Categorías: Opinión

La estupidez es su punto fuerte

Pues sí, como se lo digo, amable lector, la estupidez es el punto fuerte de nuestros políticos, en este caso, de los políticos locales, de los que ejercen el gobierno de la Ciudad, es decir de los del Partido Popular. Lea bien lo que sigue y lo verá medianamente claro: los días 22 y 28 del pasado mes de junio, la directora general de Fomento, Carolina Pérez, se presentó, con las personas pertinentes y los medios adecuados, en una obra ilegal que se estaba construyendo en la Agrupación Este del Príncipe con la intención de derribar lo que en aquellos días sólo eran unos burdos cimientos. Comoquiera que el ‘promotor’ de aquella obra le pidiera un nuevo plazo y ser recibido por la Consejera, Susana Román, ésta le concedió, en la entrevista, un plazo hasta el 11 de julio, comprometiéndose el llamado promotor a no tocar nada y a respetar el precinto policial. Pero hete aquí, amable lector, que el día 3 de julio la casa estaba completamente terminada, recién pintada, incluso le habían colocado un número encima de la puerta y ya estaba siendo habitada. Menudo chasco se llevaron la directora general y todos los que se dieron cita allí en el Príncipe. ¿Y ahora?, pues ahora hay que recurrir a la vía judicial, que, como de costumbre, se dilatará en el tiempo y después, como dijo el poeta, “fuese y no hubo nada”.  
“La estupidez no es mi punto fuerte” decía Monsieur Teste, personaje creado por Paul Valèry, pero, visto lo visto, sí lo es de la consejera Susana Román y de su directora general Carolina Pérez, al menos por fiarse de individuos como el llamado ‘promotor’ de la citada obra ilegal. Pero el colmo de la desfachatez y de la cara dura y del fanatismo de este tipo es cuando dijo “¡Sólo Dios o un terremoto o un tsunami puede tirar todo!”. “…es la ley”. De las declaraciones de este individuo se desprende que las leyes civiles, que nos hemos dado los españoles, él se las pasa por los cojones, así de claro, y que su fanatismo y oscurantismo religiosos gobiernan su miserable vida. Claro que la culpa no sólo la tiene este personaje, y otros como él, sino los que rigen los destinos de esta ciudad por concederle crédito alguno a esa gentuza que se apodera de lo que es de todos los ceutíes. El caso es que llueve sobre mojado en estas cuestiones de las construcciones ilegales y casi siempre los que incumplen las leyes, cualesquiera que sean éstas, visto lo que sucede en sus barrios, son los arabo-bereberes. Luego, claro, proclaman a los cuatro vientos su consabido ‘victimismo’, y, acto seguido, los gobernantes de la Ciudad tiemblan como hojas de árboles azotadas por un fuerte viento de poniente y acceden a bajarse los pantalones ante cualquier exigencia que estos facinerosos manifiesten.
Y la vida sigue. Y también siguen las tropelías de estos zafios ciudadanos, que de ciudadanos tienen poco, ante la mirada estupefacta del resto de los ceutíes, que ven como se conculcan y se pisotean las leyes ante la condescendencia de nuestras autoridades, que optan por  mirar para otro lado, o bien meterle mano a unos simples ‘palés’ o a un montoncito de piedras, o a cualquier otra chorradita por el estilo. Como es costumbre, en este caso, y en otros, ningún vecino de la Agrupación Este, del Príncipe, o el Presidente de la barriada, vio nada, allí trabajaron a destajo, día y noche, y nadie pasó por allí y, si pasó, a ningún vecino se le ocurrió avisar a la policía. Pero, eso sí, luego se quejarán de que están abandonados por la autoridades y demás monsergas al uso, pero cumplir con las leyes, de eso nada.
Parece ser que con estos ‘ciudadanos’ facinerosos no funcionan las buenas maneras, las palabras dadas, los compromisos adquiridos entre personas de bien, en suma, el respeto a las leyes que gobiernan las conductas de los ciudadanos. No, nada de eso funciona con esta turba de malhechores, que se pasa por la entrepierna todo con lo que una comunidad de ciudadanos se suele gobernar: normas, reglamentos y leyes. Para muchos de ellos, como en el caso que nos ocupa, los únicos mandatos de cumplimiento obligatorio son los de origen divino –de ahí el “¡Sólo Dios!”–, pero ninguna obediencia a las normas, reglamentos y leyes que los ciudadanos se dan para que la vida en común no se convierta en una selva, tal y como el citado individuo desea. A este respecto, podría servir como corolario lo que escribe Philip Roth en su novela “Las vidas de Zuckerman”:  “Los árabes no respetan ni la delicadeza ni la debilidad. Lo que los árabes respetan es la fuerza”.  Parece que en el caso que nos ocupa Philip Roth ha acertado de pleno.

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