Opinión

La Herencia de Gengis Khan | UZBEKISTÁN-TURKMENISTÁN

Dejamos atrás nuestro efímero hogar en Dushambé, la capital de Tayikistán. Enfilamos el morro del Mitsubishi Montero hacia las montañas cuyas cumbres se pierden en las nubes y de nuevo… la nieve… el frío… los desfiladeros abismales con curvas estremecedoras pero adentrándonos por espectaculares parajes. Esta ramificación del coloso montañoso Pamir, las Montañas Fan, custodian el norte de Dushambé y es tierra de extremos, pueden alcanzar hasta los 50ºC pero ahora estamos a gélidas temperaturas bajo cero.

Atrás dejamos las montañas de Tayikistán y nos dirigimos a un nuevo país que se convirtió en una de las etapas más importantes de la mítica Ruta de la Seda: Uzbekistán. Es la segunda vez que venimos a la ciudad de Samarkanda y disfrutamos de nuevo de su legado histórico y una atmósfera intemporal sin igual. La famosa plaza del Registán con las medersas y minaretes más célebres de Asia alcanzan su máximo esplendor al atardecer cuando el etéreo cielo azulado es eclipsado por la imponente plaza iluminada, realmente es un momento mágico.

Y de Samarkanda a Bukhara, esencia pura de Oriente: zocos, medersas, minaretes, cúpulas de brillantes azulejos, mezquitas, palacios, callejuelas laberínticas, impresionante fortaleza... Estas ciudades eran etapas vitales de la Ruta de la Seda, pura magia donde Tamerlán, el más famoso descendiente de Gengis Khan, dejó su huella imperecedera. Tras la paranoica sed de destrucción de Gengis Khan, algunos de sus descendientes dejaron una herencia artística inmortal.

Cuando entramos en su país vecino, Turkmenistán, la magia se esfuma. Entramos a un país con una dictadura férrea al estilo de Corea del Norte. Replegada sobre sí misma, con visados muy complicados de obtener y cruzar su frontera no es tarea fácil... ni barata. Una sangría de pagos en tasas incomprensibles y un caos de paseos por ventanillas y despachos para obtener todos los permisos se hacen eternos durante horas. Además es imposible entenderse, los funcionarios sólo hablan turkmeno y ruso y no colaboran para hacerse entender ni para ayudarnos. Pero la amabilidad y el espíritu auxiliador de tres camioneros turcos que viajaban en convoy nos permiten con su inestimable y desinteresada ayuda superar la frontera turkmena.

Surcamos Turkmenistán durante la “Ruta de los Imperios”, con la que dimos la vuelta al mundo durante 4 años, y aquí nos encontramos con la herencia destructiva de Gengis Khan. Urbes maravillosas, como Merv, fueron literalmente borradas del mapa y ahora sólo son ruinas de adobe diseminadas por una infinita estepa árida. Pero en nuestra primera exploración hubo un lugar muy especial que no alcanzamos y ahora era el momento de quitarnos esa espinita. A lomos del Mitsubishi Montero nos encaminamos por una larga carretera que, como una serpiente azabache y contundente, corta bruscamente en dos el desierto de Karakum, aridez desolada que acapara gran parte del territorio turkmeno para llegar hasta... la Puerta del Infierno.

A principios de los 70, en mitad del desierto del Karakum, un equipo de geólogos e ingenieros soviéticos realizaban prospecciones en búsqueda de hidrocarburos en Darvaza y provocaron accidentalmente un terrible hundimiento al perforar inadvertidamente una gran bolsa de gas. Se originó un gigantesco cráter por el que emanaba gas pero como no consideraron rentable su explotación, tuvieron la "ocurrencia" de prenderle fuego para acelerar la combustión y… 50 años después sigue ardiendo sin cesar. El sorprendente cráter ha sido acertadamente bautizado como "La Puerta del Infierno". Encontrarse al borde de un cráter de cegadoras llamas que manan de la entrañas de la tierra resulta sobrecogedoramente hechizante.

El desierto de Karakum ocupa el 70% del territorio de Turkmenistán y es una sartén al rojo vivo en verano, un auténtico infierno pero al llegar el invierno sus dunas se congelan. No nieva, no llueve, simplemente se congelan y nosotros.... casi, casi también. Una capa crujiente de hielo cubre las dunas que nos rodean en las acampadas pero el frío va más allá y también penetra en nuestra tienda-techo y nos despertamos medio helados y con los sacos cubiertos de escarcha.

Ha sido una etapa tan fascinante como dura. Arte...fuego...hielo... no nos faltó de nada. Nuestro avance hacia el sur sigue imparable y llegamos a la frontera con Irán. Será nuestra cuarta visita a este inmenso y cautivador país.

Toda esta ruta se puede ver en detalle en Facebook en @RutaGengisKhan y en la página web www.ruta-imperios.com

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