Creo que fue el año pasado cuando El Faro de Ceuta y otros periódicos nacionales se hicieron eco de la participación de un grupo de médicos militares españoles en la pasada guerra de los EE.UU. en Vietnam allá por la década de 1960, en la que uno de los participantes fue el entonces teniente médico, hoy General retirado, Antonio Velázquez Ribera de Ceuta.
Pero también hubo antes en Vietnam otra guerra abierta y más directa, aunque menos conocida, que fue la que en el siglo XIX libraron franceses y españoles en la Conchinchina, que así era como se llamaba Vietnam hasta 1802. O sea, que la Conchinchina existió, y no sólo como el viejo dicho español empleado para citar lo que está muy lejos, sino porque hasta allí se desplazó un contingente español para defender a la misión dominica española que fue brutalmente atacada. Y las nuevas generaciones – casi al igual que las más antiguas – conocen muy poco o casi nada de aquella guerra española, que merece no caer en el olvido.
Y es que España ha protagonizado la historia de buena parte del mundo. Lo que pasa es que, a base de tanto ir haciendo los españoles la guerra blandiendo la espada con la mano en alto, parece como si ésta les hubiera estorbado luego para empuñar la pluma para escribir la propia Historia; lo que ha motivado que bastantes veces nos la hayan escrito desde el extranjero a su propia imagen y semejanza, de forma desvirtuada y tendenciosa, como sucedió con la “leyenda negra” contra España. La prueba inequívoca de que nuestros país hizo gran parte de la historia del mundo se tiene en que, en América descubrimos, conquistamos y evangelizamos aquel continente con apenas unos cientos de españoles (la mayoría extremeños), creando más de veinte nuevas naciones hermanas que – dígase lo que se diga y por quienes lo digan- hoy hablan como nosotros, tienen nuestra misma cultura, la mayoría rezan como nosotros y conservan buena parte de nuestras costumbres, nuestras tradiciones y nuestra propia idiosincrasia y forma de ser. Aquellas naciones hispanoamericanas, por lo general, hoy se sienten tan orgullosos de que España fuera su “madre patria”, como muchos españoles se sienten de acomplejados y a veces hasta avergonzados de aquella vieja maternidad nuestra.
Y, si trasladamos el escenario a Europa, el imperio español se extendió en su día hasta Alemania, los Países Bajos, El Rosellón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Lepanto, etc. En África, España extendió sus dominios por Guinea occidental, Sahara, Túnez, Orán, Argel, Tlemecén, Montagané, Mehia, Bicerta, La Goletta, Bona, Bujía, Mazalquivir, La Mamora y toda la zona del antiguo Protectorado de Marruecos que correspondió administrar a España; además de los territorios y ciudades que son de plena soberanía española, como Canarias, Ceuta, Melilla y los Peñones. En Asia, poseímos Filipinas, las Islas Marianas, las Carolinas, las Pelao, las Joló, en Conchinchina, etc. Por eso, en el reinado de Felipe II, cuando este rey español lo fue también de Portugal y todas sus posesiones, con razón se llegó a decir que en los confines y dominios de España “nunca se ponía el sol”. Y todo eso es historia que hoy ni siquiera se enseña, porque uno de los mayores errores de la España autonómica es haber cedido las competencias en Educación.
Aquella confrontación bélica en Conchinchina se libró por España y Francia entre 1858 y 1863, en el territorio que hoy está dividido en dos países: Vietnam del Norte y Vietnam del Sur. De aquel lejano lugar, la mayoría sabemos que hace ya más de medio siglo Francia perdió una guerra, y que pocos años después también fueron derrotados los EE.UU. pese al enorme potencial bélico con que ambos países siempre han contado. Pero lo que se cree que es muy poco conocido por la inmensa mayoría de los españoles, es el hecho cierto de que España, junto con Francia, libraron en el siglo XIX con aquel lejano país una guerra que duró desde 1858 hasta 1863, y que, como sucede en la mayoría de los conflictos bélicos, costó a los españoles enormes costes, sacrificios y pérdida de vidas humanas. Una vez más, como también sucediera en América, en Filipinas, en Flandes, en Marruecos y en tantos otros sitios, España hizo muchos más esfuerzos y sacrificios que lo que obtuvo por beneficio; lo que acredita que los españoles, en materia de política exterior, nunca hemos sabido estar a la altura de las circunstancias ni de las demás potencias colonialistas, que siempre han sabido obtener el máximo beneficio de sus colonias.
