Categorías: Sucesos y Seguridad

La frontera del miedo

Quienes entraron el día 25 cuentan su experiencia. Escogieron el día al ser fiesta en los dos países. Hubo enfrenamientos con la Policía marroquí

La desesperación, el vacío, el nada que perder, a veces empuja al ser humano a traspasar fronteras. No solo las físicas, sino también las emocionales, como la del miedo. Es lo que le ocurrió la madrugada de la Navidad al grupo de subsaharianos que intentó cruzar a Ceuta por Benzú.

 

El colectivo no cesó en su intento de llegar a suelo español ni con la actuación de las fuerzas marroquíes, a las que se enfrentaron. Habían decidido que no había marcha atrás, que era intentarlo sí o sí, aunque pusieran su vida en peligro. Habían traspasado la frontera del miedo. Unos 400 lo intentaron, dos fallecieron ahogados, muchos quedaron al otro lado de la frontera, y 182 lograron entrar en Ceuta. “¡Boza!”, era el grito con el que quienes consiguieron su objetivo mostraban su alegría por haberlo logrado.

 

Esta palabra era muy repetida a mediodía de ayer cuando varios subsaharianos que formaban parte de este grupo explicaban a El Faro su experiencia. Entre ellos estaba Malik, un joven camerunés que admitía que había tenido que enfrentarse a las fuerzas marroquíes para poder continuar su carrera hacia Ceuta y lograrlo. No tenía miedo, su frontera ya la había traspasado para no volver atrás.

 

La incursión en la ciudad comenzó a gestarse dos días antes. Sin embargo, él asegura que todo le pilló por sorpresa y se unió al grupo. “Yo estaba solo y vi una luz. Comencé a andar y andar hasta llegar a ella y me encontré un gran grupo de unos doscientos hombres, todos ellos jóvenes, que habían decidido cruzar a España. Me uní a ellos y seguí adelante”, explica en una conversación con este medio.

 

Malik asegura que incluso sufrió un atropello, pero que lejos de detenerse, continuó con su intento a la desesperada, sin miedo a enfrentarse incluso a efectivos marroquíes armados. “Detrás nuestra venían dos coches, que intentaron encerrarnos para que no pasáramos. Me dieron en la pierna y mira cómo me la han puesto –señala su rodilla hinchada–. Entonces yo les grité: ‘¡Yo soy un león, no te acerques a mí!’ –explica cargando el brazo derecho y con el puño cerrado–. Se echaron a un lado y pude llegar al agua y comenzar a nadar hasta agarrarme a la valla y saltar por encima de ella”, comenta en una entrevista con este medio.

 

Malik asegura que ya no sentía miedo y en su cabeza solo estaba pisar suelo español. “Cuando crucé me sentí un hombre, bien, sin miedo ni nada, porque sabía que estaba en territorio español”, afirma.

 

Bouacalve, de Guinea Conakry, explica que a él primero le llevaron en coche y después ya se encontró con el grupo, que eran unos 250 hombres y a las tres de la mañana llegaron a la zona cercana al vallado. Allí emprendieron su incursión en una avalancha con el objetivo de que las fuerzas marroquíes no pudieran pararlos. Una vez en la valla, trepó por ella, sufriendo heridas tanto en la mano como en el brazo. “Había mucha gente que subía por la valla porque tenía miedo a quedarse en Marruecos. Cuando logré pasar la valla, me puse muy contento porque sabía que ya no estaba en Marruecos. ¡Boza! ¡Boza!”, recuerda ese momento.

 

Abderrahim, un joven de Guinea Conakry, se une a la conversación para explicar que cuando pisó terreno español, se puso muy contento porque al otro lado nada es seguro. “De la valla hacia allá –refiriéndose a Marruecos– pasan muchas cosas, nos coge la Policía, nos pega, nos hace daño y no se puede vivir, nos amargan la vida”. Muestra un pequeño corte que tiene en el codo y explica que en el momento de cruzar les seguían las fuerzas marroquíes en dos vehículos, pero lograron llegar a España. “Menos mal que escapamos, si no nos hinchan a palos”, añade.

 

Este joven guineano asegura que la desesperación era tal que había perdido el miedo a que le ocurriese algo: “Ya no tenía miedo, estaba como muerto. En Marruecos hemos estado mucho tiempo escondidos en los bosques y solo salíamos a la carretera para buscar algo de comer”. Incluso indica que, sin saber nadar bien, se echó al mar para cruzar nadando.

 

Por su parte, Membrain, un joven de Guinea Bissau, explica que cruzó bordeando la valla y que vio que las fuerzas marroquíes les seguían, pero no lograron alcanzarles. “Había muchos coches y muchos policías marroquíes, pero no nos cogieron. Ese fue un momento muy feliz. Estaba muy contento por llegar a Ceuta”, indica en una conversación con este medio.

