Para Mumford, la mayoría de las filosofías éticas han tratado de aislar y estandarizar los bienes de la vida, y de establecer unos u otros conjuntos de propósitos supremos. Estas filosofías “han considerado el placer, la eficacia social o el deber; la imperturbabilidad, la racionalidad o la autoaniquilación como la principal cúspide de un espíritu disciplinado y cultivado”.
Este esfuerzo para reducir gradualmente la conducta valiosa a un único conjunto de principios coherentes e ideales finales no hace justicia, en su opinión, a la naturaleza de la vida, con sus paradojas, sus complicados procesos, sus conflictos internos, sus algunas veces irresolubles dilemas. Tal y como crítica con acierto Mumford, “con el fin de reducir la vida a un único y claro modelo intelectualmente coherente, un sistema tiende a olvidar los diversos factores que pertenecen a la vida en razón de sus complejas necesidades orgánicas y sus cada vez más desarrollados propósitos. Realmente, cada sistema histórico ético, ya sea racional o utilitario o trascendental, suavemente pasan por alto los aspectos de la vida que son cubiertos por los sistemas rivales: y en la práctica cada uno acusará al otro de inconsistencia precisamente en esos imprescindibles momentos cuando el sentido común felizmente interviene para salvar el sistema de la derrota. Esto representa un fracaso general en todos los sistemas rigurosamente formulados para satisfacer todas las diversas y contradictorias ocasiones de la vida”. A modo de ejemplo y manera sarcástica, comenta que el hedonismo no es una filosofía demasiado adecuada en el caso de un naufragio. En este sentido recuerda que en toda ocasión “hay un tiempo para reír y un tiempo de llorar; pero los pesimistas olvidan la primera cláusula y los optimistas la segunda”. En opinión de Lewis Mumford, “la vida no puede reducirse a un sistema: la mejor sabiduría, cuando se reduce a un único conjunto de insistentes notas, se convierte en una cacofonía: de hecho, cuanto tercamente se adhiere a un sistema, más violencia infringe uno a la vida”. Afortunadamente, según explica este gigante del pensamiento contemporáneo, “las actuales instituciones históricas han sido modificadas por anomalías, discrepancias, contradicciones, compromisos”. Haciendo gala de su proverbial maestría en el uso de las metáforas, considera a estas anomalías con los más ricos abonos orgánicos: “…todos estos variados nutrientes que permanecen en el suelo social son vistos con gran desprecio por los creyentes en los sistemas: al igual que los defensores de los fertilizantes químicos antiguos, no tiene noción de que lo que hace al suelo utilizable y nutritivo son, precisamente, los restos orgánicos que quedan”. Pero es el campo de la política donde Mumford ve con más claridad la falacia de los sistemas con vocación exclusivista. Así, según este célebre pensador, “desde el siglo XVII hemos estado viviendo en una época de fabricantes de sistemas, y lo que es aún peor, en aplicadores de sistemas. El mundo se ha dividido, en primer lugar, en dos grandes grupos: los conservadores y los radicales, o como los llamó Comte, el partido del orden y el partido del progreso, como si tanto el orden y el cambio, la estabilidad y la variación, la continuidad y la novedad, no fueran igualmente fundamentales atributos de la vida. La gente, a conciencia, debía llevar sus vidas conforme a un sistema: un conjunto de principios limitados, parciales y excluyentes. Trataron de vivir por el sistema de romántico o por el sistema de utilitario, ser totalmente idealistas o totalmente prácticos”. Llevado al terreno práctico, Mumford comentaba que si los estadounidenses fueran rigurosamente capitalistas tendrían que olvidarse de la educación pública gratuita que apoyan, ya que constituye, de hecho, una entidad comunista. A pesar de la férrea crítica a los sistemas, Mumford consideraba que, tomados como una herramienta conceptual, tienen una cierta utilidad pragmática: porque “la formulación de un sistema conduce a la clarificación intelectual y, por tanto, a cierto limpio vigor de la decisión y acción”. A esto se dedicaron autores como Comte, quienes iniciaron un proceso de desenredo de “los hilos que forman la urdimbre y la trama de todo el tejido social” que fueron entonces aislados y disgregados. Siguiendo la metáfora que compara la sociedad con un tupido de de hilos de los más diversos colores, Mumford se refiere a que “cuando los hilos rojos fueron unidos en una madeja, el verde en otra, el azul y el púrpura en otras, su verdadera individual textura y color se presentan más claramente que cuando estaban entrelazados en su original y complejo patrón histórico. En un pensamiento analítico uno sigue el hilo y no tiene en cuenta el patrón global; y el efecto de la toma de este sistema en la vida fue destruir la apreciación de su complejidad y de cualquier sentido de su patrón general”. Adentrándose en los asuntos prácticos de la vida, esta filosofía de la totalidad no sobrevalora un sistema único de la propiedad o la producción: “al igual que Aristóteles, y los redactores de la Constitución de Estados Unidos sabiamente favorecieron un sistema mixto de gobierno, así mismo promovieron una economía mixta, no temerosos para invocar medidas socialistas cuando la libre empresa lleva a la injusticia o la depresión económica, o favorecer la competencia y la iniciativa personal cuando los monopolios privados o las organizaciones gubernamentales se atrancan en la apática seguridad y la inflexible rutina burocrática”. Esto postulado expresa con claridad la filosofía que el mismo Mumford denomina “de la síntesis abierta”, tanto que para asegurarse de que quedará abierta Mumford llego a decir que “voy a resistir la tentación de darle un nombre”. Sus futuros seguidores, “aquellos que piensan y actúan en su espíritu, pueden ser identificado, tal vez, por la ausencia de etiquetas”. Lewis Mumford, al final de su explicación de la tesis sobre la falacia de los sistemas, asemeja esta idea a la afirmación de la vida orgánica. Partiendo de este postulado, pone en cuestión la eficacia de un único principio para conducir “una existencia armoniosa y bien equilibrada, -ya sea para la persona o la comunidad-, entonces la armonía y el equilibrio tal vez demanda un grado de inclusividad e integridad suficiente para alimentar todo tipo de naturaleza, para crear la mayor variedad en la unidad y para hacer justicia a cada ocasión”. En resumidas cuentas, “esa armonía debe incluir y resolver las discordias; debe tener un lugar para la herejía, así como para la conformidad: para la rebelión así como para el ajuste, y viceversa. Y ese equilibrio debe mantenerse contra golpes repentinos e impulsos: como el organismo vivo, debe tener reservas a su alcance, capaces de ser movilizados con rapidez, siempre que sea necesario para mantener un equilibrio dinámico”. La filosofía de la síntesis abierta de Lewis Mumford pensamos que es un buen antídoto contra el pensamiento único y la globalización aniquilante de la variedad y diversidad de la naturaleza humana. No es útil ni práctico para salir de la crisis multidimensional a la que nos enfrentamos atrincherarse tras los pesados sacos de ciertos principios ideológicos que venimos cargando desde siglos atrás. Ni el capitalismo ni el comunismo; ni la izquierda ni la derecha; ni los cristianos ni los musulmanes; ni ninguno de los otros grandes bloques ideológicos o de creencias que se han enfrentado en el pasado han demostrado tener una respuesta adecuada para salir del callejón al que nos ha llevado nuestra supersticiosa fe en los sistemas cerrados. Podemos vivir aislados del mundo y de la influencia de otras ideas, o bien podemos apostar por la búsqueda de la síntesis abierta propuesta por Mumford. De nuestra decisión depende el futuro de la humanidad.
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