Categorías: Opinión

La fragilidad de la memoria

La fragilidad de la memoria colectiva es el más fiel aliado de los truhanes que hacen de la política un medio de vida, en lugar de una noble vocación de servicio. Serpentean, trepan y se camuflan para conservar sus cargos y prebendas a cualquier precio, aprovechándose de la laxitud moral y de la amnesia superlativa de la ciudadanía. Carecen de principios e ideología, y van sobrados de codicia, avaricia y vanidad. Este lamentable fenómeno explica que los ceutíes hayamos terminado representados en el Congreso de los Diputados por un subproducto del “gilismo”.
El diputado electo ha dimitido. Hemos asistido al acto del relevo sintiendo una vergüenza ajena difícil de contener. El cesante ha pronunciado un discurso repleto de loas al sucesor que sólo puede provocar, en el mejor de los casos, náuseas. Conviene recordar.
El sustituto, que residía en la península, desembarcó en la política, y en Ceuta, formando parte del proyecto político que Jesús Gil (GIL) preparó para nuestra Ciudad. El PP, que en aquel entonces gobernaba la Ciudad y la Nación, combatió con toda su energía la operación de Gil. El diputado, al unísono con otros dirigentes relevantes del PP, incluido Juan Vivas, decían públicamente y a voz en grito que el GIL era “una banda de ladrones que se iban a llevar el dinero hasta de los planes de empleo”. El pleno convencimiento de que estos individuos eran deleznables delincuentes que ponían en peligro el futuro de Ceuta, los llevó a pergeñar y legitimar un voto de censura utilizando métodos muy poco éticos. Alteraron la voluntad del pueblo (el mismo que ahora repiten una y otra vez que es sabio), y convirtieron a Vivas en Presidente sin reparar en gastos (muchos gastos). Todo valía para expulsar a aquellas alimañas, según nos contaban reiteradamente.  
No le faltaba razón al PP en aquella tesitura. Jesús Gil fue una malformación del sistema. Un personaje que había recorrido íntegramente el código penal, incluyendo el homicidio, y que decidió abrir en la política una sucursal más de sus turbios negocios. A pesar de ello, encandiló a un sector muy considerable del electorado ceutí, frecuentemente inclinado a optar por la testosterona en detrimento de la inteligencia. Es conocido que en nuestra ciudad pululan doce mil votos, cuya única obsesión en la vida es “meter a los moros en cintura”.
Son los mismos que apoyaron a Fraiz (que al parecer tenía muchos cojones), posteriormente al GIL (que iba a mantener a raya a todos los moros con procedimientos ya comprobados en Marbella) y finalmente al PP, tras la aparatosa exhibición militar de la Isla del Perejil.  De momento se han quedado cómodamente instalados en ese refugio.
Han encontrado en los tanques de Aznar y la cínica amabilidad de Vivas la receta ideal para satisfacer sus instintos.
Si la destrucción del GIL era algo aconsejable por higiene democrática, lo que ya es más discutible, aceptando las premisas formuladas por el propio PP, es la súbita reconversión sufrida por algunos de sus cargos públicos. Cuando el “gilismo” fue desalojado a empellones de las instituciones, los detritos que se creían más “listos” se apresuraron a reengancharse al nuevo régimen instaurado por el PP. Pusieron cara de ingenuos. Y al grito de ¡Viva Vivas! se quedaron en sus poltronas abominando de lo que fueron. Borraron su pasado y escribieron en el frontispicio de su conciencia: “Todo por la nómina” (en sentido amplio). ¿Es lícita esta conducta? Evidentemente toda persona tiene derecho a rectificar y a cambiar de opinión. En el plano personal, nada que objetar.
Otra cosa bien distinta es la habilitación moral para representar a los ciudadanos. En este sentido, individuos como el nuevo diputado se enfrentan a un dilema del que es imposible salir indemne. Según sus mentores, se trata de una persona muy preparada. Si es así debía tener un perfecto conocimiento de quien era Jesús Gil y a qué se dedicaba. ¿A pesar de ello se mantuvo en el equipo de gobierno sosteniendo a un ladrón (calificativo del PP)? Malo. Pero si no tenía conocimiento de lo que significaba el GIL es que es un ignorante de remate. Malo. O es un necio, o es un corrupto. Ni un caso ni en otro, Ceuta merece un representante en el Congreso de esa condición.

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