Salir a la desesperada, burlar a los trabajadores de la planta de transferencia o jugar al juego del gato y el ratón con la Guardia Civil.
Esas son las claves que desde el pasado mes de agosto van marcando las historias de los inmigrantes que, a diario, emprenden camino hacia la planta de transferencia. Desde el pasado mes de noviembre la Benemérita lleva contabilizados rechazos diarios, de media, de cuatro inmigrantes subsaharianos cuya pretensión es meterse en los contenedores. Hasta la fecha habrían sido cientos de rechazos los llevados a cabo, que quedan contabilizados y registrados en los partes de novedades que llevan a cabo los agentes del Instituto Armado. Estos intentos son realizados por las mismas personas que intentan, una y otra vez, colarse de la misma manera. ¿Por qué insisten? Porque algunos lo logran. Entre ellos quien mandaba al grupo de cameruneses, el mítico general, a quien su cojera no impedía iniciar a diario su camino hacia el Hacho en pleno mes de agosto, hasta conseguir colarse y llamar a sus colegas de motín y cartones para contarles la buena nueva: estaba en Torremolinos. Como él varios más. Desde que se denunciara que la planta de tratamiento de residuos se había convertido en un punto caliente migratorio, del mismo calibre que el puerto, la Guardia Civil e incluso la Nacional se vieron obligadas a realizar patrullas.¿Cabe algo más que una identificación? La respuesta es no. Eso y advertirles del peligro del embarque.
Las advertencias e incluso la muerte en accidente de un compatriota y el siniestro del último camión volcado la semana pasada no frenan lo que se ha convertido en un camino con retorno para algunos. En el puerto la presión desgasta a las fuerzas de seguridad. Si en la planta, desde noviembre, se han practicado una media de cuatro rechazos al día, en el puerto la cifra es similar o incluso mayor. La presión la sufren también los camioneros en sus paradas en las gasolineras, convertidas en puntos sensibles en donde se puede producir la entrada de los inmigrantes.
Los camioneros, las consignatarias e incluso la propia planta de Urbaser han elevado sus quejas ante una Delegación del Gobierno que intenta controlar como puede una inmigración bloqueada.
Ceuta, convertida en un limbo que atrapa a decenas de subsaharianos, es una pequeña cárcel de la que los llegados de manera clandestina quieren escapar. Una desesperación que cuenta con apoyos de aquellos que, captándola, buscan hacer negocio. Alguno ya está entre rejas.
Chacón se apoya en el refuerzo de la vigilancia
“Más no se puede hacer”, es lo que respondía el delegado del Gobierno, José Fernández Chacón, la semana pasada a preguntas de este medio. Ese más no se puede hacer se refiere a la “intensificación en los controles” que la Benemérita lleva haciendo desde hace meses. En concreto y sobre todo desde el fallecimiento del subsahariano Paul Charles Nlende. Si los controles antes existían, tras esta muerte se intensificaron hasta la actualidad. De hecho en el último accidente del camión que volcó en el Hacho, la propia Benemérita estaba patrullando cuando se sacó a los subsaharianos de dentro del camión antes de que éste volcara y cayera sobre la senda peatonal. “Vamos a seguir así”, añade Chacón. En esa misma línea de mantener los controles de manera aleatoria por la zona de acceso a la planta, por los bajos del cementerio o por los montes en donde los subsaharianos se asientan para esperar la entrada de los camiones desde que descubrieron, el pasado verano, uno de los mejores espacios para divisar la planta, la fuente de María Aguda. La Delegación advierte que si el inmigrante no ha cometido infracción alguna no se le puede detener, tan sólo se le puede, en todo caso, identificar o rechazar.