La fe no figura entre las llamadas “siete esencias” de Ceuta, pero opino que deberíamos incorporarla, y así aumentar su número. Por lo menos son ocho. Me refiero a la fe cristiana, la que ha iluminado el espíritu religioso ceutí al menos desde finales del siglo IV o principios del V, cuando se erigió por quienes nos precedieron en esta tierra la Basílica Tardorromana. Cristianos eran aquellos romanos, cristianos fueron los bizantinos y cristianos también los visigodos que aquí se asentaron hasta el triste episodio del Conde D. Julián o “Comes Iulianus”, como quieran llamarlo.
Más tarde, fueron también cristianos S. Daniel y sus compañeros mártires, que alcanzaron en esta tierra la palma del martirio al predicar su fe. Cristianos los portugueses que reconquistaron Ceuta y nos trajeron las imágenes de la Virgen en sus advocaciones del Valle y de África, nuestra Patrona y Madre, amparo y consuelo de sus devotos hijos. Cristiano D. Fernando de Portugal, el Príncipe Constante, que prefirió morir en una mazmorra antes que ser liberado a cambio de la entrega de esta ciudad, “porque es de Dios y no es mía”. Cristiana, y bien cristiana, esa hija de Ceuta llamada Beatriz de Silva, que está en los altares por haberse ganado la santidad en su paso por el mundo. Cristiano aquel soldado, Juan Ciudad, que vivió y trabajo aquí, y es más conocido ahora como San Juan de Dios Cristianos los numerosos Obispos de la Diócesis Septense, la nuestra, el primero de ellos San Amaro. Cristianos quienes, portugueses y españoles, lucharon a lo largo de más de cinco siglos en la defensa de la ciudad, dando su sangre y hasta su vida con el nombre de Cristo a flor de labios.
Tan es así, que hasta el más veterano Regimiento ceutí, el “Fijo de Ceuta”, en el que sentaban plaza los hijos de la ciudad, ostentaba la honrosa divisa de “Defensor de la Fe”, palabras escritas con piedras en la antepuerta del cuartel hoy destinado a Campus Universitario, y que ignoro si han sido respetadas durante la obra de adaptación, aunque me temo lo peor.
La Iglesia Católica celebra el Año de la Fe precisamente en la presente anualidad. Pues bien; en estos tiempos de materialismo y descreencia dentro del mundo occidental, sigue habiendo decenas de miles de ceutíes que se declaran católicos, según denotan las encuestas. Quizás sea una instintiva reacción ante la cada vez mayor coexistencia con otras confesiones. Cuando llega la Semana Santa, muchos centenares de ceutíes -calculo que bastantes más de mil- dan prueba de su fe al convertirse por su propia voluntad en costaleros de los pasos, sin que nadie les obligue y sin más recompensa que la íntima satisfacción de haber portado por nuestras calles, sobre sus hombros, las sagradas imágenes de Cristo y de su Madre; otros lo hacen también participando en las procesiones como penitentes, otros cantando saetas y tantos más presenciando con respeto el recorrido de las Cofradías. Y lo mismo sucede cuando es nuestra Patrona la que, cada 5 de agosto, sale del Santuario para pasear por su ciudad, o cuando S. Antonio es llevado por los alrededores de su ermita, o cuando los pescadores caballas introducen a la Virgen del Carmen en aguas de la Almadraba y la llevan en un pesquero por la bahía, o cuando es la imagen de S. Daniel la que sale, o cuando una ingente multitud acompaña al Señor de Ceuta, Jesús de Medinaceli, seguido por su doliente Madre, desde El Príncipe hasta las Puertas del Campo cada Lunes Santo, y lo visita en la Catedral cada 1º de marzo, e igualmente cuando se celebra la solemne procesión del Corpus Christi, sin olvidar la arraigada devoción al Cristo del Puente.
Sí; el cristianismo tiene pleno derecho a ser considerado una de las esencias de Ceuta, porque sin él no podría comprenderse nuestra historia, sobre todo la de los últimos seis siglos, en los que ha sido tanto una fundamental razón de ser para la heroica defensa de la ciudad como una inequívoca seña de identidad. Prueba de ello, por añadidura, la ofrece la nomenclatura de las Murallas Reales: San Ignacio, San Pedro, San Pablo, Santa Ana, San Javier…
Me consta, claro está, que la Constitución garantiza la libertad religiosa. Lejos de mí oponerme a ella, aunque pienso que ni está de más, ni se enfrenta a dicha libertad, el resaltar la vital trascendencia que ha tenido y tiene el cristianismo para comprender el devenir histórico de Ceuta, y, de modo especial, durante los seis siglos transcurridos desde la toma de la ciudad por D. Juan I de Portugal, que son los que fueron configurando la singular personalidad de este trozo -africano y a la vez europeo- de la Nación española.
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