Categorías: Opinión

La Extremadura por descubrir

Ya en la época de la trashumancia, los serranos que regresaban a su tierra de Ávila y Soria, lo hacían alegres y contentos de haber engordado a sus ganados paciendo en las fértiles llanuras y dehesas extremeñas. Y llegaban cantando una bonita canción que comenzaba: “Vengo de Extremadura, de cambiarle a mi caballo las herraduras…”. Más recientemente, cuando hace ya años visitó las tierras extremeñas una comisión agraria israelí para conocer los distintos sistemas y métodos de producción que se venían utilizando en el agro extremeño, al entrar en contacto con las extensas dehesas extremeñas, repletas de frondosas hierbas y monte bajo, no tuvieron el menor inconveniente en reconocer públicamente que: “Extremadura es la reserva ecológica de Europa”. Y también yo acabo de regresar de Extremadura, donde he permanecido durante un mes disfrutando de su naturaleza, reencontrándome con mi pueblo, Mirandilla y con su buena gente, rodeado de dehesas y olivares. Allí me recreo al menos dos veces todos los años entre los viejos recuerdos de niño, el cariño hacia mis seres queridos que descansan eternamente, las escuelas, mis maestros, las calles, las eras y demás sitios por los que de pequeño jugaba con mis amigos de la infancia. Y es que Extremadura en la primavera, es todo un vergel por descubrir; estalla de verde, de luz y de colores. Allí se tiene un encuentro pleno con la naturaleza, con los campos y las sementeras en flor, respirándose un ambiente puro y sano, alejado del agobio de la urbe, del mundanal ruido y de la polución atmosférica. 

