Aldous Huxley publicó “Un mundo feliz” en 1932, una historia futurista donde la sociedad mundial había desterrado la pobreza y las guerras gracias a la manipulación genética. La humanidad estaba dividida en cinco castas de personas creadas genéticamente con diferentes características físicas y niveles de inteligencia acordes a las funciones que cada uno debía desarrollar en esa sociedad feliz de la que también se había eliminado cualquier rasgo humano que pudiera ser un riesgo para esa felicidad: la familia, el arte, la religión, la filosofía. Por supuesto, como en toda distopía que se precie, siempre hay personas que ponen en peligro esa sociedad idílica porque prefieren la libertad humana a la predestinación.
Si Huxley hubiese vivido en la actualidad, en estos años de pensamiento oscuro, no habría tenido la necesidad de acudir a la biología y a la genética para recrear un mundo feliz con seres predestinados, le habría bastado con la mucho más económica y simple estadística. La estadística solo necesita a los políticos y a los medios de comunicación en connivencia y a una población escasamente cultivada. Con estos elementos se puede mentir con un aspecto de verosimilitud.
Como cada año y de forma recurrente, partidos y medios nos convencen de que existe una brecha salarial por sexos, es decir que las mujeres cobran menos por el mismo trabajo que los hombres solo por el hecho de ser mujeres. Por supuesto esto es una verdad a medias. No es falso que si hacemos una media entre sexos y tipos de trabajo el resultado sea ese, pero si es falso que la diferencia se deba a una discriminación por sexo. Las diferencias estriban en otros elementos que no entran dentro de la medición como la antigüedad o el tipo de jornada. Si introducimos esas variables, la “brecha” se reduce. El único estudio serio que se ha realizado teniendo en cuenta la complejidad del mundo laboral se realizó en tiempos de Zapatero y los desesperanzadores resultados (no llegaban al 1% los casos de discriminaciones y además se daban en ambos sexos) han hecho que no vuelva a repetirse.
Los defensores de la existencia de la brecha también aseguran que las mujeres están mejor preparadas y cualificadas que los hombres así que para estos la única explicación de que exista una menor tasa de mujeres empleadas se debe a dos razones.
Por un lado que los empresarios (y las empresarias) prefieren contratar hombres aunque estén peor preparados y sean más caros. Este absurdo presupone que los empresarios (y empresarias) no están movidos por el beneficio económico sino por mantener un heteropatriarcado que les hace perder dinero. Sin comentarios.
Y el segundo es que las mujeres están poco presentes en determinados trabajos y sobrerrepresentadas en otros. Para las adoradoras del 50%, la arcadia feliz se sitúa en un mundo laboral donde las profesiones estén divididas a la mitad según sexos. Se quejan amargamente que hay muchas mujeres en la enfermería pero menos entre los médicos, o que el sector del comercio tiene un exceso de mujeres y esto hace que baje la media de retribuciones al ser un sector peor pagado y con mayor inestabilidad laboral. Por supuesto omiten que en la actualidad el número de médicos hombres y mujeres tiende a igualarse y que son mayoritarias las mujeres en las universidades de medicina (y en gran parte del ámbito universitario), que el mundo judicial es preferentemente femenino así como las administraciones públicas y que la presencia femenina se reduce drásticamente en trabajos considerados peligrosos o de especial dureza. Y es que para las adoradoras de la media el problema es que las mujeres no eligen libremente sino que se ven obligadas por los roles de género. Son almas sin voluntad que no tienen preferencias ni gustos o deseos propios sino que obedecen ciegamente los dictados de la estructura. Aseguran que ninguna mujer puede preferir libremente un trabajo peor retribuido, peor considerado o de menor jornada por que les resulte más atractivo o porque prefiera dedicarle más tiempo a otras cuestiones como la denostada familia. No tienen derecho a pensar como individuos. La felicidad llegará cuando la mitad de los mineros sean mujeres y la mitad de las maestras, hombres. Y si no quieren, habrá que obligarles. Todo sea por la estadística.
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