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La fortificación de Ceuta en 1850

Ceuta fue desde la antigüedad una ciudad muy codiciada por todas las civilizaciones que pasaron por el Estrecho de Gibraltar rumbo al mediterráneo, sobre todo, por estar situada en un punto marítimo estratégico de paso de gran parte de la navegación marítima. Con razón muchas veces se ha dicho que la ciudad es la “llave del Estrecho”, sobre todo en épocas pasadas en que no existían la artillería de largo alcance, ni los proyectiles intercontinentales. De ahí que el Peñón de Gibraltar, antes de haber sido robado a España por las fuerzas de las armas, y esta ciudad, podían controlar todo el paso marítimo que cruzaba el Estrecho. Debido a ello, las distintas civilizaciones que la ocuparon se preocuparon mucho por tenerla lo más y mejor fortificada posible, primero los romanos y después los bizantinos, que ya construyeron una especie de ciudadela pequeña en el Monte Hacho. Los portugueses más tarde, y después los españoles, la hicieron prácticamente infranqueable.
Durante el largo sitio al que la sometió Muley Ismael, que hizo como principal objetivo de su reinado conquistar Ceuta teniéndola cercada continuadamente durante unos 33 años, se dijo que esta ciudad era la más inexpugnable del mundo. Y es que, pese a las numerosas fuerzas y material de guerra concentrados en torno a la ciudad y, pese a que dicho monarca alauita dijera: “Ceuta no es ni de España ni de Marruecos; es de Dios, y será de quien la gane  en esta batalla”, pues, finalmente, tuvo que retirarse sin conseguir su objetivo. Los que más dinero, medios y hombres invirtieron en su fortificación fueron los portugueses, sobre todo a partir del año 1521, cuando los marroquíes empezaron a utilizar por primera vez la artillería que antes no habían tenido. Esto hizo reconsiderar a Portugal toda su estrategia defensiva, habiendo sido el rey portugués Juan III el que dio la orden de fortificarla. El viajero alemán Jerónimo Müzer, en sus Memorias de un viaje realizado por Portugal y España, que también estuvo en Ceuta y narra su paso por esta ciudad, recogía entonces, referente a los grandes gastos en fortificación: “Esta plaza da la rey de Portugal más honra que provecho”.
He tenido acceso al Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, de Pascual Madoz, que fue editado el año 1850, hace 161 años; y trae datos interesantes sobre Ceuta que iremos desgranando en algunos artículos. Hoy me voy a ocupar del estado de las fortificaciones de esta ciudad al tiempo de su edición. El autor divide los espacios fortificados en tres recintos: 1º. Contando el territorio desde el interior hacia el exterior. 2º. La parte más espaciosa del istmo, que se extiende desde la falda del Hacho hasta el primer foso de la Almina. 3º.La parte continental de Ceuta en aquellas fechas. Los datos que se recogen en el Diccionario, se hace constar que fueron recopilados con mucha dificultad; y fueron facilitados al autor por Eusebio Morales Puideban, auditor de Guerra de Ceuta, y los directores de presidios y caminos. El último, Manuel Varela y Limia, compuso en 1828, hallándose de capitán de Ingenieros destinado en Ceuta, una erudita y luminosa memoria sobre este punto, con apreciadísimo, inédito y único notable de cuantos hay que traten de él (se recoge textualmente, a pesar de que en algunos aspectos resulte un texto algo descoordinado).
En cuanto al “recinto primero”, refiere que, tras la conquista de la ciudad por los portugueses, D. Pedro de Meneses, su primer gobernador, ya acometió las obras necesarias para proteger de los ataques por mar aquella parte de costa y las torres cuadradas que guarnecían el muro en el resto del perímetro. Desde la costa Norte del Hacho hasta el castillo de Santa Catalina, se fortificó con un muro de 4,5 pies de espesor. Después, se distribuyeron varios fuertes y baterías, con la idea general de protegerse mutuamente y cruzar sus fuegos sobre las calas y atracaderos practicables de la costa. Los puntos fortificados eran San Amaro, Torremocha, Pino Sordo, Sancieño, Santa Catalina, Punta Almina, Desnarigado, Torrecillas, La Palmera, El Quemadero y el Sarchal, habiéndose construido en 1771 la ciudadela en la cúspide del Monte Hacho, sobre las ruinas de una fortificación anterior que se atribuye a los romanos. En dicha ciudadela, se halla la casa vigía con dos empleados que se relevan semanalmente para observar los movimientos de los marroquíes y todas las novedades que ocurrieran en el mar. También hay dos cuarteles en la ciudadela y algunas cuadras sueltas, pero todo en muy mal estado. Además de las expresadas fortificaciones de este importante recinto, también la naturaleza contribuye a su defensa. Masas de tajadas, derrumbaderos rápidos y profundos cubren la mayor extensión de la costa de Este a Sur, y la pendiente norte de la montaña está resguardada por mucho y muy peligrosos escollos y bajíos que ponen coto a las tentativas navales, imposibilitando los desembarcos.
