Categorías: Opinión

La historia de Abou

El rescate del niño subsahariano que fue introducido por la frontera del Tarajal oculto en una maleta ha vuelto a poner en el primer plano informativo el fenómeno migratorio. Los medios de comunicación nacionales e internacionales buscaban ayer como locos los vídeos en los que ver cómo se abre la maleta y los guardias se topan con un crío de corta edad.

Como viene siendo habitual, el objetivo de vender supera cualquier otro. Abou es protagonista, se buscan detalles (o incluso se inventan con tal de que la historia no se pierda). El drama migratorio es evidente. Lo es ahora, con Abou, pero lo lleva siendo demasiados años. El pretendido pase de este menor no esconde más que la miseria que marca la vida de todos esos inmigrantes que de una forma u otra pretenden dejar atrás sus países porque sencillamente quieren tener una oportunidad. Es tal la miseria que hay al otro lado que los escasos datos que nos llegan son suficientes para entender los riesgos a los que se enfrentan hombres, mujeres y niños. Niños como Abou, pero niños también como otros que han sido rescatados por las fuerzas de seguridad en pateras o, como sucedió hace un par de meses, ocultos en los huecos de vehículos-patera. Si la historia de este pequeño sirve para que los medios de comunicación presten atención a los riesgos que cada día se repiten en los espacios fronterizos, algo habremos avanzado. Si se queda en un mero impacto mediático que dura lo que el momento, habremos vuelto a caer en el mercantilismo y el negocio que han nacido parejos a la inmigración y de los que ya dimos buena cuenta con el ébola, de cuya extensión solo nos preocupamos cuando los miedos acechaban nuestras vidas. La inmigración es reflejo de tristeza, de explotación, de temeridad absoluta, de historias como la de Abou pero también como las de muchos otros que han pasado por nuestras páginas y que han sido atendidas por los medios si en torno a ellas existía algún tipo de interés, no más. Cada día en la frontera se sucede un milagro, uno detrás de otro, fieles reflejos de las consecuencias de un continente que nosotros mismos hemos machacado. Abou es uno de ellos, pero no nos olvidemos del resto: de los que también lo fueron y de los que lo seguirán siendo.

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