Por motivos técnicos, vaya por delante el dato, lo que a continuación se escribe se sitúa temporalmente antes de la ceremonia de entrega de los premios Oscar, lo cual nos otorga la libertad de centrarnos en la película que nos atañe sin necesidad de valorar su suerte en el teatrillo anual hollywoodiense.
Guillermo del Toro presenta en sociedad su esperado último trabajo, que se antoja (de) lo mejor de su personalísima filmografía y la que en nuestra opinión es la mejor cita con el cine del año.
En el escenario de la Guerra Fría llega a un laboratorio estadounidense una criatura acuática humanoide que ha sido capturada en Sudamérica (el gran Doug Jones, luciéndose nuevamente bajo kilos de maquillaje), bajo la supervisión de un despreciable sicópata (Michael Shannon, papel para el que parece haber nacido física y profesionalmente); una excelsa Sally Hawkins encarna a la trabajadora de la limpieza muda que empatiza con el sufrimiento de la citada criatura, por la que en cada secuencia va sintiendo mayor cercanía. Esta película superlativa trata con original envoltura la que en esencia es la clásica historia de dos almas solitarias que cruzan sus caminos para hacerse uno solo. Estamos pues ante un thriller sesentero, un drama con tintes racistas, también un guión de diálogos mordaces y momentos de buen humor, pero ante todo se nos presenta una historia de amor entre inadaptados de las que hacen época.
Entre la oscuridad del cuento gótico con estética marca de la casa y la más descarnada realidad americana de la época, con las pesadas losas del racismo o la homofobia en las maletas de las familias tipo que lucen sonrisas de anuncio, transcurre este cuento preciosista, esta exquisitez estilística que fotograma por fotograma merece su revisionado.
Del Toro no deja detalle por pulir, derrochando mimo y demostrando que el espectador no solo tiene en cuenta las pequeñas cosas que aportan credibilidad, sino que las agradece y las aplaude. Para acabar de moldear la perfección de esta propuesta, la producción combina con maestría una banda sonora brillante de Alexandre Desplat con los efectos de sonido, de manera que ambas cosas se complementen para enriquecer portentosamente aquello que vemos y así darle un igual protagonismo a lo que oímos. Si tuviese que quedarme con algo de esta propuesta en su conjunto, sería la manera de incluir los sonidos de la acción real dentro de la música que artísticamente coloca la guinda a este suculento pastel.
Apta para todo tipo de público adulto, incluidos los pragmáticos y los que gustan del hiperrealismo, pero altamente recomendable sobre todo para los soñadores y amantes de la cinefilia del detalle cuidado. Al igual que suele incomodarme descerrajar salvajemente una mala una película, también se me hace raro que todo lo que se me ocurra para hablar de una producción sean alabanzas, en ambos casos me invade la sensación de que se me escapa algo, pero las coas son como son. ¿Qué forma tiene pues el agua? ¡Redonda!
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