Para situar a los lectores en el teatro de operaciones, lo primero que hay que decir es que Vietnam dista de España unos 10.400 kilómetros, que hasta aquel territorio había que llegar siguiendo la ruta marítima del Cabo de Buena Esperanza, que los buques de guerra tardaban entonces en hacer la singladura entre seis y siete meses, y que por aquella época España era ya una potencia venida a menos, sin poder contar con un potente ejército, sin apenas marina de guerra y bastante maltrecha de recursos económicos como consecuencia de la segunda guerra carlista que desde 1847 hasta 1860 libró y después del tremendo esfuerzo que en los siglos anteriores había hecho con su presencia en casi todas las partes del mundo, sobre todo, en esas nuevas naciones que surgieron en América y que muchas de ellas comenzaron a emanciparse y a obtener su legítima independencia tras numerosas y serias hostilidades.
En realidad los españoles habían venido estando presentes en Conchinchina desde 1565, cuando una expedición al mando de Legazpy tomó la isla de Cebú en nombre de España; cuyo objetivo principal era la evangelización, que por eso iba en la misma el fraile agustino Andrés Urdaneta. Pero en el actual Vietnam, los españoles llegaron en 1678, a fin de desarrollar e impulsar una red de comunidades religiosas para que pudieran llevar a cabo su labor evangelizadora. En 1773 fueron ejecutados el dominico español Jacinto Castañeda y otro francés. En la década de 1830 fueron asesinados los religiosos franceses Gagalin, Morette y Bacard. En 1838 sufrieron martirio los obispos españoles Ignacio Delgado y Domingo Henares. Pero el detonante del conflicto se debió a que el 20-07-1857 fue torturado, asesinado, descuartizado y horriblemente mutilado en Nam Dinh el obispo español en Tokín José Mª Díaz Sanjurjo, quien, según el obispo Melchor García de San Pedro, le cortaron vivo las manos, después los pies, luego lo decapitaron y pasearon su cabeza por las calles como trofeo de guerra. Debido a estos sangrientos sucesos, Francia acordó intervenir con su Armada el 25-11-1857, pero necesitaba apoyo por tierra y solicitó de España una fuerza de 1.500 a 2.000 hombres de la guarnición de Filipinas. Francia llevó la iniciativa y la dirección de las operaciones, habiendo invitado arrogantemente a España “por si deseaba cooperar” en una operación de castigo que restituyera la dignidad y obtuviera las debidas satisfacciones del emperador annamita.
A mediados del siglo XIX, el que fuera imperio de Annam comprendía los antiguos reinos de Tonkín y Conchinchina (actual Vietnam del Sur). Su emperador era en 1821 Tu Duc. Las misiones españolas se fueron expandiendo por todo el territorio, y unos 5.000 misioneros lograron convertir a la fe católica a unos 300.000 habitantes de aquel lugar. Pero el éxito de dicha evangelización despertó el recelo de las autoridades autóctonas, que desataron una furibunda persecución y horribles asesinatos a los nuestros. En 1821 Tu Duc, ordenó la expulsión de los europeos, y en 1833 desencadenó una terrible ofensiva contra los religiosos católicos que originó gran número de asesinatos y torturas, teniendo nuestros misioneros que pasar a la clandestinidad. En 1847 los franceses bombardearon el puerto de Da Nang. En 1852, con la llegada al trono de Napoleón III, Francia desplegó una política de conquistas coloniales en la zona con vistas al establecimiento de una base que le sirviera de plataforma de lanzamiento hacia otras conquistas coloniales. España, en cambio, sólo pretendía restituir su dignidad gravemente lesionada por las feroces atrocidades cometidas contra nuestros religiosos.
El 20-07-1857 tuvo lugar el hecho principal que provocó la indignación de Europa y trajo como consecuencia la intervención militar conjunta. España había firmado en 1834 el Tratado de la Cuádruple Alianza junto con Francia, Gran Bretaña y Portugal, en virtud del cual si uno de dichos países era atacado, los demás aliados se obligaban a intervenir. Aquel régimen imperial cometió verdaderas crueldades y martirios contra los religiosos católicos, les sometían a tormentos, los decapitaban y arrastraban por las calles sus cabezas. En 1858 tuvo lugar la horrenda muerte del Obispo español de Platea, José Mª Díaz Sanjurjo, que murió decapitado. También asesinaron y vejaron, decapitándolo y siendo su cuerpo mutilado expuesto en público en la plaza de Nankín, al Obispo español Melchor García San Pedro. El 1-12-1857 el ministro Francés, Walewski, y el marqués de Turgot por España acuerdan intervenir militarmente, poniéndose las tropas españolas bajo mando francés. Francia había decidido la intervención militar de castigo y el gobierno español se adhirió. El gobierno ordenó al capitán general de Filipinas, Norzegaray, movilizar una fuerza de 1.500 hombres al mando del Alférez de Navío Siro Fernández. Al frente de la vanguardia de tropas españolas iba el Coronel Mariano Oscáriz.
(Continuará el próximo lunes).
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