Es común que echemos un vistazo a la prensa local en la hora mañanera del café, de tal manera que me atraganto al leer una ventanilla: “El 80 % de las agresiones en el sistema de salud se producen en el área de psiquiatría”.
Menos mal que el sistema es sabio, y la propia prensa me provee de la posibilidad de explicar tan fatídica cifra.
El primer elemento de juicio que debéis tener es que la normalización de los problemas de salud mental es un tema de máxima dificultad, por la variedad de factores que intervienen. Es necesario establecer soluciones complejas que tengan en cuenta el por qué se llega a una actitud violenta, fruto quizá de una suerte de inacciones.
Como estudiosos de la intervención en salud mental, en mi organización pensamos que el principal factor del desenlace es el descuido en la continuidad de los cuidados. En este sentido, apostamos por planes más individualizados de atención que garanticen la adherencia en los tratamientos, y por tanto, su calidad.
Otra circunstancia es la ausencia de una cultura terapéutica y de comunicación ante situaciones de descompensación por parte el personal sanitario. Creo en el potencial pacífico de las personas si les proporcionamos herramientas que le ayuden a entender su función mental.
Desgraciadamente, a día de hoy, lo inmediato es contener al individuo en crisis, es decir, provocar un daño emocional severo, en previsión de una situación futura e incierta de violencia. Falta aquí lo difícil: la especialización terapéutica de celadores y enfermeros (también crear espacios donde las personas alteradas por un episodio psicótico puedan calmarse sin necesidad de vivir la experiencia de estar atado a una cama).
No hay que dar opción a que una persona se sienta acorralada, y ahí la empatía y una cultura de la comunicación en las distancias cortas podrían reducir al mínimo los casos de agresividad (recuerdo que en mis dos brotes psicóticos mi actitud fue la de huida, no la de enfrentamiento).
En definitiva, si dejamos a la salud mental en su modelo actual de administración de fármacos y poco más, y no vamos a un modelo de atención integral, social y comunitario, el individuo estará perdido y estaremos expuestos a continuas descompensaciones, a ingresos y reingresos; un modelo obsoleto y carísimo. Suele pasar que si las cosas se dejan estar, se deterioran; en necesaria una acción positiva.
En cambio, con planes de atención individualizada, basados en el control de la calidad; con equipos de apoyo domiciliario que intervengan en fases tempranas del proceso psicótico; con escuelas de familia que enseñen a manejar el stress; y con una visión multidisciplinar de la recuperación, tened a buen seguro que los sucesos violentos serían rarísimos, y la dignidad de las personas se vería favorecida.
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