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La gran catástrofe

Parece que quienes hacen verdaderos esfuerzos por hacernos comulgar con ruedas de molino, con argumentos  peregrinos, para justificar de algún modo esta inmigración masiva, han dimitido de su sano juicio y del recto proceder del pensamiento lógico. No es posible a estas alturas, y sabiendo lo que sabemos y habiendo visto lo que hemos visto, encontrar un argumento sólido que se pueda defender y mantener sin causar asombro y estupefacción en quienes nos escuchan o leen. Ya no, ya no es posible defender lo indefendible, como en el pasado, para ver si cuela, o si se puede engatusar al oyente para convencerle de que esta inmigración masiva sólo traerá beneficios a Ceuta, a España o a Europa. Ya no vale apelar a la sensibilidad del ciudadano para ablandarle el corazón y que mire para otro lado cuando siguen llegando chalupas a las costas españolas cargadas de embarazadas y menores. ¿Pero no nos decían que venían a trabajar por nosotros? ¿Quiénes?, ¿estos menores, estas embarazadas? Lo único cierto es que esta inmigración masiva ha devenido en colonización, en sociedades paralelas, en guetos, en racismo y en rechazo al inmigrante. ¿Qué se podía esperar cuando se toma un país al asalto? ¿Ser recibido con música hawaiana y con un collar de jazmines? Esta inmigración masiva es una estrategia bien precisa y bien diseñada de una penetración gradual, lenta, pero segura, para desestabilizar el continente europeo. La inmigración masiva es ‘una arma de destrucción masiva’ diseñada para socavar los cimientos de las sociedades occidentales. Se ha convertido, por tanto, en un asunto de seguridad nacional.
No es descabellado calificar esta inmigración masiva a Europa como una gran catástrofe. Así, la identidad milenaria de los países europeos se está viendo laminada por estos invasores, hasta el extremo de que muchos europeos se sienten extranjeros en sus propios países. No es para menos cuando sus calles y sus barrios se ven alterados no sólo por el paisanaje foráneo, sino por construcciones, normas, costumbres, reglas alimentarias y festividades extrañas. Y en esos barrios convertidos en guetos  se ignoran las leyes de los países de acogida y se gobiernan con las suyas propias traídas de sus países originarios. Asimismo, la inseguridad se ha apoderado de las calles de las ciudades españolas y europeas ante la llegada de la inmigración masiva. Así, las cárceles europeas tienen como huéspedes obligatorios a un porcentaje elevadísimo de inmigrantes que han encontrado en el delito un medio rápido de ganar dinero. A todo esto habría que añadir que la obligada heterogeneidad de las aulas de los colegios españoles y europeos deviene en fracaso escolar, fracaso que arrastra a la población escolar autóctona. No es causal que Finlandia sea el país cuyos alumnos tienen mejores calificaciones en el ámbito internacional: Finlandia es el país más homogéneo étnicamente. Asimismo, la sanidad se resiente al tener que acoger a todos esos inmigrantes ilegales que no han cotizado nunca y sin embargo ‘consumen’ sanidad, en detrimento, claro está, de los autóctonos que la han pagado toda la vida. La entrada continua de personas en los países europeos, y concretamente en España, acrecientan las cargas sociales y los costes generales, es decir, los presupuestos de los países de llegada han de cargar con estos costes sin que haya partidas diferenciadas para ello. Esta inmigración masiva hace, cómo no, que se resienta el espacio medioambiental. Y lo peor de todo es que en ciertas zonas de España, y de Europa, se empieza a notar un vuelco demográfico (como en Ceuta) que lleva aparejado una catástrofe para la soberanía española, en este caso, al ser inmigración de procedencia de países arabo-islámicos, con su elevadísima tasa de natalidad. Se podría hablar de un lento genocidio de las poblaciones autóctonas en lugares muy concretos de los países europeos. Pero, claro, mientras aquí se siga repitiendo una y mil veces la mentira de que esta inmigración masiva es inocua para España y para Europa, los ciudadanos se dedicarán a ver los goles ‘del Mesi’ y, mientras tanto, se les estarán colando ilegales hasta debajo de la mesa camilla.
Pero nada de esto importa, aún hay ilusos por ahí que se dedican a criticar que Europa se haya convertido en un fortín a base de vallas para hacer cada vez más difícil la entrada de esa inmigración masiva. Y que se debería “dedicar más a debatir cómo garantizar un mayor y más fluido grado de movilidad a través de las fronteras exteriores”, como escribe un tal Ferrer Gallardo, de profesión geógrafo. No hay nada que debatir ni de dialogar, señor mío, aquel que quiera entrar en nuestro país o en un país europeo que entre con su pasaporte y su visa y su contrato de trabajo por un lugar habilitado para ello: un puesto fronterizo, como hacemos los españoles y europeos cuando nos desplazamos a otro país. Ya está bien de milongas, amigo. Asimismo, se escribe que “las ONGs no se cansan de denunciar que  esta no es la vía, que blindar los países con muros puede generar más muertes”. ¿Habrase visto tamaña estupidez la de las ONGs? ¿Usted deja la puerta abierta cuando sale de su casa, amigo? Pues eso. Hay quienes “apuestan por la inversión en África” . ¿Cuándo se les va a meter  a estos ilusos multiculturalistas ‘a la violeta’ que los africanos no quieren África ni a tiros, aunque se la den con un lacito rosa? Son sociedades desestructuradas, desgraciadas, tribales y sometidas a dictadores. Ellos quieren venir a Europa y vivir en este remanso de paz, alegría y libertad… hasta que ellos lo jodan. ¿Sabe usted, amable lector, cuánto se ha invertido en África desde que empezó la descolonización? Agárrese: más de 1 billón de dólares. ¿Qué ha sido de ese dinero? El sentido común dice que esto no puede acabar bien.

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