Hay algo en el alma de toda persona que le habla de sencillez, de ser pequeño en la ambición humana y plenamente generoso en el servicio a los demás; a sus necesidades, a sus inquietudes, a ver más allá de lo que sus sentidos le permiten.
La fe de los sencillos no tiene medida, es algo que fluye limpia y generosamente, que siempre se da sin reserva alguna y de la que no se hace inventario, pues nunca se agota y siempre está a punto para dar más sin que nadie lo pida de forma expresa.
Es la entrega total del amor sin pedir nada a cambio; esa entrega se hace libremente desde el alma sencilla de toda persona que carece de ambiciones terrenas, que no pone sus sentidos al servicio de cuanto quita libertad a la sencillez de la fe en el amor que se hace llegar a donde se le necesita.
Es la gente de fe sencilla la que llena de paz cualquier ámbito de discusión, la que ayuda a encontrar la serenidad necesaria ante cualquier decisión, por dura y arriesgada que ésta pueda ser.
Es la que te habla de la verdad de la vida, de la sinceridad en el actuar de cada cual, del desprendimiento de todo cuanto pueda envanecer, de la prudencia en el análisis y la toma de decisión.
Es gente que sabe del riesgo y de las consecuencias a las que se expone a mucha gente; a un país entero y hasta quizás a más de uno.
Lo sabe porque hace caso a ese algo que hay en el alma que habla de sencillez, que atiende su voz que no engaña y que no se deja llevar de otras inclinaciones hacia lo llamativo, lo espectacular o lo deslumbrante, aunque todo ello no tenga más base que la fugacidad de unos destellos artificiales, que desaparecen totalmente a la luz de la verdad.
Es gente corriente la de la fe sencilla; la puedes encontrar en cualquier lugar, en la larga sucesión de días en un hospital en la que se espera la cura de alguna enfermedad, en la inquietud y hasta desesperanza que se vive en una espera ante una Oficina en busca de trabajo, en esa esquina en la que una persona implora caridad para su agobiante necesidad, en esa familia que no sabe cómo podrá llegar a fin de mes sin desatender la educación de sus hijos y su mantenimiento.
Ahí están porque las circunstancias así lo han dispuesto y necesitan ayuda de muy diverso tipo, pero en cualquiera de ellas se hace necesario que les acompañe la actuación generosa de esas otras personas que tienen en sus almas la fe de los sencillos, de esas almas que anteponen el amor sincero a la gente antes que cualquier otra cosa, por llamativa e interesante que ésta pueda parecer.
Es una llamada imperiosa y preciosa, por su categoría humana, de la sencillez del amor del alma.
La fe de los sencillos, la de la gente corriente que atiende las llamadas de su alma y las pone en práctica sin ostentación alguna, es la gran fuerza espiritual de la humanidad.
El ser humano ha de volver a encontrar el verdadero valor de su alma, la de la sencillez del amor, la generosidad de la entrega en la labor bien hecha aunque cueste verdaderos sacrificios.
La fe de los sencillos es la que, en verdad, da salud al mundo.
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