La gran sustitución

Cada vez es más notorio el hecho de que la entrada masiva de inmigrantes a Europa obedecía –y obedece– a un plan diabólico cuidadosamente estudiado. No fue producto de la casualidad, no, en modo alguno. Fue –y es– un plan criminal para llevar a cabo la gran sustitución étnica de Europa. Todas aquellas explicaciones que se nos daban para hacer deseable la inmigración –como que venían a pagarnos la pensiones,  la riqueza de la sociedad multicultural, que venían a hacer los trabajos que los europeos no querían hacer, la falta de mano de obra, etcétera–, todas esas explicaciones resultaron ser falsas, absolutamente falsas. Fueron pensadas para dominar Europa y preparar el camino, repito, para la gran sustitución étnica. Tan sólo hay que circular por las calles de las ciudades europeas, y aún peor, acercarse a las periferias, periferias convertidas en guetos o banlieus, en las que inmigrantes venidos de los cuatro puntos cardinales se han instalado para recrear sus sociedades tercermundistas. La Europa multicultural sólo es el primer paso hacia la dictadura de un Nuevo Orden Mundial. Ese Nuevo Orden vendría de la mano de grupos sionistas y masones, del Mercado y del Capital, con ayuda de grupos más o menos interesados en el proyecto, que actuarían como tontos útiles, como la perversa y traidora casta política, ONG y la prensa vendida al sistema.
Este plan perverso ha contado, cómo no, con la inestimable colaboración de los dirigentes europeos. Así, Lord Mandelson, exministro de comunicaciones de Gran Bretaña en la época de Blair y Brown, ha declarado recientemente, según recoge el digital AD, que el Partido Laborista fue a buscar inmigrantes extranjeros a sus países de origen. Tres años antes de estas declaraciones de Lord Mandelson, el exconsejero Andrew Neather reconoció que los laboristas habían fomentado la inmigración con la finalidad de “cambiarle la cara a Gran Bretaña” y que esa política se llevó a cabo “para obligar a la derecha a someterse a la realidad de la diversidad”. Y añadió que ese programa tenía “una meta política: hacer que la inmigración masiva fuera el medio para el gobierno de hacer de Gran Bretaña un país realmente multicultural”. Es tal el mazazo que ha recibido la sociedad británica con estas confesiones que Sir Andrew Green de Migration Watch ha indicado que “es una confesión asombrosa el que la inmigración masiva de los laboristas fuera deliberada”. Como siempre sucede con la izquierda cuando se la coge con los pantalones bajados, que suele acusar a la derecha de lo más perverso para que se olvide de sus tropelías, así el exprimer ministro laborista Gordon Brown ha acusado a los conservadores de utilizar la inmigración con el fin de desviar la amenaza creciente representada por el partido UKIP (que propugna la salida de la UE). De manual.
Que la excusa de la falta de mano de obra fue, y es, una falacia se puede leer en el semanario de izquierda francés, en un sitio web, Marianne. Bajo el título Inmigración: ¿por qué el empresario siempre quiere más?, la respuesta es que la inmigración es un arma del gran empresariado para “pagar a los asalariados siempre menos”. En el mismo artículo se recuerda que el presidente Pompidou reconoció, poco antes de su muerte, que había abierto las puertas de la inmigración masiva en Francia “a petición de los grandes patronos, deseosos de poder gozar de mano de obra numerosa, dócil y barata, además de reducir los ardores reivindicativos de los trabajadores franceses, entonces más sindicados que actualmente”. Es decir, de lo que se ha tratado –y trata– es traer mano de obra del Tercer Mundo para sustituir a los trabajadores autóctonos menos rentables y más reivindicativos y menos dóciles. En otras palabras, la ruina de los trabajadores autóctonos a manos del capital y del  mercado. El Nuevo Orden. Finalmente, el periodista de Marianne escribe que “cuarenta años más tarde, nada parece haber cambiado”. E insiste en que “las llamadas a la inmigración vienen siempre por el mismo lado, y siempre por las mismas razones”. Más claro: las del capital y las del mercado. Habrá que darle la razón a Guido Raimund cuando dice que “La Europa multicultural sólo es el primer paso hacia la dictadura de un único estado mundial”. No hará faltar insistir en que el fin perverso de toda inmigración masiva es la desintegración y la destrucción de la sociedad.
Como guinda a todo lo expuesto, Esteban Cabal escribe que David Rockefeller en una cena con embajadores de la ONU dijo: “Estamos al borde de una transformación global. Todo lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo Orden Mundial”. “De lo que se trata es de sustituir la autodeterminación nacional, que se ha practicado durante siglos en el pasado, por la soberanía de una élite de técnicos y financieros mundiales”. Y el inefable Kissinger, protegido de Rockefeller, en un discurso en la Asia Society, manifestó: “El desafío es saber cómo construir un orden global por primera vez en la historia. Hablamos mucho de comunidad mundial pero el hecho real es que nunca ha habido una comunidad, y sugiero que China y EEUU colaboren en esa meta”. He aquí la prueba del algodón.