Ahí está, rodeada de basura. Por fuera y por dentro. Es la conocida como fuente de María Aguda. Un bien patrimonial del siglo XVIII que pervive en pleno Monte Hacho. No está considerada como Bien de Interés Cultural (BIC) aunque Septem Nostra reclama su protección. De momento, muy protegida no lo está. Ni tan siquiera los dibujos que la decoran y que datan de 1769. El presidente de Septem Nostra, José Manuel Pérez Rivera, advierte de que esos grafitos “ni siquiera están documentados”. Es decir, que si se estropean se perdería parte de esa historia representada en símbolos, dibujos y letras. Señala Pérez Rivera que dichos grafitos son “muy sensibles” al fuego. Un incendio “se los cargaría”, literalmente. Por eso reclaman una acción protectora de la Consejería.
Mientras esa acción se espera, la fuente de María Aguda se convierte en albergue para inmigrantes, que la utilizan a modo de espera o de reunión; también sirve para jóvenes que buscan escarceos en la madre naturaleza; e incluso para ilusos que optan por marcar el nombre de su amada en plena revolución hormonal de adolescencia sin caer en la tropelía que está cometiendo al destruir un dibujo, unas letras, unas leyendas con siglos de historia. Colchones, botellas de plástico y de cristal, restos de libros (‘Del amor al placer’) gratuitos, de periódicos y basuras de todo tipo serpentean el camino que lleva hacia la mítica fuente. Por fuera abandonada, por dentro aún más dejada. Llena de cartones y pequeñas fundas de goma espuma que sirven de cama alternativa.
Pérez Rivera advierte del importante valor patrimonial que queda inmortalizado en esta fuente, como en otros tantos bienes que aparecen desperdigados por el monte y que son reflejo de una historia, la local, que se pierde y se descuida. La fuente de María Aguda espera no ser la fuente perdida, la gran olvidada que termina siendo objeto de lo que no debe ser. Desde 1769 contempla el devenir, el paso del tiempo, desde un Monte Hacho que esconde tesoros, aunque haya quien esté empecinado en que terminen olvidados, dejando rastros de su paso por allí. Un colchón, un asiento roto de coche, una botella de cerveza o el último litro de Don Simón.