El “segundo recinto”, está formado por la parte más espaciada del istmo, que se extiende desde la falda del Hacho hasta el primer foso llamado de la Almina. Comenzaron a establecerse en este paraje los habitantes en tiempos del gobernador Fernando de Noroña, y el deseo natural de alejarse del frente de tierra, atacado entonces frecuentemente por los sarracenos, aumentó el número de moradores del arrabal de la Almina que, sin haber perdido aun este nombre, constituye la mayor y mejor parte de la población de Ceuta. Las fortificaciones de este recinto consisten en la muralla del Norte, construida en 1741, siendo gobernador de la plaza el marqués de Campofuerte, tal como indicaban las lápidas de mármol que existieron en la misma muralla, y el muro y baterías que cubren la línea del Sur y recogen las fechas en que dicho gobernador inició y finalizó su mandato, cuenta con un camino cubierto con dos estacadas y un pequeño foso intermedio y sus glasis correspondientes, que se comenzó a construir en 1777; sirven para la defensa de la Almina hacia el distrito del Hacho, y delimitación oriental al recinto que nos ocupa, cuyo término occidental es el foso antes citado.
Inatacable por el Sur, este recinto, a causa del escarpado inaccesible a lo largo de aquella costa, y reswguardada la muralla del Norte por la gran extensión fortificada de la base del Hacho, que se adelanta formando la margen derecha de la rada, es evidente que está exento de toda expgnacióin marítima, eficaz y directa. Sus baterías son: San Sebastián, San Pedro el Alto, los Abastos, Escuela Práctica, Rastrillo nuevo, el Molino, San Jerónimo, Fuente Caballos (lo llama Fuente Ceballos), San Carlos y San José.
El “tercer recinto” y obras exteriores. El istmo de Ceuta se angosta al desembocar en el continente formando un trapezoide de 540 varas de longitud y 230 de latitud. A esta pequeña superficie que constituye el tercer recinto y se conoce con el título de Ciudad, estaba reducida la población anterior. No hay vestigios para venir en conocimiento de la clase defensas que protegerían este punto cuando Portugal la conquistó a los sarracenos; pero parece probable que no existiera fortificación alguna, si se atiende al orden y celebridad con que se realizó la conquista. Obtenida ésta por los portugueses, entendieron que el conservar la población dependía del cuidado que pusieran en fortificarla y desde los primeros días de su triunfo se dedicaron con infatigable constancia a tan importante empeño.
El sistema defensivo estable, que a la sazón se pudo en práctica, en nada se diferencia del tipo sencillo y uniforme que caracteriza a las fortificaciones anteriores al uso general de la artillería durante los sitios. Robustos y elevados muros, guarnecidos de torres y torreones, cerraban todo el perímetro de la ciudad con una barrera impenetrable para los medios de ataque propios de aquellos tiempos y circunstancias. La mar bañaba y defendía los lados del Sur y del Norte, mientras que las Murallas Reales que cubrían las avenidas de la Almina y del continente por ambos por anchos y profundos fosos.
Estas defensas se mantenían en el momento en que fue facilitada la información, sin más modificación que la que pudo haber exigido el número y disposición de las baterías que las guarnecen, que son: Sala de Armas, San Juan de Dios, San Francisco el Alto, la Brecha, Espigón de la Ribera, Primera Puerta, el Albacar o segunda puerta, Baluarte y Torreón de la Bandera, Cortina de la Muralla Real, Baluarte y Torreón de Coraza, y Coraza baja.

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