Categorías: Opinión

La Guardia Civil del Siglo XXI

Conocí a Diego López Garrido en un viaje en helicóptero a Ceuta (¡qué tiempos aquellos en los que teníamos conexión aérea con la península!), allá por el año 2006.

Entonces era portavoz del grupo socialista en el Congreso. Yo preparaba mi tesis doctoral sobre inmigración y delincuencia en España. Entre la bibliografía que había utilizado figuraba un libro suyo, La Guardia Civil y los orígenes del Estado centralista, que era una nueva edición ampliada de 2004, de su tesis doctoral de 25 años atrás. Tuvimos una interesante conversación sobre el modelo policial español del Siglo XXI. Algunas de aquellas ideas, brillantemente expuestas en este libro, que tan magistralmente prologó el profesor Francisco Murillo, son las que paso a exponer en este artículo.
“La Guardia Civil es una de las instituciones características de la sociedad española. En ella vienen a confluir diversas tradiciones: la de los alguaciles y ministros de justicia, la de la Santa Hermandad y sus cuadrilleros, la de las milicias nacionales y las mismas del Ejército como policía. Frente a todas ellas se trató de organizar un cuerpo que superase sus deficiencias y, sobre todo, se acomodara a las que se entendían como demandas sociales en su momento”, decía el profesor Murillo. Según López Garrido, la Guardia Civil nace y se desarrolla cuando triunfa la alianza nobiliario-burguesa en España, cuando el Ejército compite con el poder civil por encarnar autónomamente la voluntad y representación nacionales, cuando el Estado se configura con rigidez haciendo de la Guardia Civil un formidable instrumento de centralización. Dominó el Siglo XIX español y fue pilar central del Estado centralista. Nació y se desarrolló al servicio del Estado, más que al servicio de la sociedad civil. Sobre todo ha sido un “instrumento poderoso de centralización en manos del Estado liberal”. Esta es la idea central de su investigación.  
Entre las “curiosidades” que se pueden leer en el prólogo de este libro, encontramos las menciones a las históricas pretensiones de imparcialidad de la Guardia Civil, unidas a un escrupuloso respeto a la propiedad privada y a la estructura social existente cuando se creó. El artículo 12 del Capítulo I de la Cartilla del guardia civil le prescribe que ceda la acera a “toda persona bien portada, y en especial a las señoras”. También se menciona el modo de vida de los pertenecientes al cuerpo. Rehuir las malas compañías y las diversiones impropias de la gravedad que debe caracterizarlos. La limpieza, el aseo, el afeitado. La persecución de la vagamundia y el nomadismo, que son faltas en sí mismas, y de la holgazanería y las profesiones nuevas no ortodoxas. Su función estaba a medias entre la tarea represiva y la cooperativa, ayudando abnegadamente en inundaciones, incendios y otras calamidades. Todo ello, incluso su tricornio, “se ha entrañado en el paisaje ibérico en su escaso siglo y medio de existencia”. Por todo ello, a mi juicio, resulta tan fácil jugar con los sentimientos de los ciudadanos y llamar a concentraciones sectarias a favor de la Guardia Civil, a pesar de la gravedad del momento.  
Sin embargo, de acuerdo con López Garrido, en pleno siglo XXI, la Guardia Civil ha de reencontrar la naturaleza que le dio su nombre. Si el carácter militar que se le dio era coherente con el Estado que lo hizo y con la función de pilar del mismo, una policía para los ciudadanos, cuya misión sea la protección del libre ejercicio  de los derechos y libertades, tal y como la define el artículo 104 de la Constitución española, no puede ser militar, pues “descentralización y policía civil van de la mano”.
Este es el auténtico debate político que necesita la sociedad española, si de verdad se le tiene algún aprecio a la Guardia Civil, junto al papel que han de jugar las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en la defensa de los Derechos Humanos. También de los inmigrantes ilegales, que ante todo son personas. El problema es que ninguno de los dos grandes partidos políticos del escenario nacional se atreve a entrar en él. Los del PP, porque, en el fondo, son centralistas y nostálgicos de esa Guardia Civil militarizada que ayudó a la consolidación del liberalismo español. Los del PSOE, porque cuando han gobernado les ha venido muy bien disponer de más de 70.000 efectivos a su servicio, militarizados y, por tanto, “maniatados” para reivindicar sus derechos. Pero lo realmente trágico y vergonzoso, es que, ahora, lo más importe ya no sea para algunos (instancias judiciales incluidas), que han perdido la vida 15 personas, sino dónde la han perdido, como denuncia el obispo de Tánger. Y para colmo de desgracias, ver a todo un delegado del Gobierno, que debería serlo de todos los ciudadanos, tomando partido por una convocatoria, sectaria e interesada, de lo más retrógrado de la derecha española. Afortunadamente fuimos más los que no acudimos al esperpento montado en la Plaza de los Reyes.  

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