Imaginemos a Eugenio, aquel humorista catalán que contaba unos chascarrillos a la manera de chistes y de un modo muy particular. Esta podía haber sido una de sus historietas: la del aquel cura que, subido al púlpito de su iglesia, queriendo que el sermón dominguero, casi siempre tan soporífero, fuera más participativo, se le ocurrió darle un tono más espontáneo, recurriendo, para empezar, a aquellos versos un tanto complejos, de Teresa de Jesús: Vivo sin vivir en mi, y tan alta vida espero que muero porque no muero La sorpresa le vino cuando, al momento, desde uno de los bancos, surgió una voz gritando: -¡La gallina!, ¡la gallina!. La adivinanza, según los fieles, había sido acertada. También nuestro querido Aróstegui, como el cura, nos ha envuelto a todos en un enigma al rematar el discurso del último y maratoniano Pleno con eso de “la que sea puta [y bruja] que cruja”, frase de ritmo enfático, con fonética de una sonoridad indiscutible, quizás en base al tono de la fricativa del primer segmento (PUTA), rematada por lo onomatopéyico de CRUJA. Epítome breve, pero seleccionado con destreza en su semántica, pese a que (y en ello está la intriga del sujeto poético), nos deja (al menos, para mi), con la incertidumbre del a quien iba destinado. Es decir, ¿a quién le disparaba Juan Luis con esa flecha, sacada de su permanente carcaj diario? ¿hombre?, ¿mujer?; ¿quizás alguien de cromosomas alterados?. La duda sigue en pie, pese a que el Gran Gurú de la Asamblea, echando balones fuera, ya ha advertido que la puta, en esta ocasión, no tiene género. Es simplemente, una PERSONA que ha jugado con todos y, de seguro que lo pagará. ¿Tanto cuesta aventurar un nombre?. Recordemos que hasta que las cosas y los seres no se nombran - lo decía Shakespeare- no existen. Otra vez la ambigüedad como recurso político, aunque esta vez, la ciudadanía no está para disfemismos, como escribiría Manuel Rivas, tan fructíferos en el idioma de los gobernantes. Lo cierto es que con esto de las viviendas que están cerca de Castillejos, el gallinero está muy alborotado y algunos de sus gallos, limándose sus espolones. El tema es de los que lleva escándalo y, como en ocasiones pasadas, ha vuelto a recordarnos la máxima conocida como la del huerto francés: “tú me das una casa a mi; yo te doy otra cosa a ti”. El eterno intercambio o trueque fenicio que sigue imperando entre los caballas. Con todo, lo que más lamento del asunto es que se haya tomado como objeto referenciador a la puta, tan vapuleada por el Ministerio del Interior y Buenas Costumbres (su responsable es un hombre de firmes creencias), en recientes decretos. Y es que, cuando se habla o se escribe de estas mujeres “malas”, como las denominaban las “buenas” del pasado, debe matizarse que una cosa es ser “puta de c….”, bien distinta de las otras que, esas sí que son como las gallinas. A ellas son las que se refiere nuestro refranero cuando advierte: “Desde que Adán y Eva se comieron la primera fruta, te conocí siendo puta y…”.
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