Ahora se vive allí la plena eclosión de las plantas, de los cereales, de los bellos y extensos encinares, el rebrote de sus viñas y olivares y la floración de los árboles que impregnan el ambiente con olores deliciosos. Y luego están sus encalmados horizontes, en medio de un remanso de paz, de tranquilidad, de sosiego y de vida en medio del mundo natural; con cielos azules y altos, con profundos silencios que sólo se rompen con el canto de las aves en celo y el trino de los pajarillos que revoleteando de árbol en árbol se reclaman el amor. Extremadura en esta época está pletórica de vida; en ella se puede disfrutar de largos paseos por el campo como los que durante todo un mes me acabo allí de dar, por entre frescas cañadas, regatos y riachuelos que todavía sorprenden a uno con el rumor de sus aguas cuando discurren entre peñas y hondonadas formando pequeñas cascadas, en medio de un ambiente repleto de armonía, donde aun se pueden oír el canto de los grillos, el croar de las ranas, despertarse cada mañana con el canto del gallo, los gorriones y las golondrinas que por los tejados pían, oyendo por el campo el balido de las ovejas y el sonar de sus cencerros, el mugido de las vacas y el ladrido de los perros. Todo eso, al menos a mí, me relaja los cinco sentidos y me hacen percibir las mayores sensaciones que ofrece la más pura naturaleza, con el relente de la brisa mañanera, los preciosos amaneceres, los suaves atardeceres cuando el sol comienza ya a declinar y en su ocaso poco a poco se va introduciendo en la penumbra de la noche. Eso es en Extremadura, vida pura que allí brota de la propia tierra. El año pasado en mayo, mi buen amigo Ángel Valadés Gómez, gran comunicador, que fue Jefe del Gabinete de Prensa del que fuera Ministro extremeño Enrique Sánchez de León, Director de Periódicos, de Emisoras de Radio y Televisión, muy amante de Ceuta, de la que recuerda con todo detalle los numerosos partidos de fútbol que radió desde el Estadio Alfonso Murube, pues junto con su esposa Manuela, nos invitaron a mí y la mía a degustar una exquisita comida en el precioso chalet que tienen en Don Álvaro, en su Monte Aventino, como él muy ufano gusta de llamar. Desde su elevada altura sobre la misma orilla del Guadiana se divisa una preciosa panorámica, con vistas de campos y pueblos a su alrededor que contemplarlos es un verdadero primor. Y este año, de nuevo nos fuimos los cuatro a comer a Medellín, a unos 30 kms. de Mérida, al hotel rural-restaurante “Quinto Cecilio”, nombre del romano que el año 79 antes de Cristo fundó Medellín. Está en lo más alto de un monte; lugar muy atrayente y solicitado, debido a sus esmerados servicios de excelente calidad. En él se pueden saborear a pleno gusto comidas típicas extremeñas. El Hotel tiene amplias habitaciones que relucen por todas partes aseo, confort y trato agradable poco común para una población de unos 2.400 habitantes, como es Medellín. Pero aun llama más la atención la hermosa panorámica y bellos paisajes que desde el hotel-restaurante y su amplia terraza se divisan en 30 kms. a la redonda. ¡Qué vistas más bonitas!. Difícilmente se pueden contemplar espectáculo igual, con toda la fértil vega por delante, los meandros del Guadiana a los pies de dos cerros, uno coronado por el castillo. El hotel y sus amplios terrenos que lo rodean son propiedad de Miguel Lospitao Muñoz, quien a los postres nos acompañó. Emigrante, que en los años de 1960 se fue a Alemania y, empezando a trabajar duro desde abajo, se hizo próspero constructor en aquel país, y luego prestigioso empresario en Extremadura. Todo conseguido a pulso, haciéndose a sí mismo a base de seriedad, trabajo, constancia, esfuerzo y sacrificio, que es como más y mejor se triunfa en la vida, cuando se le ponen manos a la obra, cabeza y corazón. Miguel fue Presidente de los Empresarios de Don Benito, persona sencilla y asequible donde las haya. Medellín (Metellinum romano), conserva restos de un puente también romano, que luego sería sustituido por otro medieval. Cuenta con restos de villas romanas en la falda del castillo y en su ladera sur con el Teatro romano y un importante yacimiento arqueológico que se remonta al Bronce Final. Pese a los destrozos de las guerras, conserva un importante patrimonio monumental, como el castillo medieval, el puente del siglo XVII sobre el río Guadiana y las ruinas del Teatro Romano, una necrópolis de la época visigoda hallada en el Turuñuelo en 1960. Los musulmanes lo conquistaron el año 768 y reconstruyeron la fortificación romana. Del antiguo castillo musulmán queda un aljibe de dos naves. Alfonso IX lo reconquistó a los árabes en 1227, pero en 1229 volvió a manos musulmanas. En 1234 Fernando III lo incorporó a la Corona de Castilla. En el siglo XV Medellín se convirtió en Condado, cuyo primer titular fue don Rodrigo de Portocarrero; a su muerte le sucedió su viuda Beatriz de Pacheco, sin respetar en la sucesión al hijo heredero. La condesa se alineó en las luchas dinásticas de la Guerra de Sucesión tomando partido por Juana la Beltraneja, que fue derrotada por Isabel la Católica, acarreándole las consiguientes represalias políticas y en 1479 el retorno de la villa a la corona de Castilla.[] La condesa mantuvo encerrado durante años en una mazmorra del castillo a su propio hijo porque le disputaba la sucesión en el condado. En Medellín, Calderón de la Barca pudo inspirarse en este prolongado encierro para crear el personaje de Segismundo en La vida es sueño. Hoy la vida económica de la villa gira en torno a una floreciente agricultura de regadío. En el centro de la Plaza principal se alza ostentosa la estatua del valiente Hernán Cortés, montado a caballo que, como es sabido, realizó la gesta de derrotar a todo el imperio mejicano con sólo 400 hombres que vencieron a cientos de miles de aztecas. La aportación de Medellín a la conquista de América fue de unos 280 de sus hijos que para ella embarcaron. Ello explica que muchas ciudades americanas lleven el nombre de Medellín, como el de Colombia, el de Méjico y dos de Argentina. En la Guerra de la Independencia contra Francia, la batalla de Medellín de 1809 tuvo consecuencias desastrosas; las tropas mandadas por el General Víctor derrotaron a las españolas mandadas por el General Cuesta, muriendo unos diez mil españoles. Tres mil ocupantes franceses aterrorizaron a la población, obligándoles a mantenerlos con sus propios bienes, destruyendo, saqueando y expoliando cuanto hallaron a su paso. Medellín figura en el arco del Triunfo de París como batalla ganada por Francia; pero lo que no figura es que los extremeños derrotaron luego a los franceses en 1811 en la batalla de la Albuera, una de las primeras derrotas que propinaron las tropas españolas a las francesas. Y la pasada Guerra Civil de 1936 convirtió también a la población en uno de sus principales objetivos en su lucha por el estratégico puente sobre el río Guadiana, que fue volado hasta en tres de sus arcos, mientras que los bombardeos de artillería y aviación causaron grandes daños a la villa, teniendo que ser evacuada la población civil y luego reconstruido el pueblo por el llamado Departamento de Regiones Devastadas. El Plan Badajoz de Franco (para sorpresa de los políticos de hoy) lo hizo un pueblo próspero con la distribución de parcelas entre colonos tras poner más de 40.000 hectáreas en regadío. A diez kms. de Medellín se encuentra Don Benito, cuna del amigo Ángel Valadés, de 38.000 habitantes. La leyenda de los hermanos Benito y Llorente, hijos de los Condes de Medellín, cuenta que surgió debido a las inundaciones que el Guadiana producía en Don Llorente (barriada asentada a orillas del río), por lo que parte de la población de éste se trasladó a Don Benito para ponerse a salvo de las riadas; aunque parece que fue un trashumante de León quien arribó a la zona alta y fundó la Iglesia de San Sebastián, que conserva la amplia mesa donde se reunían los señores de la Mesta. El pueblo comenzó a crecer, siendo hoy cabecera de partido judicial y de la comarca de las Vegas Altas y, quizá, el centros económico y comercial más importante de la provincia de Badajoz, que ha incentivado la explotación agrícola y ganadera, dando lugar a una floreciente industria alimentaria. Su fundación data de 1494, y fue asentamiento de visigodos y árabes. Carlos I concedió a Don Benito en 1591 sus propias Ordenanzas Municipales. En 1735 Felipe V lo declaró Villa exenta e independiente de Medellín. La Guerra Civil Española azotó la ciudad. Tiene monumentos como las Iglesias de San Juan, Santiago Apóstol, San Sebastián, Convento de las Carmelitas Descalzas, donde en 1955 se rodó la película “Marcelino pan y vino”; Capilla de San Isidro; fuente de la Plaza España, homenaje al río Guadiana que representa el agua y la tierra, obra de Pérez Comendador; Virgen de las Cruces, Patrona de Don Benito; capilla de Guadalupe, antiguo Hospital; sede del Banco España, edificio de Correos, Teatro Imperial, Anfiteatro del Ave María, Museo Etnográfico, Plaza de Toros, Casa de la Cultura, obra de Moneo, etc. Al regreso hacia Mérida, pudimos recrearnos contemplando verdes campos, trigales y huertos frondosos, que se extienden a uno y otro lado, teniéndose la impresión de que Extremadura aun está por descubrir.

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