La españolidad devaluada

El ataque a Podemos se ha convertido en la actividad de moda. Más allá de la verdad, el rigor o la relevancia del asunto de que se trate, la consigna dictada por la casta a su formidable y multiforme aparato de represión intelectual (seguida y jaleada por un nutrido ejército de descerebrados), es atizar furibundamente a Podemos para lograr desactivar el movimiento de contestación social antes de la cita electoral. Una infernal carrera contra el reloj.

La premisa inicial para el cambio se ha cumplido con notable éxito. El miedo ha cambiado de bando. Entre los innumerables argumentos utilizados para desacreditar a Podemos, ha aparecido en escena la “españolidad de Ceuta”. No deja de ser interesante la forma en que se ha desarrollado este debate.
En primer lugar, es conveniente recordar que  la “devolución de Ceuta a Marruecos” es una corriente de opinión ideológicamente transversal. Todos los partidos políticos españoles de cierta notoriedad han insinuado una “solución para Ceuta y Melilla de acuerdo con Marruecos” (eufemismo habitualmente empleado para suavizar el impacto ante la opinión). Es cierto que no todos lo han hecho del mismo modo. La izquierda de los albores de la democracia lo hizo de manera rotunda y abierta; el PSOE llegó a acordar la creación de una “célula de reflexión con Marruecos”; y el presidente de Honor del PP lo expuso en su famoso Libro blanco. Si esto lo trasladamos a las opiniones personales, obtenemos un resultado muy parecido. Las encuestas disponibles, hablan de que hasta un 40 por ciento de los españoles “duda” de que Ceuta sea española en el futuro. Esta es una triste realidad que los ceutíes nunca hemos sabido (ni querido) combatir. No es extraño en este contexto que en Podemos haya personas que participen de esta corriente de opinión. Inferir de ahí una posición política es un ejercicio de evidente maldad intencionada. Inconsistencia perecedera.
Pero lo que sí debe ser objeto de reflexión es la posición del pueblo de Ceuta, en tanto que sujeto político, sobre esta cuestión de trascendencia vital para nosotros. Los ceutíes hemos devaluado nuestro concepto de “españolidad de Ceuta”, que ha pasado de ser un elemento político central a un componente sentimental sin valor alguno en la determinación de las coordenadas de nuestra vida pública. La situación política es la siguiente: Marruecos ha “firmado” una tregua con el Estado español (representado por el bipartidismo fraguado entre PP, PSOE), de manera que la situación de Ceuta y Melilla queda momentáneamente “aparcada” en espera de un momento más propicio para la discusión. Los dos países quieren ganar tiempo. Los intereses comunes son de tal naturaleza y magnitud que impiden, de hecho, cualquier enfrentamiento serio.  El único requisito exigido mutuamente es que se mantenga inalterado el “estatus quo”. Nadie mueve pieza. Es un acuerdo similar al del Islote Perejil. Eso no quiere decir que Marruecos haya renunciado, ni remotamente, a una reivindicación que forma parte del núcleo duro de la concepción de su propio estado.
Este escenario de tramposo apaciguamiento ha permitido a los partidos “firmantes” del acuerdo, ir limpiando la conciencia de los ceutíes de cualquier vestigio de rebeldía frente a una situación de flagrante injusticia histórica, que difumina irreversiblemente nuestro futuro. De este modo, los ceutíes hemos terminado por interiorizar que nuestra situación es normal, aún sabiendo que en el lenguaje de la política internacional, concebido desde el gesto implícito y la sutileza, “estamos fuera de España”. España está integrada por diecisiete comunidades autónomas. Además, existen dos “situaciones anacrónicas por resolver”, pero que están al margen de la organización común del Estado; y para abundar en la exclusión, ni tienen reconocidas aguas territoriales, ni están incluidas en el paraguas defensivo de la OTAN, e incluso su encaje en Europa es una rareza. Todo ello en espera de que llegue el finiquito no traumático.
Los ceutíes ya no defendemos la españolidad de Ceuta. Estamos “a favor” de la españolidad de Ceuta, pero este es otro concepto. No podemos confundir una opinión con un compromiso. Es cierto que todos los ceutíes “queremos” que Ceuta sea España siempre; pero no estamos dispuestos a asumir el más mínimo riesgo, ni pagar coste alguno por esta causa. Nos sentimos impotentes para afrontar una lucha que se nos antoja titánica y perdida de antemano. Sabemos perfectamente que defender la españolidad de Ceuta es exigir, con determinación, contundencia y perseverancia, que se nos dote de un marco político adecuado que resuelva los agravios históricos que nos apartan de la normalidad. Pero preferimos esconder la cabeza debajo del ala. Nos autosugestionamos, y seguimos apoyando invariablemente a los partidos que nos han traicionado. Eso sí, no nos cansamos de repetirnos a nosotros mismos, con pose de patética erudición, que “Ceuta es España desde antes que se fundara el Reino de Marruecos”; y con esa pueril ridiculez, sin la menor incidencia en ningún foro medianamente cualificado, nos creemos que hemos cubierto el expediente. Sin pasión. Sin motivación. Como una obligada referencia de la nostalgia que pretendemos prolongar desde la más inútil inconsciencia. Pero los malos no somos nosotros, son los de Podemos. ¡Faltaría más!