del proceso de producción, como ocurría en las grandes huelgas revolucionarias del pasado siglo. Tampoco se pedían cosas excesivamente concretas, como la de la jornada de 8 horas que originaron el desagradable acontecimiento de los mártires de Chicago y dio paso a la celebración del 1º de mayo como el día internacional del trabajo. La protesta era por la igualdad. Pero también contra la violencia de género en todas sus versiones, desde la sexual a la económica o cultural.
Aunque se trata de peticiones muy generales, no por ello deja de ser necesario realizarlas. Mucho más en unos tiempos convulsos en los que la extrema derecha está extendiendo sus postulados antifeministas e insolidarios por el mundo entero. De hecho, son las mujeres las que están manteniendo viva la llama de la lucha por la igualdad y contra la discriminación a nivel internacional. Un dato. Las combatientes kurdas son las que más daño están haciendo a los fanáticos del DAES. En este sentido, que los hombres nos hagamos “feministas” cobra todo el sentido, pues no es más que la expresión radical de la lucha a favor de la igualdad.
La otra huelga ha sido la que han convocado los jóvenes a favor del medio ambiente en torno al movimiento Friday For Future, que promueven una huelga estudiantil emulando a Greta Thunberg, la joven sueca que todos los viernes se pone en huelga en su instituto para protestar por la falta de ambición de su país ante el calentamiento global. El asunto es que, aquello que empezó como una tibia protesta de una joven sueca, ha prendido como una llama. Más de 1.000 han sido las manifestaciones convocadas en el mundo entero el pasado viernes. Sólo en el centro de Bruselas marcharon más de 30.000 personas exigiendo medidas inmediatas contra el cambio climático.
El grito de los jóvenes, que se ha convertido en global, como nos informan los medios, nos dice que “no hay un planeta B”. O nos comprometemos a cumplir lo pactado en el Acuerdo de París, incluso a ir más allá, eliminando la emisión de gases de efecto invernadero, o el desastre ambiental está asegurado. Ellos no quieren “ni un grado más, ni una especie menos”, como tampoco lo quieren los más de 19.000 personas ligadas al mundo académico que han firmado un manifiesto de apoyo a las peticiones de nuestros jóvenes. Como ellos nos dicen, dentro de 50 años, muchos de los que hoy somos “mayores”, habremos desaparecido y serán ellos los que se quedarán con el problema, “irresoluble”, si no se pone remedio en estos momentos. De ahí la fuerza de su mensaje global.
Pero hay más. Un estudio reciente dobla el número de muertes esperadas por contaminación en el mundo entero. Los investigadores estiman que serán más de 8 millones los que morirán por esta causa en el mundo entero (casi un millón en Europa). Lo ha publicado el European Heart Journal. Del total de muertes, desglosan que entre un 40 y 80% se deberán a enfermedades vasculares como ataques cardiacos y accidentes cerebrovasculares. Para ello han utilizado un método que simula los procesos químicos atmosféricos y la forma en que interactúan con la tierra, el mar y los productos químicos emitidos por fuentes naturales y artificiales. Lo que nos dicen es que, si la contaminación del aire es responsable de 120 muertes prematuras por cada 100.000 habitantes al año en el mundo, esta cifra es superada por Europa, que sube hasta 133, siendo especialmente alta en países como Bulgaria, Croacia, Rumanía y Ucrania, con más de 200. Y en la parte más desarrollada, Alemania alcanza 154, seguida por Italia con 136, Polonia con 150, Francia con 105 y Reino unido con 98.
En un estudio mucho más simple, pero no menos importante, que hicimos en la Universidad de Granada hace unos años, utilizamos el denominado índice de Ehrlich y Holdren sobre el impacto que causa en la naturaleza nuestra actividad económica. Se llevaron a cabo comparaciones estadísticas entre el total de emisiones de CO2 en los 214 países que hay registrados en el mundo con el PIB y la mortalidad, desde que existen registros de estas emisiones en 1960. Los resultados fueron que, efectivamente, había una relación estadística significativa de causa efecto entre dichas emisiones y el incremento de la mortalidad en el mundo. Lo realmente sorprendente fue que esta relación se hacía mucho más fuerte en algunos de los países más desarrollados, además de en China y Rusia.
Aunque este estudio fue expuesto en diversos congresos y se publicó en alguna editorial de prestigio, sin embargo, nos causó indignación el comentario de algún revisor de una revista de medio ambientede prestigio y de un alto impacto científico, en el sentido de que “carecía de interés” científico relacionar el total de emisiones con el de muertes en el mundo. La indignación no fue porque se negaran a publicar nuestro estudio, sino por la frivolidad y simpleza que demostraban con ese comentario tan poco científico. Algo así como las gracietas que hace de vez en cuando el presidente de la primera potencia mundial, Donald Trump, a propósito del calentamiento global.
Por tanto, bienvenidas las huelgas feministas en su lucha por la igualdad, y las de nuestros jóvenes, sacándonos los colores por lo poco que hacemos a favor de un cambio de sistema que sea más sostenible y beneficioso para nuestro planeta. Yo me apunto a ambas iniciativas, aunque no sea mujer ni tan joven, pues me he hecho feminista y mi edad real creo que no se corresponde con la fisiológica.
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