 

Todos los entrevistados por este medio aseguran que no estaban movidos por mafia alguna ni un líder que les guiara hasta la valla, sino que habían decidido que era el momento para cruzar porque creían que al coincidir dos festividades, una cristiana, la Navidad, y una musulmana, el Mawlid, habría menos vigilancia y aumentarían las posibilidades de conseguir su objetivo. “Nadie lo organizó sino que estábamos allí todos juntos y queríamos salir de Marruecos porque allí la Policía nos echaba. Queríamos pasar, nada más. Sabíamos que España era un país católico y que el día 25 todo el mundo estaría celebrando la Navidad y de fiesta. Probamos suerte y había dos posibilidades: que nos echaran o cruzar. Y salió bien”, afirma Yano en los alrededores del Jaral. “La Policía hace su trabajo, pero como ese día era fiesta en Marruecos había pocos efectivos y aprovechamos para venir a España. Lo hemos intentado otras veces y nos han echado, pero teníamos que seguir intentándolo hasta que lo hemos conseguido. Cada uno mira por lo suyo”, sentencia Yano.

 

El momento de cruzar fue un caos absoluto, protagonizado por jóvenes que intentaban a la desesperada llegar un lugar seguro. “Cuando nos metimos en el agua, algunos policías de Marruecos se metieron, pero fuimos más rápidos y aunque nos clavamos las rocas, conseguimos llegar a Ceuta. No había marcha atrás.  Sentí mucho miedo porque sabía que si me quedaba en Marruecos no me atenderían, pero que si llegaba a España me tratarían bien y vendría Cruz Roja para curarme las heridas, darme ropa seca y comida”, dice.

 

Los subsaharianos que lograron llegar a Ceuta no olvidarán el buen trato recibido al pisar suelo español. Por ello se sienten eternamente agradecidos a todas las personas que se acercaron para atenderles: “Cuando cruzamos la valla, Cruz Roja nos atendió muy bien y los agentes –del GEAS– salvaron la vida a los tres que estaban en el agua. Agradezco en nombre de todos mis compañeros a todas las autoridades, Policía, Guardia Civil y Cruz Roja. Gracias por atendernos tan bien en España”.

 

Ahora, también dicen estar muy contentos en el CETI, donde disfrutan de una cama y de comida caliente, una realidad bastante distinta a la que tuvieron que sufrir en el bosque, el petit-forest, donde otros muchos esperan aún el momento de seguir sus mismos pasos.

 

 

“En el campamento del bosque no hay amigos”

 

“En el campamento –el del bosque– no hay amigos. Estamos juntos, pero cada uno se apaña como puede. Ahí nadie se conoce”, indica Ibrahim cuando se le pregunta por los dos subsaharianos fallecidos –él dice que son tres–. Este joven de Guinea Conakry afirma que se enteró de los fallecimientos esa misma noche, que se lo dijeron por teléfono. Yano tampoco sabía quienes eran los compatriotas fallecidos. “Ni siquiera sabemos cuántos han muerto”, dice.

 

 

“En el bosque aún quedan muchos y esperan para entrar”

 

“En el bosque aún quedan muchos y esperan para entrar”, dice Membrain cuando se le pregunta si todos los subsaharianos que vivían en el campamento habían participado en el intento de entrada en Ceuta o si aún quedan algunos en los bosques marroquíes que pretenden seguir sus pasos.

 

¿Y cómo es la vida en el bosque? Pues todos coinciden en que es insoportable, donde el frío y el hambre hacen difícil la supervivencia a diario. Bouacalve explica que solo salían para ir a la carretera que va hacia Tánger para pedir comida y ropa a quienes circulaban por ella. “Comíamos lo que la gente nos daba en la carretera”, dice.

 

Otro joven indica que también tuvieron que coger comida en los contenedores de basura y que el tiempo en el que estuvo en los bosques solo convivió con hombres, excepto dos mujeres. “Es muy difícil sobrevivir allí. Para la mujer es muy duro estar allí tres meses al aire libre y pasándolo tan mal”, apunta.

 

Además del frío y el hambre, los subsaharianos tienen que estar huyendo de las fuerzas marroquíes, ya que si son detenidos –aseguran– son trasladados a zonas alejadas del norte de Marruecos o a Uchda, ciudad cercana a Argelia.

“Gracias a Dios que nos hemos quitado de Marruecos, porque allí no podíamos estar más tiempo”, indica otro compatriota. “Ahora estamos muy contentos en el CETI, donde tenemos comida caliente, nada que ver con lo que pasamos en los bosques”, concluyen.

 

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